Es diciembre y el espíritu navideño nos embarga como el Icetex a sus deudores. La fiebre navideña se expande como la gripa porcina, y en estos días tocó las puertas del Palacio de Nariño. Allá la alta consejera para las regiones organizó viaje a Mompox para que el presidente en persona repartiera regalos a los niños pobres: rollizo y canoso y con las mejillas bermejas, el mandatario sacaba paquetes de una bolsa mientras los niños creían que estaban ante el mismísimo Papá Noel en persona: que el propio Santa se había presentado en su población, quizás afeitado, sí, y de civil, y ligeramente más gordito, pero dispuesto a meter a los infantes en su gran conversación nacional: – Toma estos patines, Manuelito, para que patines como Pacho Santos cuando explica sus conversaciones privadas. – Gracias, presidente Uribe. Perdón, Duque –respondió el niño.
La escena sucedió un par de días antes de que el tocayo del papa, el embajador Jorge Mario Eastman, publicara en su cuenta de Twitter el momento más destacado de su brillante gestión: redactar una carta de felicitación al santo padre con el fatídico detalle de que, bajo la rúbrica presidencial (gruesa como la contextura del propio presidente, aunque indeleble, a diferencia de su obra de gobierno), no se leía Iván Duque, presidente de Colombia, sino su santidad Francisco. Detalles que suceden al aprendiz en su laberinto. Por fortuna, en Palacio se superó tan penoso impase con el sensacional bingo que organizó Presidencia para sus empleados, en el cual, cómo no, el mismísimo presidente Duque fungió como animador. El primer presentador de la nación tomaba una balota y la leía desde la tarima, con gracia y elocuencia: – ¡Número ochenta y dos! – Decime, Iván… – No, no Presidente Eterno: es el número de la balota. Pero el momento que más disfrutó fue cuando armó el pesebre. El pesebre habla por cada familia, y eso lo puedo decir yo, que rodeo al niño dios con elefantes. No me quejo: hay quienes lo tienen peor, como los Petro: –Vamos a hacer el sexto mejor pesebre del mundo: donde va el Niño Dios, pongan esta foto mía… Y a mi lado, esta de Hollman, para que me caliente con su vaho… –ordena a los suyos el Mesías Humano. Les faltó clamar en el punto 106 que bajaran el precio del Chocorramo. –¿Y por qué pegaste fotos tuyas en la cara de los reyes magos? –Es que yo soy los tres reyes humanos: repartiré la mirra, el incienso y el oro humano entre las muchedumbres libres a las que les imparto órdenes desde mi cuenta de Twitter. –Papá, ¿y con qué hacemos el lago? –Con papel celofán, pero no pongan ballenas, porque viene Fajardo: solo a mi hijo Nicolás, que es mi delfín. Menos protagónico, el presidente Duque se encargó de organizar él mismo el pesebre presidencial en el salón de los gobelinos, donde dispuso del álbum de empleados para lograr la puesta en escena. De virgen María, puso a Marta Lucía Ramírez; de mula, a Ernesto Macías; de buey, a María Fernanda Cabal. De reyes magos, en orden y en fila, a Santo Domingo, Ardila y Sarmiento Angulo, y, como la estrella que los guía, a Alberto Carrasquilla. El propio presidente se acostó en la cunita, lograda con la paja que obtuvo de sus propios discursos sobre la economía naranja, y en el cielo, encumbrado en las nubes, como el Dios redentor que nos vigila a todos, instaló la imagen –caída en un 70 por ciento– del Presidente Eterno de todos los colombianos, quien reencarnó en su hijo amado para que se hiciera hombre y morara eternamente. Amén.
Era una versión autocomplaciente con su propio Gobierno, porque, en la vida real, en el pesebre de Duque los pastores no tendrían bastones sino cacerolas; habría contingentes del Esmad por todas partes y aldeanos tuertos a su lado; la mirra sería gravada con el 19 por ciento; el rey Baltasar tendría más oro después de la reforma tributaria; caerían pastores al piso en “forcejeos” con el ejército; no habría musgo, porque el glifosato lo habría secado; en las montañas estaría permitido hacer pilotos para fracking y allá mismo pastarían los unicornios con los siete enanitos. Ah: y en el desierto no habría camello, como en el país. No obstante, ante este #ConstruyamosBelén, como él mismo lo bautizó, el presidente se puso de rodillas y redactó su carta al Niño Dios. No fue tan generosa como la de las organizaciones sindicales que se despacharon 104 exigencias para parar el paro, valga la expresión. Les faltó clamar en el punto 105 que bajaran el precio del Chocorramo; en el 106 que César Escola y Amparo Grisales se traten mejor en Yo me llamo. Y en el 107 que Dago García no saque película este diciembre. La de Duque fue más discreta, si bien de todos modos abultada. Le encargó: una guitarra marca Fender; un balón; fomi de colores pastel; pasteles de colores fomi: ojalá verde menta; unos crocs; una guayabera de talla más grande y una caja de Feltpen para firmar decretos todo el próximo año. Y debajo de su firma escribió “Niño Dios”. Feliz navidad para todos.