No es fácil comprender el arte de la jardinería hasta que se practica. Esa fue mi experiencia cuando mi esposa me mostró los beneficios de esta actividad, no solo como un desafío estético, sino también como un ejercicio de paciencia al observar poco a poco los resultados de transformación en un entorno después de mucho tiempo de trabajo y dedicación.
La jardinería se remonta a las antiguas civilizaciones de Egipto y Mesopotamia. Desde los jardines colgantes de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo antiguo, hasta los impresionantes jardines de Versalles en Francia, pasando por los exóticos jardines orientales de China y Japón, la humanidad ha demostrado su capacidad de crear belleza y armonía con las plantas y las flores. Muchos de estos jardines han sido declarados patrimonio de la humanidad, como el Jardín Botánico de Singapur y el Kew Gardens de Reino Unido.
Hoy, cuando muchos vivimos en grandes ciudades con pocos espacios verdes, es aún más grande el deseo de mantener un vínculo con la naturaleza. Por eso, la jardinería aficionada se ha convertido en una forma de expresión personal y una fuente de bienestar para muchos. No importa si se trata de un pequeño balcón, una terraza o un patio, lo importante es darle vida y color con plantas que se adapten al clima y al espacio disponible.
Con pala y rastrillo en mano, empezó mi aventura sin tener conocimientos ni experiencias previas. Ha sido todo un ejercicio de ensayo y error en la selección de los árboles, flores y hortalizas apropiadas, así como en la poda y riego con desafíos que no conocía, como la preparación de la tierra, el análisis de la intensidad de la luz y la observación cuidadosa del clima (aún estoy en el dilema de si prefiero los jardines simétricos o los desordenados en espacios abiertos).
Existen diferentes formas de aproximarse a la jardinería. Una de ellas es desde un enfoque teórico, con referencias históricas clásicas como El teatro de la agricultura y cuidado de los campos de Olivier de Serres (1599) o Teoría y práctica de la jardinería de Dezallier d’Argenville (1709), entre muchos otros recursos bibliográficos y ayudas audiovisuales disponibles. Otra forma es desde lo práctico, visitando diferentes viveros de la región para conocer y conseguir las plantas. Además, recomiendo recorrer diversos jardines botánicos, como el José Celestino Mutis en Bogotá, el Joaquín Antonio Uribe en Medellín y el del Quindío, por mencionar solo algunos, pues es un verdadero privilegio poder disfrutar de estos espacios públicos en Colombia.
Sin duda, uno de los objetivos de la jardinería es embellecer un espacio, pero he descubierto que lo que realmente se embellece es el alma de quienes la practican. Así lo entendí cuando admiré unas hermosas orquídeas en el Valle del Cauca, cerca de Buga, que me permitieron comprender que el valor de la jardinería reside realmente en las historias y proyectos de vida de quienes se dedican a ella.
Curiosamente, se suele pensar que la jardinería es más adecuada para los adultos mayores, sin embargo, desde una perspectiva pedagógica, es extraordinaria para todos, especialmente para los jóvenes, ya que ayuda a cultivar la paciencia, la responsabilidad, el autoconocimiento y el manejo de las emociones.
Entre otros beneficios de practicarla se encuentran la reducción del estrés; el estímulo de los sentidos, gracias al contacto con la naturaleza; la mejora del proceso de enseñanza-aprendizaje; y, muy especialmente; la posibilidad de reflexionar en medio de la calma que transmite el ambiente.
La jardinería es un gran placer y, definitivamente, el tiempo disponible es la única restricción. Tiempo para contemplar lo sembrado, las aves e insectos que lo visitan y, sobre todo, para observar nuestro “propio yo” como parte del mundo que nos rodea. Insisto, es un arte que no solo embellece el entorno, sino que también nos hace mejores personas.