Pensé que le encargaría la misión de perseguir pedófilos en colaboración con Estados Unidos y países centroamericanos, tan preocupado como dice estar por la infancia. Pero en lugar de dar pasos contundentes para luchar contra los abusos que padecen miles de niñas colombianas y de naciones hermanas, el presidente ordenó a su nuevo canciller dedicarse a la diplomacia forense: buscar restos de muertos centenarios en el canal de Panamá.

A juzgar por sus gestos, es evidente que le preocupa más imponer su ideología trasnochada, apolillada, que lo ocurrido en Medellín con la bestia que pagó por violar a dos niñas y luego logró fugarse a su país.

Su discurso en la toma de posesión de Luis Gilberto Murillo habría tenido otro enfoque si realmente le inquietaran la prostitución y la pornografía infantiles, perversiones cada vez más extendidas.

Claro que desde el arranque de su mandato ya dejó patente que la defensa de la niñez no figuraba en un lugar prioritario de su agenda de gobierno. Demoró mes y medio en nombrar a la directora del ICBF, muestra de que no la consideraba una entidad clave, y cuando lo hizo, designó a Concepción Baracaldo por el honorable título de ser amiga de su esposa Verónica Alcocer, decisión que indignó a los defensores de la infancia.

Por si alguien no lo recuerda, la primera intervención de la señora consistió en entonar el Himno a la alegría, para perplejidad de los presentes. Y su primera crisis, en diciembre de 2022, tuvo que ver con la muerte de 20 niños por desnutrición en La Guajira. Año y medio más tarde, la solución del presidente para que, al menos, no mueran de sed fue mandar los carrotanques que sabemos.

Lo de la cantante Baracaldo y el repentino deceso del gran vallenato Omar Geles me trajo a la memoria el trágico final de una guerrillera de 16 años.

“Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía. Los caminos de la vida son muy difíciles de andarlos, difíciles de caminarlos y no le encuentro la salida…” eran su letra y música favoritas, la composición de Geles que tarareaba a diario. Una adolescente tan digna y valiente, que la cantó a todo pulmón mientras se dirigía, cabeza erguida, hacia el paredón.

La habían condenado a muerte por cometer el imperdonable pecado de criticar a sus mandos, por estar harta de un conflicto armado sin sentido, por obligarla a abortar, por querer retornar a su hogar para recuperar su adolescencia robada.

El comandante no soportó más su rebeldía y dos disparos segaron la vida de la chocoana Valentina.

Se había unido a las Farc, enamorada de uno de esos jóvenes atractivos que la guerrilla de Manuel Marulanda enviaba a colegios y escuelas para engañar a estudiantes e integrarlos a sus filas, una manera de reclutar tan efectiva que sigue en vigor hoy en día.

Y si no, que se lo pregunten al ELN, a las disidencias de las Farc y a los delegados en la mesa de negociación que prefieren ignorarlo.

Qué falta hace Gilma Jiménez, que nos dejó sin que ningún otro senador ni este presidente tomaran su relevo con el mismo vigor, perseverancia y firmeza. Para ella no existía más tema que la infancia y su voz habría tronado mil veces. Cuando la JEP decidió que el caso de los niños no sería el 01, sino el 07; cuando observara que los exjefes de las Farc que ocupan las curules regaladas siguen sin confesar todos y cada uno de los crímenes que cometieron contra los niños que sumaban a su banda criminal.

Y ni decir del caso de Timothy Alan Livingston. Estaría haciendo todo tipo de maromas, empezando por presionar al canciller y al embajador en Washington para que la ayudaran, hasta conseguir que Estados Unidos lo condenara con severidad.

Una de las ventajas de Gilma es que no se enraizaba en ninguna orilla política, consciente de que los menores de edad nunca fueron bandera de ningún gobernante, ni de izquierda, ni de derecha, y que necesitaba a todos los partidos para sacar adelante cualquier iniciativa destinada a protegerlos.

Nada ha cambiado desde su muerte, seguimos sin presidente que haga de los niños su eje de gobierno, por mucho que ahora Petro clame con asombrosa insolencia que son lo primordial de su existencia.

Porque si algo requiere cooperación internacional es el combate contra el tráfico de niños y adolescentes para prostituirlos y para sus fotos y videos pornográficos. La Unión Europea creó un equipo para combatirlo, con escaso éxito, puesto que el problema creció.

Calculan en varios millones el número de pedófilos y como en Occidente resulta tan difícil conseguir menores de edad para satisfacer sus aberraciones, viajan a Tailandia, Cuba o Colombia, entre otras naciones.

¿Alguien en este país, al margen de Petro, prefiere gastar tiempo y dinero en armar una coalición internacional a fin de remover las tierras del canal en busca de unos huesos en lugar de emplearlos en capturar abusadores de niños?