La entrevista entre los presidentes de las dos Coreas con el anunciado desmantelamiento de la infraestructura nuclear de Pyongyang, constituye uno de los hechos políticos de mayor trascendencia en los últimos años. Hasta el punto que muchos dudan aún que “sea verdad tanta belleza”.Es un triunfo de Moon Jae-in, el mandatario de Corea del Sur, que se negó seguir las consignas dictadas inicialmente por Trump de “mano dura” con su vecino, ya que su país, en un eventual ataque coreano-norteamericano contra Corea del Norte sería la primera víctima. Naturalmente que el éxito también se le adjudica a Trump, que en pocos días se entrevistará con su archienemigo. ¿Quién lo hubiera pensado?Algo parecido sucedió entre los Estados Unidos y Cuba. El restablecimiento de relaciones por Obama y Raúl Castro, no se preveía. Dejó a algunos, que se habían acostumbrado a considerar a Cuba como parte del “eje del mal” y a los Estados Unidos como el líder anticastrista, sorprendidos, ofendidos y abandonados.Hace varias décadas, cuando un estado tenía cualquier relación con la “China comunista”, por nominal que fuera, se arriesgaba a enfrentar retaliaciones de Washington. Hasta que se supo que “por debajo de cuerda” el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, había dado el visto bueno para la exportación de tractores norteamericanos fabricados en Argentina a China. Luego vinieron los juegos de ping-pong y el restablecimiento de relaciones. Muchos países, entre ellos la mayoría de los latinoamericanos quedaron, como se dice popularmente, “colgados de la brocha” y con nexos con Taiwán y repudiando a China.Cuando asumió la presidencia Juan Manuel Santos, después de una sucesión de afectos y desencuentros con Venezuela, en su discurso de posesión llamó a Chávez como su “nuevo mejor amigo”, lo que se le ha restregado todos los días. Santos, sin embargo, con los bajos índices domésticos de aceptación que comenzó a experimentar y en medio del desprestigio generalizado de Maduro, prefirió cambiar de bando y constituirse como su principal oponente.No parece conveniente matricularse indefinidamente como el gran contradictor del gobierno de Maduro. Menos aún con un país que no va a cambiar de sistema en corto plazo y con el que tenemos 2.219 kilómetros de frontera viva. Tarde o temprano, tendremos que volver a aproximarnos. De otra manera, habríamos vivido enfrentados con Venezuela. Desde la rebelión de Páez en 1830 hasta la llegada de Chávez en 1999, pasando por los gobiernos de los dictadores Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, nuestras relaciones siempre han estado colmadas de altibajos similares a los de una montaña rusa, que incluso varias veces nos han colocado al borde de la guerra.Por lo tanto, quiérase o no nuestras relaciones con Venezuela, en principio deben ser pragmáticas: no podemos cambiar de vecino y trasladar como por encanto a Colombia en medio de Noruega y Dinamarca. ¡Además sería “jartísimo”!Mucho mejor nuestro lindo país colombiano, que, con todas sus angustias y problemas, tenemos que sacar adelante. ¿Si no lo hacemos nosotros, quién lo va a hacer, acaso el Sagrado Corazón?(*) Profesor de la facultad de relaciones internacionales de la universidad del Rosario