Una de las críticas más frecuentes que se le hizo a Gabriel García Márquez fue no haber hecho nada por Aracataca. No haber hecho nada significa no haber aportado dinero, de los millones que ganó por la venta de sus libros, o no haber movido sus influencias políticas para modernizar el pueblo. Desconozco las razones del Nobel al no referirse nunca al tema. Y desconozco también las motivaciones de quienes lo señalaban de haber echado al olvido el terruño. Creo, como afirmó Bukowski, que la función de un escritor no es salvar el mundo. A duras penas, nos recordaba el novelista y poeta estadounidense, su función en el mundo es salvarse a sí mismo. Creo que no es una obligación del escritor comprometerse con una causa determinada, más allá de poner por escrito sus ideas y su posición frente el mundo, como tampoco es una obligación ser políticamente correcto, ni convertirse en ejemplo --axiológicamente hablando-- para nadie. El mismo Bukowski era un alcohólico, mujeriego y drogadicto. Truman Capote era abiertamente homosexual, drogadicto, alcohólico y genial. Mario Vargas Llosa le tatuó un puño a García Márquez en el ojo izquierdo por razones que hasta la fecha son solo motivo de especulaciones. Álvaro Mutis estuvo preso por ladrón. William Burroughs mató con una ballesta a su esposa Joan mientras jugaba a ser Guillermo Tell. Y Faulkner aseguró, en una de las pocas entrevistas que concedió, que el novelista era un ser amoral porque le importaba muy poco, o casi nada, la verdad. Exigirle a un escritor que camine por la línea convencional de las axiologías dominantes me parece una tontería. Es como meter a un águila en una jaula y tirar la llave. La polémica hace parte de la esencia humana, al igual que la rebeldía. Está impresa en el mapa genético de los grupos sociales. De lo contrario, estaríamos todavía en la caverna, o en el paraíso para quienes creen en la teoría de la Creación, y Colombia sería un país feliz en medio de un mar de aguas podridas. Afirmar que Fernando Vallejo “vale huevo” como escritor porque dijo lo que dijo en una reciente cumbre realizada en Bogotá sobre Arte, Cultura y Paz, es no tener idea de lo que es la literatura. Es meter en una misma bolsa la obra del novelista, su homosexualidad y luego sacar conclusiones determinantes. Primero, lo que Vallejo dijo y replicaron estruendosamente los medios de comunicación no es nuevo. Se lo he oído decir cada vez que ha sido invitado al Hay Festival de Cartagena, y lo ha puesto por escrito en sus ensayos, artículos y novelas. Que Colombia es una nación dominada por la corrupción de sus políticos es sólo la punta de un gigantesco iceberg. Que en nuestro país se mueren de hambre a diario docenas de niños es una verdad de a puño que ignorarla parece hacernos feliz. Que las FARC son una organización criminal y que el ejército de paramilitares que creó el “innombrable” fue la peor solución para arreglar el problema no necesita siguiera un debate por la obviedad de sus premisas. Segundo, decir cosas como esas, o, más bien, recordarnos cosas como esas, no convierte a Fernando Vallejo en un malvado, un apátrida, un “chauvinista inverso” ni en un marica resentido. Tildarlo de provocador es como recordarle a una prostituta que se acuesta por dinero. Sin embargo, amén de lo anterior, el paisa es ante todo un gran escritor. Uno como pocos. Con una obra como pocas en un país habitado por santurrones donde decir una mala palabra en público horroriza a la cerecita del pudín de nuestra jodida sociedad. Un escritor no tiene por qué hacer la obra del político, del sociólogo o del trabajador social. Un escritor no tiene por qué callarse, como tampoco debe hacerlo el ciudadano de a pie, ante aquello que le molesta. Afirmar que “Vallejo encarna lo peor de este país del que tanto denigra” es una infamia, una falsedad como intentar tapar la luz del sol con un dedo. Vallejo no es un hipócrita, ni un defensor de las doctrinas católicas, ni vive de las instituciones culturales del Estado, ni mucho menos es un arrodillado como muchos que reprochan su discurso frentero. Le importan un bledo las críticas porque no es de aquellos a quienes les interesa estar bien con Dios y con el diablo, como dicen los viejos. Cuando alguien afirma que el discurso del paisa no educa, no transmite conocimiento, no presenta soluciones a los problemas que plantea, no presenta hipótesis y no hace propuesta novedosas, me pregunto si uno asiste a un conversatorio como ese para que lo eduquen y le den soluciones a unos problemas que empezaron hace dos siglos. Me pregunto si el objetivo de escribir una novela es solucionar esos profundos baches sociales que son el resultado de largos años de negligencia estatal y de una clase política dominante que se ha robado durante 20 décadas los recursos económicos que son de todos los colombianos. Creo que necesitamos un centenar de clones de Fernando Vallejo para que este país sea más equilibrado, sea mucho más crítico y menos permisivo a la corrupción. Y no permita que unos cuantos ladrones de cuello blanco hagan suyo el dinero de todos. Creo que este país necesita más mentes lúcidas que martillen con insistencia sobre ese pasado reciente que algunos hemos olvidado. Tal vez así, como escribió García Márquez, nuestras descendencias tengan una segunda oportunidad sobre esta Colombia desmemoriada. Tal vez así no volvamos a tener, dentro de diez años, otras FARC y otro ELN. Y, por supuesto, otro Álvaro Uribe Vélez que cerque al país de paramilitares y convierta a Colombia en una fosa gigantesca. *Docente universitario. En Twitter: @joarza E-mail: robleszabala@gmail.com