Gabriel García Márquez decía que en América Latina no hay opinión pública sino hinchas y la intensa pero estéril polémica en la que nos metimos los colombianos durante los últimos días le da la razón.Todo el mundo hablaba de ‘ideología de género’, de ‘cartillas’, de ‘autonomía escolar’ y muy pocos todavía saben de dónde vienen estos conceptos y cuáles son sus alcances. A los políticos, a los marchantes, a los tuiteros, a los curas y pastores se les hacía agua la boca usar esas palabras para esconder otras que de verdad los movían como ‘odio’, ‘rabia’, ‘plebiscito’, ‘Uribe’ o ‘Santos’ que en realidad demuestran de lo que se trata todo esto. Porque a eso se redujo el debate: a un pulso político en el marco de un ambiente radical y hostil en el que las discusiones de fondo, los moderados, los expertos y los legítimamente preocupados sólo son instrumentos de los políticos a quienes tienen sin cuidado los homosexuales, los niños y la familia.Esta no es una polémica en torno a la igualdad ni un necesario debate sobre la forma en que enseñamos a nuestros niños sobre inclusión, tolerancia y respeto frente a la diversidad. No. Es un capítulo más de una sucia guerra política sin ideas pero con nombres propios, llena de rencillas personales y no de sanas confrontaciones democráticas.  Uribistas y santistas, radicales religiosos y fundamentalistas gais, pelaron el cobre y se llevaron por delante la posibilidad de debatir con altura sobre temas contemporáneos que están en la agenda de todas las sociedades civilizadas del mundo.Por un lado y como retrataba el análisis de La Silla Vacía sobre este tema, los uribistas aprovecharon la coyuntura para sacarse el clavo con una ministra a la que le tenían rabia por los señalamientos que había hecho contra su máximo líder. También se montaron en la cresta de la indignación ciudadana para pedir por la vía fácil un voto por el NO en el plebiscito por la paz que nada tendría que ver en principio con la discusión de las cartillas y la construcción del concepto de género pero que al final se mezcló deliberadamente entre los gritos de los confundidos protestantes que salieron a las calles en varias ciudades del país.Del otro lado, el gobierno mató el tigre y se asustó con el cuero. Con cálculo político –como de costumbre– el presidente Santos terminó desautorizando a la ministra Gina Parody, reuniéndose de urgencia con la cúpula de la Iglesia católica y calmando los ánimos para no restarle puntos al ‘Sí’ en la campaña del plebiscito por la paz. Desconozco si los jerarcas de las Iglesia lo chantajearon con ese asunto y si el primer mandatario –también como de costumbre– se dejó poner contra la pared, pero no sería la primera vez que en esta pelea por los derechos de los LGBTI se echara mano de esas tretas politiqueras.Hace unos meses, cuando el ministerio del interior estaba listo para expedir el decreto por el cual se adoptaría la política pública nacional para el ejercicio pleno de los derechos de estas comunidades, influyentes líderes cristianos le hicieron saber al ministro que si la reglamentación se firmaba, ellos se abstendrían de acompañarlo en la campaña del plebiscito. ¿Acaso la propia Viviane Morales habría lanzado tal amenaza? Algunos me dicen que sí y sería bueno que ella se pronunciara. El caso es que los cristianos se montaron en la campaña del gobierno mientras el decreto sigue curiosamente engavetado en la oficina del doctor Juan Fernando Cristo a pesar de que ya cumplió su etapa de socialización.¡Si esto no es un debate político, o mejor, politiquero, en vez de una discusión por la igualdad, entonces no sé lo que será!      *Twitter: @JoseMAcevedo