Ahora sabemos que el acuerdo de justicia tiene 75 puntos, que cada párrafo fue firmado por las dos partes y que, aunque sigan sin mostrarnos su contenido íntegro, ciertas posiciones que se creían irreconciliables en la mesa de diálogos se han modificado positivamente por cuenta del paso logrado aquel miércoles 23 de septiembre. No obstante, lo que ha surgido desde entonces hasta hoy refleja una inquietante incapacidad del gobierno de administrar su propio éxito y se convierte en mal presagio respecto de la solidez y durabilidad que esta 'paz' pueda tener. Además de las contradicciones y la inconveniente multiplicidad de voceros que el gobierno escogió para explicar los alcances del acuerdo, el problema del manejo que le han dado a la oposición encabezada por Álvaro Uribe ha aflorado en su peor momento. No nos llamemos a engaño. Uribe no es un loquito aislado que se irá quedando solo mientras crece rápidamente el entusiasmo por las noticias que llegan desde La Habana. El expresidente representa una buena porción de ciudadanos (¡si no la mitad de este país!) que únicamente irá cambiando de parecer cuando vea hechos concretos de paz y note que los rendimientos de unas FARC desmanteladas no son simplemente marginales. Ello requiere tiempo, paciencia y, en efecto, muestras reales de que esto va en serio. El uribismo no se va a convertir a la paz de la noche a la mañana y quizá mientras Santos esté al frente del timón no le reconocerán nada bueno, pero la opción de desaparecerlos a la fuerza, de encarcelar a sus líderes o de llamarlos enemigos de la paz –después de que prometieron no volver a hacerlo– no solucionará nada en el largo plazo y puede devolvérsele a Santos y aguarle irreparablemente la fiesta. Tampoco hace bien que el fiscal ande suspendiendo las imputaciones contra las FARC, por un lado, y acelerando los procesos contra Uribe y su entorno por el otro. Que los que pregonan reconciliación por la izquierda promuevan venganza por la derecha es la mayor insensatez con la que podría concluir este proceso. El gobierno, si quiere una paz seria, no va a poder pasar de agache indefinidamente mientras que desde la fiscalía, Montealegre amenaza a Uribe y desde Venezuela Maduro lo pide en extradición (este último hecho que puede llegar en cualquier momento, según cuenta el informado periodista Gonzalo Guillén). Al presidente y sus negociadores les tocará en algún momento salir a defender la posibilidad de que Uribe les haga oposición de manera libre y con las mismas garantías que les quieren dar a los guerrilleros para que dejen las armas y se dediquen a la política. No es el momento de que Santos y el gobierno pierdan la paciencia con quienes se le oponen o que les planteen a la fuerza el dilema ‘paz o cárcel’. Lidiar con Uribe implica recoger sus preocupaciones más lógicas, desmentirlo todo lo que haga falta en lo que no tenga razón pero en ningún caso callarlo creyendo que quitándolo de en medio desaparecerán los problemas en la fase de implementación de la paz. Presidente Santos: lo fácil es que la comunidad internacional lo aplauda. Lo difícil es que usted pueda construir un concepto de paz que incluya a sus contrincantes. Persuada a los que pueda y a los otros, no los desaparezca, ¡lídielos con generosidad y verá que le va mejor! Twitter: @JoseMAcevedo