No se sabe bien si son 53 o si son 800. Ni tampoco si vienen solo de paso o para quedarse. Es difícil saberlo a través de las confusas y profusas y además contradictorias explicaciones del ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, que dice que no están en tránsito, sino que vienen a ayudar. Son las tropas norteamericanas, que empiezan a desembarcar en Colombia en el mismo momento en que empiezan a abandonar Afganistán al cabo de 19 años de estar ayudando allá, a un costo total de 9.000 millones de dólares. Dejan atrás un país destruido, narcotizado (4 millones de heroinómanos), con los cultivos de opio que justificaban la intrusión quintuplicados (de 74.000 hectáreas sembradas de amapola se pasó a 328.000), y en guerra civil, después de cientos de miles de muertos causados en buena parte por esa ayuda medida en bombardeos: la más larga guerra sostenida por los Estados Unidos en toda su historia.

Aunque no su más larga intervención militar. En países como Alemania o el Japón hay tropas y bases norteamericanas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y en Cuba lleva más de un siglo instalada la base de Guantánamo (desde la ocupación de la isla en 1898), que comprende una tenebrosa cárcel donde hay, entre otros, presos traídos desde Afganistán. Los militares norteamericanos, cuando se autoinvitan a algún sitio ajeno, no suelen irse. Y tampoco sabemos, porque tampoco nos lo ha aclarado el confuso y difuso ministro Carlos Holmes, si todavía tienen acceso franco a siete bases militares colombianas, como se lo cedió el segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

O yendo más atrás ¿todavía no se han ido los marines que vinieron a construir una escuelita en el puerto de Juanchaco, en tiempos de César Gaviria? Habrá que esperar un comunicado de la Embajada de los Estados Unidos, que es el modo de expresión predilecto del arrodillado Ministerio de Defensa de Colombia. En el famoso, pero ya olvidado, cuaderno amarillo del consejero de Seguridad de Donald Trump se leían dos notas. Una decía: "5.000 soldados para Colombia", y la otra: "Afganistán: bienvenidas las negociaciones". La coincidencia entre la llegada de tropas norteamericanas a Colombia y su retirada de Afganistán tiene más detalles llamativos. En el famoso, pero ya olvidado, cuaderno amarillo del consejero de Seguridad de Donald Trump fotografiado en enero de 2019 se leían dos notas. Una decía: “5.000 soldados para Colombia”; y la otra: “Afganistán: bienvenidas las negociaciones”. Esas negociaciones que acaban de culminar con el anuncio del repliegue militar norteamericano, que se completará, dicen, antes de las elecciones presidenciales de noviembre. Sobre la parte referida a Colombia opinó Carlos Holmes Trujillo, que entonces era ministro de Relaciones Exteriores: “Se desconoce el alcance y la razón de dicha anotación”.

Por eso no es raro que muchos hayan interpretado la llegada de la llamada Brigada de Asistencia de Fuerza de Seguridad (SFAB), de no se sabe si 53 u 800 hombres, como la primera cuota de esa otra fuerza largamente anunciada, destinada a presionar el derrocamiento de Nicolás Maduro en Venezuela. A eso se suman los mercenarios privados norteamericanos contratados para las fumigaciones con glifosato de los sembradíos de coca, más los otros mercenarios clandestinos de la fallida Operación Gedeón que se entrenaron en La Guajira colombiana, llevaron armas desde Barranquilla y a continuación se embarcaron en varias lanchas rumbo a Venezuela, donde los detuvieron en un sangriento tiroteo. Sin que lo supiera –tampoco– el despalomado ministro Carlos Holmes, que por lo visto no se entera de nada de lo que pasa en sus narices en sus distintos ministerios. ¿Será que el ejército de Colombia, por instrucciones de sus jefes del Comando Sur de los Estados Unidos, se dispone a invadir a Venezuela a espaldas del cegato ministro? ¿Y a espaldas de la Constitución, por supuesto? (Creo que el presidente Iván Duque tampoco sabe nada).