En medio de mis historias trabajando en cafés de vez en cuando como parte de leer una historia de los comportamientos y hacer una lectura de la humanidad que me rodea, desde un punto de vista más realista, escuché una conversación de dos desconocidos que terminó en discusión hace algunos días.
Se trataba de un hombre y una mujer sentados en la mesa del lado donde yo estaba. Primero pensé que eran pareja (por ese sesgo tonto que nos automatiza un pensamiento de relación romántica cuando vemos a dos seres con cierta armonía y estandarización), pero al rato me di cuenta de que trabajaban juntos.
Ella le reclamaba por que él era desorganizado y no solo no le había enviado lo que ella pidió, sino que lo había mandado en el archivo equivocado. Según la versión de la mujer, el archivo no servía porque no estaba como ella lo había pedido. En realidad, se veía bastante molesta, pero trataba con gran esfuerzo de disimularlo.
Reconozco que en este momento decidí tomarme un break y pedí otro cappuccino, pero no me iba a quedar con las ganas de escuchar la respuesta del ser masculino de la mesa siguiente. Él la miraba con una sonrisa y le decía, pero cálmate, cálmate. Lo cual hacía que ella cada vez pareciera más molesta.
Hubo un repentino silencio. Él le dijo, ¿me permites explicarte? A lo que ella -por supuesto- dijo que sí. Según él, ella nunca le dio una fecha clara, le dijo que podía mandarlo el viernes, pero como él estaba en la reunión regional decidió asumir que ella entendería si lo mandaba el lunes. Agregó que no entendía por qué le molestaba su formato si era “más claro” y más práctico.
La verdad cada uno daba sus puntos y la cosa se estaba demorando. Tenía que conectarme a una reunión, así que me perdí gran parte de la discusión posterior, pero lo que si vi con claridad es que el uno y el otro se echaban la culpa y pensándolo bien los dos tenían razón… o ninguno tenía.
Después de cuatro cafés que vi que seguían aterrizando en la mesa terminaron llegando a algo. Pues eso me pareció, pero dijeron que era mejor hablar con el jefe. Lo que entendí es que ninguno de los dos cedió y ambos se fueron convencidos de tener la razón.
¿Les suena familiar esta escena? Cuántas veces insistimos en tener la razón. Creemos que nuestra verdad es la única real y objetivamente la verdad es tan relativa que nos quitaríamos mucho peso de encima si dejáramos de pensar que mi percepción del mundo es la única válida.
No es tan fácil encontrarte con seres que quieran construir en entender sus propios errores. El ego nos habla de manera permanente y nos manda esos saboteadores que nos dicen al oído que no escuchemos razones.
¿Por qué nos cuesta tanto entender las razones de los demás? Quizás porque navegamos en nuestras propias creencias y nos gusta pensar que no hay riesgo de equivocación si controlamos todo. Mi formato es mejor, mi fecha es la adecuada, mi reunión es más importante, por ejemplo.
Un buen líder tiene que estar abierto a que las cosas no le salgan del todo bien. Debe entender que hay riesgos, momentos buenos, momentos malos, gente que lo quiere y gente que no lo quiere. No se puede esperar ser el más popular, pero tampoco debería ser el más odiado. Simplemente entender lo humanos, vulnerables y “equivocables” que somos.
Quítate un peso de encima y no quieras tener siempre razón. Me han dicho un millón de veces que quizás hay que dar todas las batallas. Tal vez es tiempo de hacerlo, y tú, ¿cuántas veces más vas a sentir que tienes la razón? Quizás la tengas… quizás el otro también.
Creo que deberíamos corregir esto entre los dos… ¿Qué propones?