Si partimos de la base de que la función primigenia de la arquitectura es proteger a los seres humanos de las inclemencias del clima, y la segunda, consolidada muy poco después de que el Homo sapiens buscara protegerse de este, construir comunidad, sociedad, es así como estos dos requerimientos es lo primero que debe garantizar una ciudad productiva y funcional. Un buen diseño urbano genera contacto social, facilita la cultura e incentiva la creatividad y por supuesto no enferma a sus habitantes, ni física ni psicológicamente. Tenemos que este lugar llamado ciudad espacio destinado a la creación y la convivencia en óptimas condiciones de salubridad, debe ser construido garantizando que estos exigentes requerimientos de nuestros congéneres sean satisfechos, sin dejar nada al azar, como, por ejemplo, la arborización de nuestras ciudades, que en no pocos casos ha sido delegada a las aves y al viento. Así las cosas, en el diseño de las edificaciones, el clima ha sido y lo es cada vez más, un factor determinante en la construcción de viviendas y lugares de trabajo principalmente. Se cuentan por miles los libros, estudios y proyectos académicos que alrededor del mundo se han ocupado de maximizar la oferta arquitectónica en este sentido. No pasa lo mismo con el diseño de nuestras ciudades. Para tener una idea de lo que puede ser esta relación, hice una búsqueda en Google de las palabras “arquitectura bioclimática”, resultado 793.00 referencias y “urbanismo bioclimático”, 465.000 registros. Una diferencia de más del 70 por ciento en el interés de nuestros arquitectos y gobernantes en el control del clima en las edificaciones que en las ciudades del mundo. Para dar un ejemplo local, en el Plan de Desarrollo: “Un nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del Siglo XXI”, aprobado por el Concejo en mayo pasado, la palabra clima solo aparece cuatro veces en las 232 páginas, la palabra “climática” que siempre viene acompañada del binomio “mitigar crisis”, “Mitigar la crisis climática” tiene 129 menciones. Y el inminente cambio climático aparece 15 veces. El verbo “reverdecer” aparece 118 veces, en todos los casos referido a las anteriores menciones. Queda claro entonces que la acción principal para mitigar y controlar los efectos del clima, que en ningún caso se refieren directamente a la temperatura de confort de los seres humanos; estas dos palabras, temperatura y confort, no aparecen en ninguna parte del acuerdo, cuando es mediante el “reverdecimiento” de la ciudad, entendido como la arborización[1] y generación de zonas verdes, zonas verdes que, si se crean por ejemplo liberando zonas de la ciudad altamente densas o recuperando rondas de cuerpos de agua invadidos y arborizando de manera estudiada estas áreas, será sin duda una decisión acertada. Lo mismo será si se trata de crear zonas verdes amplias y limpias, muy escasas en Bogotá, excepto que sea una cancha de futbol. Qué pesar, con la falta que hacen. Bogotá es una ciudad fría, (13°C promedio), húmeda (80% de humedad relativa) y oscura (promedio de cinco horas de brillo solar al día)[2], de modo tal que si tenemos el reverdecimiento como estrategia principal para “mitigar la crisis climática”, esta definitivamente no será en beneficio del confort y en consecuencia de la productividad y la salud de los siete millones y medio de personas que aquí vivimos, y mucho menos del consumo de energía en la ciudad, pues aumentar indiscriminadamente la arborización de la ciudad lo único que logrará será hacer de Bogotá una ciudad cada vez más fría, más oscura y lo más grave, más húmeda. Los dos primeros efectos se podrán controlar parcialmente instalando en los inmuebles calentadores y luminarias en las calles; de la misma manera, el ya pobre alumbrado público de Bogotá deberá ser aumentado. En cuanto al control de la humedad y sus efectos, no nos quedará sino ir al médico. Ahora, otro componente fundamental en la búsqueda de un mejor aprovechamiento de las cinco horas de sol que tenemos en Bogotá y el manejo adecuado de los vientos, y con esto poder mitigar el frío clima bogotano, es el trazado de las calles, la disposición, altura y forma de las edificaciones, no solamente rara vez tenidas en cuenta en nuestro diseño urbano, sino que en no pocas oportunidades se han dictado normas urbanas absolutamente contrarias a lo indicado para la consolidación de unas características ambientales y