Qué tienen en común una pareja de profesionales a punto terminar su doctorado, empleados en universidades privadas, con dos niños en edad escolar, a quienes el Fondo Nacional del Ahorro les niega un préstamo para comprar casa porque exceden el nivel de endeudamiento; con mi colega de 23 años, con maestría de la mejor universidad de Colombia, endeudada de por vida con el Icetex, que hoy devenga la mitad de lo que se gana otro profesional, con su misma formación en la misma empresa, porque a algún genio se le ocurrió que era un buen negocio contratar a alguien joven por la mitad de la plata; y mi empleada, que trabaja en un hotel, en donde antes era mucama, hasta que despidieron a todos los empleados y ella terminó sola cubriendo los oficios de aseo, mensajería y otras labores agregadas en lo que hoy son 25 “Aparta Suits”; y su esposo, que todos los días viaja del sur al norte de la ciudad para recibir 23.000 pesos por 12 horas de trabajo, que pueden ser 13, 14 ó 15, sin contrato y con “liquidación” diaria. Todos tienen en común que son buenos ciudadanos y trabajadores, son dinámicos, inteligentes, le aportan al país y sin embargo sienten que están estancados sin poder avanzar a una vida mejor porque trabajan para una economía que no funciona bien, que es sumamente inequitativa y desigual.    Pese a que la encuesta de Comunicación y Participación Política 2012 que realiza el Centro de Investigación en Comunicación Política (CICP) de la Universidad Externado de Colombia revela que el 78 % de los colombianos quiere absoluta equidad en la distribución del ingreso, y sólo el 5 % acepta la inequidad extrema que se presenta en nuestro país, pocas personas comprenden la magnitud de la misma y el impacto que esto tiene en la vida cotidiana de las personas.  No sólo se trata de las escandalosas cifras que nos indican que el 10 % más rico en Colombia se lleva la mitad del Producto Interno Bruto, mientras que el 10 % más pobre apenas tiene el 0,6 %. De lo que se trata, en el fondo, es que una sociedad inequitativa, es también una sociedad menos democrática.   Un análisis más detallado sobre el tema de la desigualdad debe llevarnos a pensar que, en una democracia inequitativa, la política también tiende a ser inequitativa y esta última, por tanto, tenderá a un desarrollo económico desequilibrado entre los distintos sectores sociales, a favor de los más ricos.  Esto explica por qué en Colombia el problema de la desigualdad aumenta en lugar de disminuir, trayendo consecuencias nefastas no sólo para la clase media y baja, también para el desarrollo y eficiencia del país y de la sociedad en su conjunto.No en vano el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, en su libro “El precio de la desigualdad” advierte la consecuencias que deben pagar los países inequitativos ya que este tipo de sociedades no funcionan de forma eficiente y no son sostenibles a largo plazo. Según el autor, “cuando los más ricos utilizan su poder político para beneficiar en exceso a las empresas que ellos mismos controlan, se desvían unos ingresos muy necesarios hacia los bolsillos de unos pocos, en vez de dedicarse al beneficio de la sociedad en general”.  Esto ocasiona un círculo vicioso en el que los ricos son más reacios a gastar el dinero en necesidades comunes, o en educación, porque claro, ellos pueden pagar colegios y universidades privadas, ir al club en lugar del parque público y pagar medicina prepagada para no tener que hacer fila en el POS, y al hacerlo, la sociedad se divide más.La inequidad también tiene consecuencias mucho más tenues y macabras. La educación mercantilizada hace que las familias se endeuden en universidades con ánimo de lucro que no garantizan una educación de calidad para conseguir un empleo con el cual devolver el préstamo una vez se termina la carrera; las familias que deben trabajar por más horas en cualquier cargo extra no tienen tiempo calidad con sus hijos; las empresas extractivas acaban con los recursos naturales sin que se les imponga un costo por el daño causado al medio ambiente y lo más importante, cuando hay desigualdad se descuida el más valioso recurso: el ser humano, en su forma más productiva posible, pues la manera como las empresas tratan a sus trabajadores -incluyendo cuánto les pagan– afecta la productividad, lo cual redunda en el desarrollo del país.La sensación de que nuestro sistema es injusto también acaba con la confianza, eso que Robert Putnam define como capital social y que es indispensable para lograr lazos de cooperación entre los distintos actores. Así cuando la confianza se debilita se afecta la economía, la política, se erosiona la cohesión y comienza el conflicto dando lugar a la criminalidad y la inestabilidad social.          Nunca conseguiremos un sistema con total igualdad de oportunidades, pero con un nivel más alto de conciencia sobre el problema y con una correcta formulación de políticas económicas podríamos disminuir la brecha. La pregunta de fondo es si a ese 10 % por ciento más rico le interesa el cambio, y si el 90 % restante de la población está dispuesto a pelear por una sociedad más justa. Todos saldríamos ganando, porque preocuparse por los demás, como decía Tocqueville,  no solo es bueno para el alma, sino también para los negocios.     *Docente – Investigadora Centro de Investigación en Comunicación Política (CICP)Facultad de Comunicación Social – Periodismo Universidad Externado de ColombiaEn Twitter: @morozcoamargaraorozco@yahoo.es