Ocurrió dos minutos antes del comienzo de la misa del Papa en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. Súbitamente Andrés Carrión Álvarez, licenciado en rehabilitación ocupacional de 38 años, levantó la voz y gritó fuerte y claro “Abajo el comunismo”. Dos miembros del servicio de seguridad del estado vestidos de civil saltaron entre los feligreses, tomaron violentamente al inconforme por los brazos y lo arrastraron fuera de la concentración. Carrión, inmovilizado y en completo estado de indefensión, empezó a recibir repentinamente una golpiza. Un hombre  le asestó una cobarde bofetada. El agresor vestía los emblemas de la Cruz Roja y llevaba en la mano una camilla metálica. La misma camilla que usó para golpear una vez más al indefenso que se atrevió a manifestar su inconformidad. ¿Por qué un socorrista, o alguien vestido como tal, participa en un atropello contra los derechos humanos? ¿Es el hombre un miembro verdadero de la Cruz Roja? ¿O acaso los servicios de seguridad de Cuba están suplantando al organismo humanitario para disfrazar a sus agentes? (Ver abajo video camillero) Los protocolos de Ginebra consagran como delito internacional el uso de emblemas humanitarios -y específicamente de la Cruz Roja- en actividades militares o represivas. Esta norma de validez universal se fundamenta en la necesidad de preservar la neutralidad del organismo de socorro en cualquier contienda interna o en situaciones de guerra. Ese deber, universalmente reconocido, por desgracia para el derecho humanitario y para la misma credibilidad de la Cruz Roja, se ha ido convirtiendo en letra muerta y aún peor en rey de burlas en muchas partes del mundo. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que es el llamado a entablar los procesos internacionales por el abuso de sus símbolos, ha optado por hacerse el de la vista gorda cuando las fuerzas de seguridad de los estados usan su emblema para disfrazarse, camuflarse o transportar armas. Los casos que deberían ser trasladados a la justicia internacional se quedan en pequeños comunicados sin consecuencia alguna. Esta no será la excepción. Es más, el Comité Internacional de la Cruz Roja no habría dicho una palabra si los periodistas no hubieran preguntado por el vergonzoso caso del socorrista agresor. La primera reacción fue decir que el CICR no operaba en Cuba y que no tenían comentarios sobre el tema. Con el paso de las horas, la Federación Internacional de la Cruz Roja Internacional para Cuba, Haití y República Dominicana, salió al quite señalando que “tenían mucha preocupación por el uso del emblema y lo fuerte que son las imágenes que nos han llegado desde Cuba”. Un día después, el CICR publicó en Facebook un tímido mensaje refiriéndose a los acontecimientos “donde se observa a una persona portando el emblema de la Cruz Roja agrediendo físicamente a otra persona”. Allí dicen que reprueban el hecho y que “ya se están haciendo gestiones para aclarar estos acontecimientos”. Dentro de unos días, cuando la mayoría se olvide, el CICR esperará a que crezca el musgo sobre los hechos para no reclamar.   En Colombia ha sucedido al menos dos veces. Uno es el de la Operación Jaque. La explicación pueril para ese caso fue que uno de los militares se puso nervioso en medio de la operación y decidió ponerse el peto de la Cruz Roja para tranquilizarse.  El CICR validó la respuesta, con un cordial comunicado, aunque existen fotos previas a la operación que muestran que el peto estaba en el pecho del militar antes de que despegara el helicóptero que trajo a la libertad a los quince secuestrados. Un rescate que seguimos celebrando aunque sea necesario repetir, de vez en cuando, la pregunta sobre el fin y los medios. El otro hecho sucedió en 1996, durante las marchas de protesta de los cocaleros en el Caquetá. En esa ocasión, la Policía usó una ambulancia marcada con emblemas de la Cruz Roja para transportar y repartir granadas de aturdimiento que usaron contra los manifestantes. (Ver abajo video Florencia 1996) Cuando eso sucedió los voceros del CICR aseguraron que iniciarían un proceso internacional por ese acto de perfidia violatorio del derecho internacional humanitario. Dieciséis años después del enérgico anuncio, no hay ninguna noticia sobre el proceso. Camillero  Florencia 1996