sociales, adecuadas para el clima y la estructura urbana de la ciudad. Para la muestra tres botones, en tres puntos claves de la ciudad. El primero, un conjunto de Viviendas de Interés Social en Ciudad Bolívar[3], la más emblemática por sus características y populosa localidad de la ciudad; el segundo, en el centro internacional, en el área de influencia del Bien de Interés Cultural (BIC) más importante de Bogotá después de la plaza de Bolívar, que si fuera por la apropiación, diversidad, pluralidad, frecuencia de uso y significado para los bogotanos, bien podría ser el primero, el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera, y, el tercero, en la zona más emblemática de la Bogotá turística, las inmediaciones del que pareciera ser el único parque del norte de la ciudad, el angosto parque del Virrey. [1] Tiene como meta el Plan de Desarrollo la siembra de 804.000 “individuos vegetales.” [2]http://www.ideam.gov.co/documents/21021/418894/Caracter%C3%ADsticas+de+Ciudades+Principales+y+Municipios+Tur%C3%ADsticos.pdf/c3ca90c8-1072-434a-a235-91baee8c73fc Al parecer, partiendo de un muy mal entendido o mal manejado concepto de la ciudad compacta, se han construido y proyectado conjuntos de edificaciones francamente inapropiados para el desarrollo humano en la ciudad, en este caso por su forma, disposición y altura; esto, en cualquier lugar de la ciudad, como cuando los niños tiran sobre la mesa las crucetas del Jacks.[4] [3] Con iguales características los hay también en otras localidades, en la mayoría de los casos para Vivienda de Interés Social. [4]https://es.wikipedia.org/wiki/Matatenas En la localidad de Ciudad Bolívar, la más densa de Bogotá, se han construido conjuntos de hasta seis torres con una distancia entre ellas de seis metros y treinta y dos pisos de altura con ocho apartamentos por piso de menos de 36 metros cuadrados de área privada cada uno, sin tener en cuenta las implicaciones que para la convivencia y el clima tienen estas estructuras. ¿Qué construcción de comunidad puede haber en el pasillo oscuro de acceso a los ocho apartamentos de un piso ventisiete, a casi cien metros de distancia de la tierra? Apartamentos en los que se “acomodan” dos, tres y hasta cuatro personas. Es decir, en escasas dos hectáreas pueden estar “viviendo” 4.500 personas. ¿Cuál convivencia? ¿Cuál construcción pensando en la comunidad? ¿Cuál desarrollo social? ¿Qué clase de contacto se tiene con los vecinos, incluso con los miembros de la familia? Estos conjuntos y “apartamentos” no pueden ser sino generadores de malestar, incomodidad y disgusto, con las consecuencias que estos estados puedan traer en productividad y convivencia. Ahora el clima. El viento frío que en Bogotá viene del oriente, al encontrarse con una barrera sólida, para el caso una edificación, no para a descansar; por el contrario, lo golpea con una fuerza que tiene que ser prevista en los cálculos estructurales de estos edificios. Esa fuerza busca salida, hacia arriba hacia abajo,o hacia los lados del obstáculo, que mientras más alto y más cercano esté de su vecino, más afectado se ve por esta fuerza, por el efecto que llamaré ventilador, sobre la fachada y sobre el espacio circundante, que técnicamente se llama “efecto vénturi” o "canalización"; una aceleración creada cuando el aire tiene que pasar por un espacio estrecho, lo que crea microclimas más helados cuando la corriente desciende de los rascacielos hasta alcanzar el nivel de la calle. Si a esto le sumamos la sombra que producen estas estructuras sobre el espacio público y las edificaciones vecinas que —a tempranas horas de la mañana o al final de la tarde—, puede llegar a ser el doble de su altura, unos 200 metros sobre el suelo, el resultado en la disminución de la temperatura, en la ciudad y en las edificaciones vecinas, se sentirá con facilidad e incomodidad. El segundo ejemplo son los Planes Parciales de Renovación Urbana CAR–Universidad Libre.