Me parece un chiste de mal gusto asegurar que la paz del país debe pasar por Álvaro Uribe, como lo ha venido pregonando un amplio abanico de sus seguidores. Un señor con 1.227 procesos abiertos en la desprestigiada Comisión de Acusaciones de la Cámara, dudo muchísimo que tenga la estatura ética y moral para decidir sobre un tema que involucra a todos los colombianos. El problema con un país profundamente conservador como el nuestro es que nos hemos tragado enterita la paja de unos imaginarios populares que nos dicen que nuestra democracia es una de las más antiguas y sólidas del continente. Nos hemos tragado enterita la carreta de que aquí hablamos el mejor español del mundo y Bogotá es la Atenas suramericana. Resulta imposible olvidar la propaganda sistemática de unos medios de comunicación que no vacilaron un segundo en realizar encuestas para concluir que Álvaro Uribe Vélez ha sido el mejor presidente de Colombia en toda su historia republicana. Con una opinión poco sólida y una masa de oyentes y televidentes que cree a pie juntilla lo que afirman RCN y Caracol, la tesis que se buscaba comprobar quedó servida: el entonces mandatario de los colombianos tenía una aprobación, en el momento de abandonar la Casa de Nariño, de un 85% con tendencia al alza, la misma que tenía Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial y la misma de la que gozaba Francisco Franco en su momento de ascenso al poder. Es una verdad socialmente comprobada que los pueblos necesitan de los imaginarios para solidificar su cultura. Lo hicieron los griegos, los egipcios, los nórdicos, los germanos y los nómadas del mundo. No es propaganda de televisión asegurar que Colombia es el país del “realismo mágico”, esa propuesta literaria planteada por García Márquez y que se convirtió en un referente universal para definir una realidad que parece sacada de un cuento folclórico, donde los hechos de la vida cotidiana superan cualquier ficción. Por eso, no debería extrañarnos que Colombia sea el único país del mundo donde se convoque una consulta popular para preguntarles a los ciudadanos si desean vivir en paz o prefieren seguir echándose plomo. Esto, visto desde la racionalidad cartesiana, no tendría sentido alguno, pues la paz, entendida como un derecho inalienable de los pueblos, no necesitaría ser sometida a referendo alguno. No olvidemos que esa realidad mágica, que parece hundir sus raíces en lo profundo de nuestra historia, nos convirtió en una nueva “patria boba” que cree sin cuestionarse lo que los medios de comunicación decretan como verdad. Asegurar que para llegar a la paz hay que tener en cuenta las tesis políticas del exmandatario, es como dar por sentada la sentencia de Santo Tomás de Aquino de que para alcanzar el cielo hay que pasar primero por el infierno. Es cierto que la paz es un acto recíproco de reconciliación. También es cierto que para el diálogo se necesitan dos, pero llegar a la increíble teoría de que para firmar la paz hay que tener en cuenta las propuestas de Álvaro Uribe es, en términos retóricos, mear fuera del tiesto. Afirmar, como lo hacen algunos periodistas y medios afines al uribismo, que en La Habana se está negociando la institucionalidad del Estado, se está descuadernando la Constitución Política para beneficiar a las Farc y se está armando un sistema castrochavista que pronto convertirá a Colombia en otra Venezuela, no deja de ser una página descolorida de la delirante teoría conspirativa que tuvo sus génesis en los tuits del “gran colombiano” y que sus seguidores convirtieron en un castillo de naipes que, por supuesto, no resistiría ni la más débil corriente de aire. Pero como dije al principio: todo grupo social ha armado los elementos de su cultura elaborando un conjunto de imaginarios que le dan sentido a sus vidas. El lenguaje guerrerista, por ejemplo, ha sido, sin duda, ese elemento vital que mantiene al Centro Democrático dentro de los límites activos de la política nacional. Esa tesis llevó a Uribe a convertirse en dos oportunidades en presidente de la nación. Lo llevó a inventar los lineamientos que le dieron vida a la Seguridad Democrática y lo ha mantenido ocupando cargos de poder. Por esto, creo que le resultaría sumamente “cuellón” admitir que el camino que le conviene al país es silenciar los fusiles. Le resultaría contraproducente asegurar que una política de reconciliación entre los actores armados y la sociedad civil sería el camino más expedito para sacar a Colombia del estancamiento social, la guerra sin sentido y la pobreza profundas en la que vive la mitad de los colombianos. Si el exmandatario admitiera esto, lo más seguro es que él y sus seguidores no tendrían ningún argumento para continuar haciendo política. Esto me lleva a pensar que Uribe Vélez va a continuar en lo suyo: incentivando el odio y las diferencias entre sus compatriotas porque en ese terreno muy difícilmente alguien le gana. Y la consulta por la refrendación de los acuerdos será, sin duda, su otro campo de batalla. En Twitter: @joarza E-mail: robleszabala@gmail.com *Docente universitario.