La primera vez que oí hablar del embajador de Estados Unidos en Colombia fue en febrero de 1980. El M-19 había secuestrado a varios embajadores en la sede diplomática de República Dominicana en Bogotá. Uno de los rehenes era Diego Asensio, representante del presidente Jimmy Carter. Asensio era hispano y jugó un papel relevante en la resolución de la crisis. Después llegó a la embajada Lewis Tambs, un diplomático de la Guerra Fría y de la lupa procontra. En otras palabras, partidario de la guerra contra los sandinistas de Nicaragua, posición a la que se oponían fuertemente Colombia y otros países del Grupo Contadora. No obstante, era innegable su influencia. La tarea de Tambs se convertiría en la punta de lanza anticomunista de la administración de Ronald Reagan. No era factible que Belisario Betancur adelantara un proceso de paz con grupos guerrilleros de izquierda; no cabía en el registro de Washington. Había que volver imposible el diálogo, y vio su oportunidad con los cultivos de coca. Puede leer: Duque pasa el año La información de inteligencia registraba que las Farc cobraban un impuesto por el derecho a cultivar. Corría el año 1984 y ese grupo apenas era una sombra de lo que se iba a convertir. El foco era marcar a la guerrilla. Así, en una entrevista de octubre de 1984, Tambs dijo que “una vez más hay directa correlación entre la insurgencia y los narcodólares... No estoy interesado en si es conspiración, si es por azar o si es corrupción. Son los hechos”. Ese fue el principio del fin de ese grupo rebelde. A los pocos meses formaba parte de la retórica oficial militar colombiana. Ya era inmensa la influencia estadounidense. Nadie sabe si la primera incursión al diálogo con las Farc hubiera resultado en acuerdos, lo cierto es que la oposición de Estados Unidos no ayudó. A Tambs lo reemplazaron embajadores unitemáticos: narcotráfico, narcotráfico y narcotráfico. En 1994, durante la guerra contra Pablo Escobar y el cartel de Medellín, llegó Myles Frechette, un diplomático diferente. Su experiencia estaba enmarcada en lo comercial. Sin embargo, si el dinero de los narcotraficantes no hubiera entrado a la campaña presidencial de Ernesto Samper, su gestión habría sido otra. Siempre será recordado como el embajador del proceso 8000. Recientemente, Samper se lamentó de no haberlo expulsado. Le puede interesar: La urgente reinvención de Duque Frechette ya no está con nosotros. Dicen que se fue a la tumba con el secreto de quiénes estaban detrás del golpe de Estado y quiénes de la conspiración que generó el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Para muchos, Frechette fue el peor embajador; sin embargo, quienes lo han sucedido se comparan con él. Para bien. Con la llegada de los miles de millones del Plan Colombia se cotizó el cargo. Luego de estar en el país, Anne Patterson fue a Pakistán y a Egipto. William Wood pasó de ser el hombre en Bogotá al de Afganistán. Es llamativo que los enviaran al Oriente Medio y al Sudeste Asiático. La razón: el éxito del Plan Colombia. William Brownfield se convirtió en la cabeza de playa de esa política. Luego lo nombraron en el Departamento de Estado como líder de la lucha contra el narcotráfico. Su reemplazo, Mike McKinley, fue embajador en Brasil y hoy es consejero del Departamento de Estado. Estar en Colombia daba dividendos; hasta ahora. Le recomendamos: Uribe versus Duque Donald Trump es una incógnita frente a Colombia. Es diciente que haya tardado dos años y medio para obtener el sustituto de Kevin Whitaker. Este llegó semanas antes de la primera vuelta presidencial de 2014. Vio como Óscar Iván Zuluaga ganaba contra todos los pronósticos. Y después observó cómo Juan Manuel Santos remontaba ese resultado. Kevin Whitaker fue el embajador del acuerdo de paz y de más de mil millones de dólares en ayuda. Su capacidad y experiencia para representar al país del Tío Sam se probaron en el hecho de que le tocaron dos presidencias –la de Barack Obama y la de Donald Trump– diametralmente diferentes. En las dos administraciones logró mantener el respaldo; Estados Unidos se la jugó por la paz. Kevin Whitaker ha sido un embajador histórico: nadie se había quedado tanto, e influido en tal variedad de temas. Después de cinco años, se va en las próximas semanas, dejando la vara muy alta y un vacío difícil de llenar.