Tres libros, aparecidos en 2023, exponen tesis contrarias a las abanderadas por el actual Gobierno. A la energética, de rebaja en producción y exploración de petróleo; a la de comercio internacional, reforzada por la Alianza para la Prosperidad de 11 países de América con TLC con Estados Unidos, y a la económica, sin rumbo cierto.
El primero: Vaclav Smil, autoridad en energía, en Cómo funciona el mundo, dice que las realidades no se entienden con descripciones cualitativas (carreta), que las cifras dan “un punto de vista cuantitativo y más detallado de la energía”. En 2020, cada habitante del planeta disponía de 34 gigajulios, equivalentes a seis barriles de petróleo, causa de privilegios modernos y más en los países prósperos.
Smil afirma que “diferentes fuentes” no sustituyen “unas por otras sin esfuerzo”. No es igual la generación de un reactor nuclear, que opera 90 por ciento del tiempo, a una turbina de viento, que lo hace al 45 o a un panel solar al 25, e igual con la eficacia y facilidad de almacenamiento, mayores en los hidrocarburos. La electricidad quintuplicó la generación entre 1970 y 2020, con 16 por ciento de origen hídrico, el 7 en eólico y solar y el 66, dos terceras partes, a carbón y gas natural.
Resalta el rol del nitrógeno en la producción alimentaria y los “costes energéticos” del pollo, el pan, los tomates, el pescado y el marisco, para que quienes “no comprenden cómo funciona realmente nuestro mundo”, que predicen “rápida descarbonización… quedarían atónitos si supieran que nuestra situación no puede cambiarse de forma rápida y fácil”, que “seguiremos comiendo combustibles fósiles”, “en forma de pescado o barras de pan”, por décadas. Lo mismo asevera sobre cemento, acero, plásticos y amoníaco, y acompasa –en la globalización– los avances en microchips con los motores a hidrocarburo, que cuadruplicaron la capacidad mercante, buques que cargan 23.756 contenedores.
Duda que la “descarbonización” llegue en 2050, si acaso el cero neto, al restar las acciones reparadoras de las emisiones totales, “no será un abandono repentino del carbono fósil, ni siquiera su rápida desaparición, sino más bien una reducción gradual”. Invoca a evaluar “de manera realista los pasos que podamos seguir para minimizar el alcance del calentamiento global”.
El segundo: Economía comestible, del economista heterodoxo de Cambridge, Ha-Joon Chang, que cae como balde de agua fría al entusiasmo de Petro con la alianza comercial continental, esa resurrección del fallido Alca, que promueven con Biden países con TLC con Estados Unidos, reunidos en Washington el 3 de noviembre venidero. Chang repasa la economía política de este libre comercio. Que las diferencias en la productividad no son por razón cultural ni pereza, sino porque los débiles trabajan con tecnologías atrasadas y para adquirir las avanzadas necesitan una industrialización que exige protección, financiación especial y apoyo gubernamental, o, si son empresas transnacionales, regularlas con requisitos como la obligatoria transferencia tecnológica. Chang recuerda las tesis de la “industria naciente” de Hamilton, hoy proscritas, ya que el éxito empresarial requiere del Estado, como en Corea del Sur, Singapur, Irlanda, Taiwán y China.
Cuestiona a Filipinas, cuyas exportaciones electrónicas no incrementan la renta por habitante, porque las compañías extranjeras producen en “enclaves”, con trabajadores baratos e insumos importados, y también a los países poderosos, que moldean el comercio “en beneficio de sus intereses”. ¡Ojalá no sea el tipo de alianza que cocinan!
El tercero: Desequilibrio, equidad y prosperidad, de Eduardo Sarmiento, quien ha expuesto con suficiencia las teorías contrarias al neoliberalismo. Ratifica esa posición crítica, pero enseña que el desequilibrio actual proviene de un exceso de demanda sobre la oferta, “economía de oferta”, la define. ¿Cuál es la causa? El deterioro del ahorro, del que depende la inversión y la ocupación que, por 30 años de aperturas y la recesión del covid, pasó del 21 por ciento del PIB en 2018 al 15,5 en 2023 (FMI).
“Declina el ahorro y la producción cae” y con ella “el empleo”. Como “el crecimiento y la distribución del ingreso no son separables”, no puede lograrse uno a cambio del otro. Antes solo importó lo primero y trajo una desigualdad vergonzosa, ahora, que “pretenden subir el salario bajando el ahorro, lo cual es un contrasentido”, no funciona la teoría de Keynes de incentivar la demanda, agrava el desequilibrio. Las acciones inmediatas para elevarlo son bajar las tasas de interés y una política comercial que abarate las exportaciones con devaluación y corrija el déficit externo.
“La teoría es gris, amigo mío, pero el árbol de la vida, eternamente verde” (Goethe).