[5] Y, Plan Parcial (P.P.) Centro Empresarial Ecopetrol[6], situados en la manzana frente al Parque Nacional Olaya Herrera, que están en estudio en la Secretaría Distrital de Planeación, compuestos de cuatro torres, con altura entre treinta y cinco y treinta y nueve pisos. [5]http://www.sdp.gov.co/sites/default/files/v3_-_dts_formulacion_final_310719.pdf [6]http://www.sdp.gov.co/sites/default/files/dts_formulacion_final_0.pdf En el Documento Técnico de Soporte (DTS) del P.P. de Ecopetrol no aparecen las palabras temperatura o viento. En el correspondiente al DTS Car-Universidad Libre aparecen tres veces cada una, referidas a la arborización, en menciones tan confusas como que la arborización “detiene los vientos fuertes” cuando sabemos que el viento no se detiene, aumenta su velocidad, cambia de rumbo o, cuando su fuerza es asumida por el árbol,llega a derribarlo. Otra mención curiosa, por decir lo menos, es que para mitigar los “fuertes vientos, evitar trabajar en las zonas en las que la población circundante se encuentre expuesta”. ¡Plop! También dice este D.T.S que “la sombra de los árboles ayuda con la temperatura del aire y del suelo.” Lo que no precisa es que ayuda a bajar la temperatura, que es justamente lo que se debe evitar en Bogotá. Aun cuando no tiene impacto sobre el clima, no puedo dejar de mencionar la devastadora consecuencia que sobre la imagen de la ciudad tendrá estas cuatro torres de más de 120 metros de altura en la perspectiva de nuestros cerros tutelares, sin duda, la característica más valiosa y emblemática del paisaje bogotano. Simple y llanamente quedarán escondidos detrás de los edificios. No quiero decir “se los dije”, al mejor estilo del arquitecto Willy Drews. Que no pase lo que ha pasado en Bogotá y otras ciudades del país. Que nos demos cuenta antes de los estragos que causa al urbanismo una edificación o un conjunto inadecuadamente planeado. Que no pase lo mismo con el Parque Nacional, que se den cuenta de que se va a quedar sin sol y se va a volver húmedo, frío e inhóspito una vez construidas las cuatro torres. Se convertirá en un espacio abandonado a merced de la delincuencia, al mejor estilo de la Ciudad Gótica de Batman. Los primeros perdedores serán los ocupantes del flamante Plan Parcial. Se los dije. El tercer ejemplo es el Plan Parcial Proscenio en las inmediaciones del cotizado Parque del Virrey, cuya construcción tendría los mismos efectos devastadores sobre el clima y la convivencia que los dos ejemplos mencionados, causados por el desconocimiento total del impacto de la localización de los volúmenes y sus alturas con respecto a la asoleación y a los vientos. Amén de otras consecuencias para el desarrollo del sector y de la ciudad, que de tiempo atrás vienen advirtiendo a la comunidad y el prestigioso catedrático y conferencista internacional en temas de urbanismo Mario Noriega. Mejor le fue a José Arcadio Buendía con el trazado de Macondo: “Había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegar al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía sol más que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz…”. No nos podemos llamar a engaños: el único responsable del desarrollo urbano es el Estado, y hago esta aclaración porque con frecuencia se acusa a los constructores o a los curadores de los desastres que a diario vemos en nuestras ciudades. Error. Error repetido con insistencia e ignorancia con mucha frecuencia por periodistas, y de ahí para abajo, sin que por supuesto el Gobierno salga a corregir o a aclarar. Obvio, los funcionarios públicos, no lo hacen porque no les conviene, quedarían en evidencia, algunos por ineptos y otros francamente por corruptos dictando normas urbanas en beneficio propio o de terceros a cambio de prebendas. Ya es hora de que como lo dijo el arquitecto y académico Fernando Montenegro en 2006, en documento editado por el Consejo Profesional de Arquitectura y profesiones Auxiliares, ‘Reflexiones sobre ética profesional‘, que la ciudadanía tenga plena conciencia de esto y se proceda de conformidad. Dice Montenegro: “A nadie le han suspendido la matrícula por elaborar mal un plan de ordenamiento territorial; la ley debería incluir amonestaciones para acciones que como estas afectan directamente toda una ciudad y sería importante amonestar a los arquitectos que manejan de forma errada este tipo de políticas tan fundamentales.”[7] De modo tal que el planeamiento, el diseño, el ordenamiento y definición territorial de un conglomerado urbano o rural son de las pocas responsabilidades que ni el más extremo de los sistemas de gobierno puede delegar. Está al nivel de la seguridad nacional, la emisión de la moneda y la política internacional. Es hora de que tomemos conciencia de ello y lo exijamos al momento de elegir a nuestros gobernantes. [7]https://cpnaa.gov.co/sites/default/files/docs/Reflexiones_interiorespdf2015SPL2.pdf