Las miserias políticas que nos tienen hoy en la situación que estamos se incubaron en el siglo pasado. Alberto Lleras advirtió de un fenómeno perverso que empezaba a ocurrir y consistía en un efecto purificador que obraba sobre los corruptos cuando estos abrazaban el marxismo revolucionario. Él lo llamó “una especie de estanque de Siloé, que parece borrar de la piel las manchas más oscuras y limpiar toda reputación”. Esa perversión ha cobrado en nuestro siglo unas dimensiones que hoy tienen a nuestra república tambaleando.

En el gobierno de Santos, una casta política ya purificada por las ideas de izquierda encontró otro estanque de Siloé para reforzar el blindaje de su superioridad moral: la paz. Y así levantaron su dedo acusador desde su falso trono moral contra todo el que osara oponerse al proceso de paz, e investidos del renovado poder purificador, se lanzaron al desenfreno y cometieron toda clase de fechorías; se enriquecieron fabulosamente, avasallaron la democracia desconociendo un referendo y corrompieron al Congreso para lograr el fast track.

Seguro que saben de qué casta les estoy hablando: Juan Fernando Cristo, Roy Barreras, Alfonso Prada, Armando Benedetti y Luis Fernando Velasco, entre otros. Esa casta ha tenido un papel protagónico en el Gobierno Petro, y ha hecho mucho más por la destrucción de Colombia desde su pretendida posición de “liberales” o de “centro”, que los más radicales marxistas del Pacto Histórico. Petro ha aprovechado que se mueven como pez en el agua en las miasmas del Congreso, porque han hecho parte de ellas, y ha escogido a tres de ellos para ser ministros del Interior, o sea burros de Troya contra la democracia, como dice Cayetana Álvarez de Toledo. Primero lanzó a Prada, quien la dejó herida; cuando este estaba exhausto de propinarle golpes, vino el recambio y entró Velasco, quien con renovados bríos la dejó herida de gravedad, y ahora, tras su agotamiento en el combate entra Cristo, el último de los burros de Troya, que viene a terminar la tarea que empezó como ministro de Santos, que es asestarle el golpe mortal a nuestra atribulada democracia con la asamblea nacional constituyente.

Cristo, como el resto de la casta, carece de valores y de umbral moral; hace lo que sea necesario para conseguir poder y dinero, no se detienen ante nada, así lance a la miseria a todo un país, o sus actos les cuesten la vida a muchas personas, él sigue adelante en pos de su becerro de oro. La abyección de la casta hace que tengan que cambiar de posición y de principios frecuentemente, pero eso no les importa; son como un insecto que va mudando en un proceso de metamorfosis. Así Velasco, por ejemplo, hizo su carrera política protestando por los altos precios de la gasolina, pero ya trabajando para el gobierno que le duplicó el precio, archivó su causa; o Cristo, que hasta hace un mes decía que la constituyente era inviable y mala idea, hoy la impulsa con convicción desde su nuevo escaño de ministro. Y no se equivoquen, la metamorfosis de estos caballeros de mohatra no tiene límite en lo moral, ellos son capaces de transformarse y abrazar las causas más criminales, si eso les colma sus ambiciones.

Se me viene a la mente Roy Chaderton, un digno exponente de la casta venezolana. Chaderton era un diplomático con formas de demócrata que hizo una larga carrera trabajando para varios presidentes antes que Chávez, pero una vez este se hizo con el poder, empezó su metamorfosis y abrazó con fervor la revolución bolivariana, y Chávez lo utilizó para lavarle la cara a la dictadura ante el mundo como canciller y diplomático. Ya en la última fase de su transformación metamórfica, dijo lo siguiente en una entrevista en 2015: “Una bala pasa rápido por el cráneo de un escuálido (opositor), porque ellos lo tienen vacío, solo suena como un chasquido”. Nuestros insectos no han llegado a tan avanzada fase, pero todos lo harán si la sociedad se los permite, está en su ADN.

Así es la casta, se presentan como liberales, pero a la primera oportunidad abrazan con fervor el peor estatismo autoritario, se dicen demócratas, pero llegado el momento de la conveniencia defienden dictaduras con la fe ciega del converso, se proclaman hombres de paz, pero se solazan en alianzas con los peores criminales para lograr sus objetivos.

Y es precisamente ese ropaje de demócratas liberales de centro lo que los hace más letales como burros de Troya de la democracia. Esos felones son los más grandes enemigos de la sociedad y la más grande amenaza a la convivencia y las libertades, por eso solo cabe enfrentarlos con toda determinación. Nuestra democracia no aguanta más, y contrario a sus verdugos de la casta, para ella no hay recambio.