Venezuela desde su separación de Colombia en 1830 y hasta 1959, durante casi 130 años, tuvo solamente unos cinco años de gobierno civil. Desde el regreso definitivo a la democracia con Rómulo Betancur en 1959, hasta la llegada al poder del comandante Hugo Chávez en 1998, con frecuencia se presentaron en Venezuela conjuras, amenazas, complots y levantamientos militares, hasta el punto que “El Barcelonazo”, “El Carupanazo”, “El Porteñazo”, “El Guairazo”, eran hechos de común ocurrencia en el devenir del país. Para no hablar del “El Caracazo” en el que el presidente, le debió a su Ministro de Defensa del momento, la permanencia en el cargo.   El “madurismo” es la continuación del régimen de Hugo Chávez que, aunque llegó a la presidencia en 1998 por la vía democrática hace veintiún años, tuvo un carácter netamente militar. Ahora, es un hecho que Maduro para mantenerse en el cargo, ha tenido que parcelar el poder entre militares en servicio y en retiro. Esa condición de prevalencia de los militares que ha caracterizado a Venezuela durante cerca de 190 años, ha llevado a que progresivamente, no sólo hayan recibido privilegios y prebendas especiales, sino a que paulatinamente asumieran un rol definitivo en la política exterior, en la economía y en la vida política país. Hasta el punto que cualquier decisión fundamental sobre estos aspectos, que no cuente con el visto bueno militar, seguramente no progresará. Por tal razón mientras esa práctica se prolongue bajo cualquier gobierno futuro, sea o no el de Guaidó, la democracia venezolana difícilmente podrá consolidarse.  Venezuela no puede quedar estacionada en el tiempo en un momento en el que la mayor parte de los países que estuvieron regidos por dictaduras militares, esa amenaza se ha ido definitivamente disipando. En la hermana república, la intervención de los militares en el tema de las relaciones con Colombia, por ejemplo, siempre ha prevalecido y ha estado desde hace muchos años enmarcada dentro hipótesis de un conflicto armado. Desafortunadamente algunos personajes que han ocupado altas posiciones en la vida política venezolana no tienen reticencia alguna para incitar y proferir por el micrófono todo tipo amenazas. Ojalá que la actitud generosa que ha demostrado Colombia al acoger a centenares de miles de venezolanos en esta tremenda crisis por la que atraviesa el país, sirva para que los que han mantenido la desconfianza y prevención hacia nuestro país, modifiquen su criterio. Si las relaciones entre los dos países volvieran al apogeo que alcanzaron en todos los aspectos en 1990 después de la Declaración de San Pedro Alejandrino, sin prevenciones y con propósitos comunes, sería un gran triunfo para la democracia y la paz. (*) Profesor de la facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario