El presidente Iván Duque no sabe en qué está metiendo al país cuando menosprecia lo que acaban de hacer los excomandantes de las Farc al reconocer su responsabilidad en varios crímenes cometidos en estos años de guerra, entre los cuales está el de Álvaro Gómez.
Si lo supiera no habría pasado por encima de ese reconocimiento hecho por el partido Farc con la arrogancia con que lo hizo y en lugar de haberlo pordebajeado le hubiera dado la importancia que se merece. No solo los descalificó moralmente para que no entraran en el reino de la verdad, sino que de antemano dejó claro que no iba a aceptar ningún reconocimiento de las Farc ante la JEP porque para él ellos solo se merecen la cárcel. “Adjudicarse un crimen cuando ya hay garantías de que nadie va a pagar cárcel genera sospechas” fue su frase más generosa.
La historia detrás de esta decisión vale la pena conocerla porque, a diferencia de lo que dice Duque, resultó ser una prueba ácida para los excomandantes de las Farc que les puede costar la vida.
Ellos venían madurando la manera de contar esos secretos de la guerra, pero tuvieron que apresurar las cosas luego de que recibieron, a principios de este febrero, una carta firmada por Romaña con fecha del 20 de diciembre de 2019. En la misiva, Romaña, quien retomó las armas, les dice que ellos han traicionado el proyecto armado, que se quedaron con bienes y dinero que ahora ellos necesitaban para construir el proyecto armado de la segunda Marquetalia y los amenaza con contar secretos ocultos, entre los cuales estaba el asesinato de Álvaro Gómez.
La carta fue interpretada como una extorsión y aunque solo era firmada por Romaña se entendió que también era un mensaje que les enviaba Iván Márquez.
A las pocas semanas de haber recibido esta carta, coincidencialmente una muy molesta Piedad Córdoba empezó a trinar exigiéndoles a los excomandantes que en lugar de estar comiendo con Juan Manuel Santos le contaran al país lo que sabían sobre el asesinato de Álvaro Gómez. ¿Supo Piedad Córdoba de la existencia de esta carta? No lo sabemos. Lo cierto es que los excomandantes decidieron ir ante la JEP y presentaron la carta que todos conocemos. Y no se quedaron ahí. Carlos Antonio Lozada, en una entrevista en El Espectador, dijo que él mismo había dado la orden, adjudicándose individualmente ese crimen, cosa que no habían hecho antes.
Todo esto para decir que los excomandantes han tenido que asumir estos asesinatos en medio de una fuerte división entre los que le apostaron a la paz y los que se quedaron en la guerra, comandados por Iván Márquez; una división que se ha tornado en una guerra interna a muerte de la que poco se habla.
Es decir, por un lado Iván Duque los desprecia y los ningunea y no los baja de criminales; y por el otro, Iván Márquez en armas los extorsiona y amenaza con matarlos.
Es cierto que tienen que ir a la JEP a contar todo y con detalles. Y es cierto también que esta verdad tiene que ser contrastada. Pero si ayer les estábamos exigiendo que contaran sus crímenes ahora no los podemos castigar por hacerlo. La verdad que están empezando a develar importuna a muchos y les sirve a los que están sedientos de la guerra para patear el tablero del acuerdo de paz. Duque no les cree, pero les pide que dejen su curul porque han confesado el crimen. Lo cual demuestra que la verdad en este Gobierno solo alumbra cuando le conviene.
Iván Duque decidió que es mejor dejar todo quieto. Mover las aguas lo habría puesto en el predicamento de tenerle que explicar a la familia de Gómez Hurtado que su hipótesis en la que se señala como responsables de ese crimen al expresidente Ernesto Samper y a Horacio Serpa es tan infundada como la que estos últimos sostienen cuando aseguran que a Gómez Hurtado lo mataron porque se negó a participar en un golpe contra el Gobierno de Samper. Lo que prueba que a la verdad en Colombia la han secuestrado los intereses políticos, los egos, la manipulación política y la narrativa que nos dejó la guerra
.Si Duque tuviera agallas, en lugar de exaltar a la Fiscalía para que mantenga la competencia en una investigación que ha dado tumbos todos estos años, la hubiera cuestionado por su estruendoso fracaso. ¿Cómo así que pasaron cinco fiscales y ninguno de ellos investigó este cabo suelto pese a que José Obdulio Gaviria lo había revelado en una columna escrita en 2012 en la que contó que el destino le había hecho entrega de un diario de Marulanda en el que él asume la comisión de tan execrable crimen? Pero repito, Duque no hizo lo que debía hacer sino lo que le mandaba el manual. Y se fue en contra de la JEP, que es el único tribunal que ha permitido iniciar el esclarecimiento de ese crimen que la Fiscalía nunca pudo develar.
De no haber sido por la JEP, la Fiscalía estaría enfilando baterías para afianzar la hipótesis de la familia Gómez Hurtado, que es la que sí le resulta creíble al presidente. La verdad sobre lo sucedido en una guerra, cuando por fin aflora, puede ser tan peligrosa y desestabilizadora como la mentira. Sobre todo si las narrativas de la guerra siguen sin ser desactivadas por los interesados en que nunca salgamos de ella. Increíble que en eso estén aliados Iván Márquez e Iván Duque.