El inicio del documental El testigo, que expone el trabajo periodístico que ha realizado Jesús Abad Colorado sobre la guerra en Colombia, está compuesto de una de las historias que marca un precedente sobre millones de otras situaciones en las que la traición ha borrado lo que alguna vez fue noble. Abad se encontró con que la última clase en la escuela de Alto Bonito, Dabeiba (Antioquia), en la que habían asesinado 14 soldados en mayo de 1992, había sido de religión, y la historia de Caín y Abel estaba copiada en el tablero.
Caín, debido a la envidia por su hermano, manchó con su sangre la tierra labrada por Abel, ocasionado la furia de Dios: “Cuando labres la tierra, no te volverá a dar sus frutos; errante y extranjero serás en ella”. Con el pasar del tiempo, Caín no solo representa deshonor, sino también cómo lo que se ha conseguido con deshonor vuelve extranjero a cualquiera que pretenda gobernar dicha tierra.
Desde sus orígenes, los antiguos griegos también hablaban de la honra y de la virtud. Para ellos, el honor de una persona no dependía de sí misma, sino de cómo era percibida y evaluada por los demás. De hecho, el sustantivo griego time no solo significaba valor o aprecio, sino también la buena imagen que un ciudadano de la polis, un guerrero o un héroe, mantenía de cara a los demás.
En ese orden de ideas, ser visto era un honor en la cultura griega. La implicación de no cometer actos por debajo de cuerda estaba directamente ligado a ser objeto de atención. Quien construía su vida en el secretismo era menos honroso que el que no tenía nada que esconder. El honor, reconocido por la gente que lo admiraba, reluce por la virtud de sus acciones, no por las mañas que pretende disimular.
Por lo tanto, la time era el honor que se recibía en el ágora por no tener nada que ocultarle a dicho escenario. Las miradas de los ciudadanos eran las encargadas de engrandecer los méritos o de manifestar desconfianza de quien tenían adelante. Perder la reputación propia demostraba la incapacidad de responder, con honradez, una determinada situación. Perder la cara de aquellos que observaban era sinónimo de haber alcanzado un fin por medios deshonrosos.
En la cultura griega exaltan el honor del guerrero, entre más apegado esté a los principios intocables de su formación. Quien les dé la espalda a esos principios pierde la honra que algún día mereció ser aplaudida por otros ciudadanos. Así como Caín perdió su cara frente a Dios, la ambición también puede hacer perder la cara a muchos otros ciudadanos de la polis que terminan siendo extranjeros de ella.
Definitivamente, para ámbitos sociales, nunca será en vano acudir a los antiguos griegos y su cultura llena de virtud, grandeza y criterio.