Por motivos profesionales, viajo con frecuencia a El Salvador y he sido testigo de los cambios positivos y ejemplares que ha liderado el presidente Nayib Bukele junto a su equipo de gobierno. Estos avances no se limitan solo al trabajo de los ministros y funcionarios del Ejecutivo, sino que también cuentan con el apoyo y compromiso de la Asamblea Nacional, liderada por su presidente Ernesto Castro, así como del sistema judicial, que ha respaldado firmemente cada una de las políticas implementadas durante el primer período de gobierno.
Este primer mandato se enfocó principalmente en recuperar la seguridad de un país que estaba dominado por las Maras y que —como mencioné en una columna anterior— figuraba entre los más peligrosos del mundo. En tan solo cinco años, El Salvador ha pasado a ser uno de los países más seguros, lo que permite al presidente Bukele, sin descuidar la seguridad y la convivencia, concentrarse ahora en establecer políticas económicas y de inversión. Estas políticas, al finalizar su segundo mandato, posicionarán a El Salvador como una de las naciones con mayor crecimiento y seguridad jurídica, atrayendo así a inversionistas de todo el mundo a este pequeño país centroamericano.
Antes de explicar algunas de las políticas económicas, es importante recordar la historia del conflicto en El Salvador, que guarda similitudes con el que enfrentamos actualmente en Colombia. En 1992, El Salvador alcanzó un acuerdo de paz tras un prolongado conflicto que enfrentó a grupos guerrilleros y a los gobiernos de la época. Sin embargo, estos acuerdos no lograron los resultados esperados, ya que ninguno de los gobiernos posteriores a la firma consiguió alcanzar la paz verdadera. Solo con la llegada del presidente Bukele y sus políticas de seguridad se ha logrado El Salvador que conocemos hoy.
Aunque se firmaron los acuerdos de paz, su implementación, que incluía reformas políticas y sociales, no cumplió con las expectativas, lo que generó desconfianza y frustración en diversos sectores de la sociedad, situación similar a la de Colombia. Además, la falta de justicia para muchos de los crímenes cometidos durante la guerra civil impidió que se abordaran adecuadamente las violaciones de derechos humanos. A pesar de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, muchos de los responsables no fueron procesados, perpetuando así un clima de impunidad, al igual que en Colombia.
En el ámbito político, la polarización que condujo a la guerra civil continuó tras la firma de la paz, dificultando la creación de un ambiente de cooperación y reconciliación, nuevamente un paralelo con la situación colombiana. El fracaso en la implementación del acuerdo de paz facilitó el surgimiento de las Maras, grupos criminales que se apoderaron del territorio y convirtieron a El Salvador en un país inviable. No fue hasta la llegada de Bukele que, con una acción coherente y firme, logró restablecer el orden y colocar la delincuencia en su lugar. Hoy, tras su primer mandato, los resultados son contundentes: la institucionalidad y la autoridad son respetadas por todos los ciudadanos salvadoreños.
Esta situación contrasta con la actual política de paz en Colombia bajo el presidente actual, quien, en su afán por entregar el país a sus aliados de la “paz total”, ha dejado nuestra democracia en cuidados intensivos, con una institucionalidad débil y una democracia en peligro.
Analicemos la situación económica actual en El Salvador, que ha captado la atención de inversionistas de todo el mundo, convirtiéndose en una prioridad en sus agendas de crecimiento para los próximos años. Durante su discurso de posesión para el segundo mandato, una de las frases del presidente Bukele ofreció claridad y confianza tanto a sus compatriotas como a los inversionistas internacionales sobre las prioridades de su gobierno en el próximo quinquenio: “Ahora que arreglamos lo más urgente, que era la seguridad, vamos a enfocarnos de lleno en los problemas importantes, empezando por la economía”. Y así ha sido. El Salvador está en camino de alcanzar un crecimiento económico del 4 % en 2024, impulsado por el aumento de la inversión privada y el turismo.
Este crecimiento ha sido posible gracias a decisiones audaces en políticas fiscales. Con el respaldo unánime de la Asamblea Nacional, el presidente Bukele aprobó una ley que exime de impuestos a las empresas tecnológicas por hasta 15 años. Aunque esta medida fue criticada por algunos que argumentaban que los beneficios no deberían limitarse a este sector, Bukele comprendió que posicionar a El Salvador como un referente global en tecnología podría reducir rápidamente la dependencia de las remesas enviadas por la numerosa diáspora salvadoreña en el exterior, especialmente en Estados Unidos, España e Italia.
El presidente es coherente en su visión: al apostar por el sector tecnológico como eje de la economía salvadoreña, los resultados de crecimiento permitirán diversificar la economía y disminuir la dependencia de industrias vulnerables. Además, al establecer a El Salvador como un centro tecnológico, se atraerá y garantizará la inversión extranjera. Bukele sabe que estas empresas ofrecen capacitación y empleos bien remunerados para los ciudadanos, impulsando la economía local y generando resultados a corto y mediano plazo. Esto fomentará la innovación y hará que El Salvador sea más competitivo a nivel global, al tiempo que asegurará que las nuevas generaciones desarrollen las habilidades y conocimientos necesarios para enfrentar los desafíos del futuro.
El presidente Nayib Bukele está demostrando de manera coherente que, tras el sacrificio de sus ciudadanos, El Salvador, al finalizar el actual periodo presidencial, se posicionará como uno de los países del mundo con economías basadas en el conocimiento y la tecnología, marcando un camino viable hacia el desarrollo sostenible y el crecimiento económico. Además, con políticas de desarrollo en turismo y agricultura, Bukele respalda su afirmación: “No estamos solamente cambiando un país, estamos cambiando un paradigma”. Como él mismo explicó, “Poco a poco, empezamos a crear algo mucho más significativo: un espejo donde toda Latinoamérica se ve ahora”.
Ojalá que Colombia, en 2026, logre salir del laberinto en que nos dejará el presidente Petro, y comprendamos que, con coherencia, como lo ha hecho el presidente Nayib Bukele, es posible sacar adelante un país que alguna vez fue inviable, tras un proceso de paz fallido y una nación dividida. Hoy, gracias a políticas coherentes, El Salvador es un ejemplo no solo para América Latina, sino para el mundo.