El presidente Duque no ve ni entiende el tamaño del descontento que se está tomando las calles de Colombia. Y lo más grave es que no es el único. Lo acompañan en esa ceguera una gran parte del Congreso y de la dirigencia empresarial, que con algunas contadas excepciones se siguen comportando bajo el patrón con que funcionan las democracias corporativas, donde la línea entre lo público y la empresa privada es tan tenue que se torna invisible. Su estrategia de abrir una “conversación nacional”, no ha servido para fomentar un diálogo franco con los miembros del Comité del Paro, sino para estrechar aún más los lazos con los que siempre habla, es decir con los empresarios. Por algo fueron los primeros invitados a Palacio. Y cuando finalmente Duque convocó al Comité del Paro, no los citó a una conversación sino a un bochinche porque en la mesa también estaban los empresarios. Duque no está solo en esta ceguera. Desde que empezaron las protestas, el Congreso también decidió legislar como si el descontento que traslucen las marchas no fuera real, sino un invento fabricado por el Foro de Sao Paulo: en un mismo día hundieron el proyecto de ley que se había presentado por parte de José Daniel López para elegir por meritocracia al fiscal y el que iba a reglamentar la eutanasia. Es decir, en un día mandaron al carajo la transparencia que es la base de la lucha contra la corrupción y supeditaron el derecho a una muerte digna, consignado ya en una sentencia de la Corte Constitucional, a las creencias religiosas.

No se dan cuenta de que van en contravía del país, que se está expresando en las calles y de que lo que hacen les da más razones a los jóvenes para seguir nutriendo su protesta.    Sorprende también que en medio de este descontento social, el Congreso haya aprobado en primer debate el nuevo proyecto de ley de financiamiento, que el gobierno de Duque rebautizó con el nombre de ley de crecimiento económico, la cual no solo ha sido cuestionada por su bajo recaudo sino porque les otorga a los empresarios más de 9 billones de pesos para el año entrante en exenciones tributarias. “Consideramos inaceptable que se concedan 9 billones de pesos en descuentos tributarios a las empresas sin que esa inversión esté plenamente justificada o atada de forma más rigurosa a consideraciones más importantes como garantizar unas finanzas públicas saludables o mejorar la naturaleza de nuestro sistema tributario”, dice una carta firmada por prestantes académicos que le fue enviada esta semana al Congreso advirtiéndole de lo inconveniente que resulta aprobar en estos momentos de tanto descontento social una reforma tributaria tan poco incluyente, sin ni siquiera abrir el debate de las exenciones tributarias a los empresarios. El Congreso hasta ahora se ha hecho el sordo ante el clamor de los académicos. Si el presidente Duque quiere que el país no se le salga de las manos, lo primero que debería hacer es romper la coraza de su gobierno corporativo y demostrar que él no gobierna ni para los gremios ni para los grandes intereses económicos. Ni el presidente, ni el Congreso, ni la clase dirigente han entendido lo que está pasando en su país. Tal es su desconexión. Los que marchan no están pidiendo nada de lo que Duque les está ofreciendo: no han pedido los tres días sin IVA, –que según los expertos poco sirven– ni la devolución del IVA para los más pobres, ni el desmonte gradual de los aportes de salud de los pensionados de menores ingresos.   No se han dado cuenta de que los que marchan no son ni los más pobres ni los más viejos. Son los jóvenes de clase media que lograron acceder a la educación y que hoy se están viendo a gatas para poder seguir adelante con su futuro porque no tienen empleo, ni oportunidades, ni acceso a la universidad. Ellos sienten que van a perder lo que ya lograron y no tienen miedo de salir a las calles a pelear por sus derechos.

Pero nada de esto lo están viendo las élites de este país, que, con contadas excepciones, hace rato dejaron de comprender y entender más allá de sus narices. La gran excepción que confirma esta regla es el empresariado antioqueño, que logró sobreponerse a sus diferencias ideológicas para entender que si ellos no se ponían a trabajar para cerrar la brecha entre ricos y pobres y solo pensaban en sus ganancias, los primeros en perder iban a ser ellos. Son los únicos que han implementado los diálogos improbables y hoy están sentados con los excombatientes de las Farc, viendo cómo les ayudan en sus proyectos productivos.  Lamentablemente ellos son la excepción. Los demás, están ciegos, sacando provecho de este gobierno corporativo, sin entender que el país de verdad, está yendo en la dirección contraria. Si el presidente Duque quiere que el país no se le salga de las manos, lo primero que debería hacer es romper la coraza de su gobierno corporativo y demostrar que él no gobierna ni para los gremios ni para los grandes intereses económicos.  Las élites de este país, tan reacias a los cambios, deberían dejar de minimizar el descontento que se escucha en las calles y entenderlo antes de que sea demasiado tarde. Estos estudiantes que protestan no son vagos, ni vándalos, como los calificó la senadora uribista Paloma Valencia al referirse a Dilan Cruz. Ellos representan una nueva ciudadanía que está exigiendo más transparencia, nuevos liderazgos y que está pidiendo cambios. Es hora de escucharlos, no de ningunearlos ni macartizarlos.