Hace unas semanas La Silla Vacía publicó un especial sobre quién le hablaba al oído al presidente Iván Duque. Me llamó particularmente la atención cómo describen el rol del expresidente Álvaro Uribe. Se dice que el senador habla con el ministro de Defensa, Guillermo Botero, todos los días. No semanalmente. No quincenalmente. No mensualmente. Todos los días. El ministro trató de bajar el perfil a las charlas cotidianas. Dijo que es información exagerada. Hablan, sí, pero no a diario. La rectificación no tuvo eco ya que la fuente del informe fue el mismísimo Uribe. Nadie entiende por qué un senador necesita conversar tanto con un Ministerio de Defensa. No es el único campo en el que influye el exmandatario. El plan para 2018-2022 parece una copia de la seguridad democrática de 2002. Incluye cooperantes que, según el anuncio oficial, ya suman más de 800.000 personas. Logró que se flexibilizara el porte de armas para uso privado. Ninguna advertencia sirvió. En el alto gobierno hay quienes piensan que el asunto militar no ha variado; que hay que regresar a políticas de hace 15 años. Eso plantea Uribe y cada vez tiene más acogida. Puede leer: Silencio Con Venezuela volvimos a julio de 2010: se habla de guerra y de cerco diplomático. Hace una semana Colombia vació su embajada y sus consulados. No hay intercambio ni contacto entre los dos países; un escenario de inestabilidad. Eso no parece incomodar al gobierno ni al expresidente Uribe. Incluso hay videos de la era 2002-2010 que argumentan esta situación. No es casualidad que Duque fuera descrito como Álvaro Uribe III. La timidez de los primeros meses se reemplazó con una ofensiva mediática en 2019. En el plan de desarrollo actual hay un necesario párrafo que reconoce la labor patriótica de Uribe para lograr la pacificación. Al mismo tiempo, erradica la palabra ‘paz’ del documento. Hoy, para conocer dónde están las prioridades de Duque, hay que seguir la cuenta de Twitter de Uribe. Las diferencias entre los dos líderes no aparecen. Con cada día que pasa aumenta la presencia del uribismo en la administración y la del exmandatario en temas fundamentales. Tanto que en algunas ocasiones se duda del gobierno si antes no es acompañado de un guiño de Uribe. Y esto va en crecimiento. El senador ha adoptado una posición que le sirvió como presidente. Opina, pero sin costo. Si la decisión es positiva, recibe los aplausos. Si es negativa, fue el gobierno. En las últimas semanas, Uribe ha subido la temperatura del ambiente nacional. Ha pasado de la reacción a la acción. Cada vez son mayores y diversas las temáticas sobre las cuales se pronuncia. Parece un ejecutivo, más que un legislador. Sin su bendición, un proyecto no tiene futuro. Así le pasó al congresista uribista que presentó un paquete que buscaba restricciones a la cátedra educativa. Rápido tuvo que archivarlo, no por falta de apoyo sino por no haber conseguido el respaldo del expresidente. Le recomendamos: La mezquindad de la oposición Hoy, para conocer dónde están las prioridades de Duque, hay que seguir la cuenta de Twitter de Uribe. Las diferencias entre los dos líderes no aparecen. El primer Iván Duque, el que abogaba por un grado de independencia, desapareció en meses recientes. Una transformación entendible. Coincide con una mejoría en las encuestas. Coincidencia que llegará a su límite con las esperadas objeciones de la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz. Son conocidas las críticas de Duque a la JEP, que, oh sorpresa, confluyen con las del senador. Esta última faceta tiene su riesgo: dificulta el cumplimiento de los compromisos internacionales y es un paso atrás en el interés del gobierno de pasar la página para darle un lugar a la unidad.