Javier Vásquez manejaba un Impala nuevo, con apenas 500 millas, alquilado a Hertz, en una carretera de New Hampshire cerca a Laconia. Eran las seis y media de la tarde. Había terminado su jornada como auditor de una compañía de alimentos de Puerto Rico llamada Matosantos, que vende frutas frescas congeladas a Walmart con la marca Campoverde. Las frutas vienen de Chile y Costa Rica. Javier visitaba las tiendas de Walmart en distintos estados para adiestrar el personal y verificar que las frutas llegaran correctamente.

En cinco años había visitado 3.000 tiendas de Walmart. Un conductor que venía por el carril contrario saltó al de Javier e impactó de frente el Impala a 90 millas o 145 kilómetros por hora. Ese conductor estaba borracho y drogado, como reveló luego el examen de sangre, y era perseguido por la policía, pues iba al volante de un vehículo robado. Era un mexicano indocumentado que falleció unos días después. Los bomberos se demoraron unas dos horas en extraer a Javier del carro. Como se estaba desangrando por una pierna, le aplicaron un torniquete con un aparato a control remoto. Estuvo unas tres horas en una clínica de Laconia, donde lo estabilizaron. Luego lo llevaron en un vuelo de una hora en helicóptero al hospital Dartmouth Hitchcock en Lebanon, New Hampshire.

Javier recuerda que aunque se activaron las bolsas de aire y le protegieron la cabeza, tenía la aorta como una morcilla, tres costillas entraron al pulmón y todas las vértebras del cuello quedaron fracturadas. El fémur de la pierna izquierda se quebró por la mitad, subió al estómago y rompió la pleura. El esófago quedó aporreado. En la pierna derecha sufrió fractura abierta de la tibia y el peroné, con daño en la arteria y la vena. Ambas piernas tenían laceraciones como si lo hubieran quemado. Pero Javier tuvo suerte. Más o menos a la hora en que llegó en helicóptero empezaba turno el doctor Eric Martin, un médico especializado en trauma que atendió soldados en Irak. Martin y cinco médicos más operaron a Javier durante 12 horas. Javier dice que no se acuerda del choque ni de las horas subsiguientes. Despertó dos meses y medio después. Su hija Patricia, que es cantante de ópera, iba al hospital y le cantaba boleros y canciones colombianas. Un día, Javier empezó a ver recipientes de lona como los que usan en las oficinas de correos en los Estados Unidos y dijo: Rayos, ¿qué hago yo en el correo? Patricia exclamó: Papito, despertaste. Los recipientes eran los que usan en los hospitales para la ropa de cama.

El doctor Eric Martin fue a ver a Javier y le dijo que su gordura le había ayudado a amortiguar el choque. Javier, que mide 1,80, estaba pesando 330 libras, o 150 kilos. Llevaba su propio airbag. El accidente ocurrió el 31 de mayo de 2018. En ese momento tenía 65 años. Javier nació en Medellín. Estudiamos juntos en el colegio de los jesuitas. Allá lo llamaban el gordo Vásquez. Como Javier se marchó a los Estados Unidos hace medio siglo, nos comunicamos esporádicamente, o como dicen en Italia, ogni morte di papa, cada muerte de papa. Hace unos días me llamó a contarme del accidente, a decirme que está vivo de milagro y que después de mucho tiempo en silla de ruedas y de fisioterapia intensiva puede caminar y también pescar, que ha sido siempre su pasatiempo favorito. En la pierna izquierda tiene, de por vida, una varilla de titanio con tres tornillos. En el pie derecho lleva 33 tornillos. Me contó también que en 2013 él, su mamá Margarita Calle y su papá, el médico Gonzalo Vásquez, visitaron el Vaticano y saludaron al papa Francisco en la audiencia de los miércoles. Gonzalo le dijo al papa: “Santo padre, usted no sabe lo que yo he cuidado a esta mujer”.

El papa, que acababa de tomar mate con unos argentinos y que quizá adivinó las travesuras del antioqueño, soltó la risa y le respondió: “Yo sí sé quién ha cuidado a quién”. Margarita le contó al papa que ella visitó durante años a sacerdotes ancianos que pasan sus últimos días en el Hogar Pedro Pablo Isaza que la Curia tiene en Medellín. El papa sacó de la sotana una camándula y se la regaló a Margarita. Cuando Javier inició el trabajo que lo obligaba a manejar grandes distancias en carro para visitar las tiendas de Walmart, Margarita le entregó la camándula. Javier la tenía colgada del espejo del Impala el día del accidente. Cuando despertó, la policía se la devolvió junto con el celular. Las varas de pescar que Javier llevaba en el baúl del carro se perdieron junto con papeles de trabajo. El carro fue vendido como chatarra. El rosario del papa estaba intacto.