La Amazonia representa la selva tropical más grande del planeta, con una extensión que supera los 5.500.000 km² y equivale a más de la mitad de las selvas tropicales existentes. La comunidad científica y los gobiernos conocen la relevancia de este ecosistema para la estabilidad del sistema climático, a pesar de esto, su destrucción avanza sin frenos.
Desde 1958, cuando Charles David Keeling y su grupo iniciaron los registros modernos de los niveles de dióxido de carbono (CO2) atmosférico, ha existido un pequeño exceso global (alrededor del 2 %) en la cantidad de CO2 absorbido por las plantas terrestres para la fotosíntesis, en comparación con la cantidad emitida como consecuencia de la descomposición de material orgánico. Las superficies continentales han logrado absorber alrededor del 25 % de todas las emisiones de combustibles fósiles desde 1960 y se podría suponer que la Amazonia ha estado compensando un poco del calentamiento global antropogénico. La realidad actual es otra y quiero detallarla.
Los bosques tropicales han sido un componente importante del sumidero de carbono terrestre y, seguramente, el más relevante es la Amazonia. Las mediciones actuales han permitido constatar que la Amazonia occidental todavía tiene un efecto relativamente débil como sumidero de carbono, pero sugieren que la deforestación, la degradación de los suelos y el calentamiento en la Amazonia oriental la han conducido a una degradación de tal magnitud, que en lugar de capturar carbono lo está emitiendo.
En condiciones usuales, los bosques funcionan como sumideros de carbono cuando se produce un aumento del crecimiento de la vegetación, como respuesta al aumento de los niveles de CO2 y otros nutrientes. En ese sentido, los bosques tropicales son unos sistemas ecológicos eficientes en la captura de carbono, pero lamentablemente no se están recuperando de las perturbaciones producidas por los seres humanos. Es así que el carbono se ha acumulado en la biomasa de bosques amazónicos durante muchas décadas, pero los estudios recientes sugieren que la Amazonia suroriental se encuentra profundamente amenazada por la deforestación, la degradación de los suelos y los incendios, lo que está llevando a modificar el balance amazónico de carbono.
La evaluación de los datos disponibles sugiere que las tasas de calentamiento en la estación seca para la Amazonia suroriental podrían haber sido amplificadas por deforestación y degradación forestal. Se ha evidenciado que los aumentos en los incendios y en el estrés fisiológico y, la mortalidad y la descomposición de los árboles en esta zona están asociados con el aumento de la pérdida de carbono de la región. La evidencia ha demostrado la acelerada transición de los bosques de sumideros de carbono a fuentes emisoras del mismo al utilizar mediciones directas de gradientes a gran escala de concentraciones de CO2 atmosférico. El patrón general de deforestación, estaciones secas más cálidas y más secas, estrés por sequía, fuego y liberación de carbono en la Amazonia oriental constituyen una seria amenaza para el sumidero de carbono de este bosque tropical.
Así las cosas, vemos como la pérdida de bosque tropical amazónico potencia el calentamiento ambiental global y como este, sumado a las acciones humanas directas termina perturbando la estabilidad de la selva amazónica.