Alguien de izquierda con muchos seguidores escribió esta semana en redes sociales que las entidades públicas colombianas no deberían gastar un peso en luces navideñas al tratarse de un Estado laico. Los adornos, vino a decir, resaltan el carácter cristiano de las festividades y hay que evitarlo. Me recordó a la extrema izquierda española, que gobernó varias alcaldías. Quisieron rebautizar las Navidades con el nombre de Fiestas Decembrinas y tomaron decisiones rocambolescas para implementar sus ideas. La más llamativa tenía relación con la tradicional cabalgata de Reyes Magos que celebran en pueblos y ciudades españolas la noche del 5 de enero. Quienes encarnan a dichos personajes bíblicos recorren las calles a lomos de camellos y caballos, cargados de paquetes, ante la mirada entusiasmada de los niños. Creen que caminan hacia sus casas para dejar de madrugada, mientras ellos duermen, los regalos que destaparán el 6 por la mañana. Los radicales de Valencia decidieron que las cabalgatas también suponen un repudiable símbolo machista y cambiaron a Melchor, Gaspar y Baltasar por un trío de Magas, para desconcierto de los pequeños. En Madrid disfrazaron a tres hombres de esperpentos con el objeto de borrar cualquier resquicio religioso.
Siguiendo esa estela, el Comité del Paro podría incluir lo de quitar las luces en su listado reivindicativo. Todo cabe en un sancocho que empezó siendo trifásico y le agregaron tal cantidad de ingredientes que resulta indigerible. Comenzaron seis organizaciones convocantes, después subieron a 35 y ahora superan las 70, todas zurdas. No sorprende que de seis exigencias inaugurales pasaran a 13 puntos, más tarde presentaron 104 y al final quedaron 126. Lo absurdo es que incluso claman por cosas que ya existen. Es su manera de anunciar que en 2020 continuarán las tamboradas, caceroladas, concentraciones y cortes de vías. No buscan resultados razonables que anhela el pueblo, sino armar bulla, con frecuencia violenta. Quien debe observar atónito lo que ocurre a este lado de la frontera, al sufrir en propia carne los embates del socialismo extremo, es Juan Guaidó, mi personaje del año. Fue la primera brizna de esperanza después de lustros de frustraciones. Apareció de la nada, de repente se hizo gigante y descubrimos en él al líder venezolano que estábamos esperando quienes denostamos las dictaduras, máxime en países hermanos. No debe ser fácil continuar insuflando esperanza por las calles de Venezuela. Pero Juan Guaidó sigue en la pelea. No resulta fácil mantener la llama encendida, sobrevivir al chavismo que tritura con violencia liderazgos. Ni hacerlo ante los ‘políticamente correctos’, esa poderosa secta mundial de doble moral que se permite desdeñar a líderes valerosos, sobre todo si les huele a derecha. Olvidan que la oposición venezolana no es monolítica, procede de orillas distantes, con criterios diferentes sobre la manera de derrotar al tirano y con ambiciones presidenciales legítimas que los convierte en rivales. Si ya es casi imposible alcanzar consensos de cuestiones fundamentales en Colombia, lógico que resulte más complicado cuando las cabezas visibles de la lucha soportan un entorno hostil, opresivo, de hostigamiento, amenazas, riesgo de encarcelación y asesinato.
Quizá cometió el error de despertar desde enero unas expectativas gigantescas con la ayuda de Washington. Diseñaron unos pasos iniciales tan perfectos, tan estratégicos, que muchos creímos ver la luz al final del túnel. El optimismo contagioso que sentimos quienes tuvimos la fortuna de estar en Cúcuta en febrero, cedió paso a la desesperanza y el desencanto. Nunca apareció el Plan B, no existía o la Casa Blanca prefirió descartarlo. Uno de los episodios más lamentables, que conocí a fondo porque debí cubrirlo, fue el de los policías y militares que desertaron siguiendo el llamado a ponerse “en el lado correcto de la historia”. Comprobar que los abandonaban a su suerte y desechaban su experiencia y la posibilidad de que atrajeran a cientos y miles de compañeros, supuso la primera señal de alarma. Cierto que el cerco diplomático avanzó deprisa al comienzo, conquistando unas metas que parecían inalcanzables tan solo meses antes. Pero la creciente desidia de la comunidad internacional, incapaz de actuar con contundencia, y la impresión de que solo Rusia puede negociar la salida del gobierno de capos, dejaron a la deriva a Guaidó. No debe ser fácil continuar insuflando esperanza por las calles de Venezuela, consciente del desánimo colectivo, del escaso margen de maniobra y la pérdida de credibilidad en su liderazgo. Pero él sigue en la pelea, igual que la valerosa María Corina Machado, así muchos hayan tirado la toalla. No sé si coronará en el 2020 o si otro tomará el relevo. No importa. Juan Guaidó logró en este 2019 una proeza gigante.