Ser amigo de Pablo Escobar Gaviria, gozar de sus prebendas, beneficiarse de sus recursos y financiar empresas y campañas políticas con sus dineros, era una moda en la década del ochenta a la cual sucumbieron todos los estratos sociales: desde las barriadas pobres de las laderas orientales y occidentales hasta los centros financieros y de bienes raíces ubicados en el centro de la ciudad y la exclusiva zona de El Poblado. Hoy, cuando la serie de televisión sobre uno de los narcotraficantes más crueles de la historia colombiana se ve complementada con el libro “Operación Pablo Escobar” (Planeta, 2012), no me cabe duda que algunos de los que critican tanto este tipo de trabajos periodísticos se escudan en el concepto de la imagen de la ciudad y en enterrar el pasado para evitar que la memoria les desempolve su pasado y acaben relacionados con Escobar Gaviria. He leído con atención el libro de Castro Caycedo, sobre todo su primera parte, en la que el peso de la narración recae sobre Hugo Aguilar Naranjo, un oficial de la Policía Nacional que integró el mando central del llamado Bloque de Búsqueda, la unidad élite encargada de perseguir a Escobar Gaviria y desestructurar su organización delictiva. Hay varios asuntos que me llamaron la atención, particularmente aquellos que tienen que ver con las relaciones que sostenía el narcotraficante con algunos sectores “legales” de la ciudad. El poder corruptor del dinero de Escobar Gaviria le permitió tejer una red dentro de la “legalidad” que penetró profundamente diversos sectores en Antioquia. No tengo duda de que algunos de aquellos que sucumbieron ante las veleidades del dinero en esa época, entre ellos políticos, administradores públicos y empresarios, hoy fungen como prestantes guardianes de la moral y se agarran sus cabezas cuando se mira ese pasado. Claro, esparcen cortina de humo diciendo que se afecta la buena imagen que hoy tiene la ciudad, pero lo que temen realmente es a que sus nombres salgan a relucir. Entre ellos se conocen, por eso el pánico es colectivo. Uno de los episodios que da cuenta de esos nexos es la financiación de campañas electorales. En el texto se reseñan dos conversaciones entre Escobar Gaviria y dos políticos. A uno de ellos le recuerda lo beneficiado que ha resultado con sus recursos: “Acuérdese que yo le colaboro con dinero cuando me pide, doctor”. Al otro, un Senador de la República, le pide un favor: “Necesito que me haga nombrar a un muchacho médico como subdirector de uno de los hospitales de Medellín. Usted recuerde que la campaña para el Senado la hizo con mi plata. Démele inmediatamente trabajo a ese muchacho”. El Senador toma nota del asunto y le promete el cargo: “Si señor, cómo no, cómo no. Tranquilo que será nombrado inmediatamente. Eso está hecho, no se preocupe”. En un tono que uno imagina bastante imperativo, Escobar Gaviria replica: “Bueno, espero rápido ese nombramiento”. El médico era Conrado Antonio Prisco Lopera, hermano de David Ricardo, jefe de una de las bandas más crueles que estuvo al servicio del Cartel de Medellín. Todos ellos fueron asesinados en la guerra que se desató contra esa organización sicarial. Al momento de su muerte, el galeno trabajaba en el Instituto Metropolitano de Salud (Metrosalud) y quince días antes del homicidio había sido promovido a la Unidad de Capacitación de Enfermedades Diarreicas del Hospital San Vicente de Paúl. Vaya uno a saber si esa promoción se debió a la solicitud que le hizo Escobar Gaviria al Senador de la República. Al leer a Castro Caycedo caí en cuenta en una discusión que debería revisarse para que la explicación del pasado sea más integral. Uno de los argumentos más recurridos para criticar ese retorno al pasado es la exaltación del Capo y la minimización de las víctimas. Pero quienes lo hacen, olvidan, quizás conscientemente, de una parte de la historia: los vínculos de Escobar Gaviria con una legalidad, que hoy está viva y pujante, y que gozó en su momento de la protección del Gobierno Nacional. Al respecto, Aguilar Naranjo en su conversión con Castro Caycedo, recuerda una anécdota que ilustra esa situación: “Durante la primera etapa de la guerra, un coronel hizo un trabajo en torno al dinero que Escobar le dio a un grupo de constituyentes para que votaran en contra de la extradición, pero el Gobierno ordenó que taparan ese despropósito”. ¿A quiénes protegió el Gobierno de la época? ¿Cuántos de esos protegidos son antioqueños? ¿Y cuántos de esos antioqueños protegidos se van lanza en ristre hoy contra el ejercicio de memoria que hacen las cadenas privadas de televisión y los periodistas independientes? Otro asunto que me llamó la atención fue una afirmación del exoficial, quién ligó al Cartel de Medellín con las Empresas Públicas de Medellín (EPM): “sabíamos plenamente que en Medellín la empresa de teléfonos estaba a favor del malandrín”. En su narración describe como desde adentro de esta empresa municipal funcionarios trabajaban para Pablo Escobar. Circunstancia que se repitió años después, cuando se interceptaron por lo menos 1.808 líneas telefónicas para espiar a organizaciones no gubernamentales defensoras de derechos humanos en cuyo caso está involucrado el exgeneral Mauricio Santoyo Velasco. Es sorprendente la coincidencia. Pero no solo los políticos se beneficiaron de los dineros de Escobar Gaviria. El gusto estético que se impuso durante esa época, plagado de un barroquismo extremo, llevó al narcotraficante y a varios de sus hombres a adquirir obras de arte de reconocidos artistas colombianos. ¿A quiénes se las compraron: directamente a los artistas, a sus intermediarios o a galerías de arte? Aguilar Naranjo recuerda que en el allanamiento al apartamento de alias ‘Pinina’, uno de los hombres más cercanos a Escobar Gaviria, se encontraron cuadros y esculturas de Fernando Botero, así como de Enrique Grau. Ahí estaba el gran negocio de “algunos galeristas de la clase alta de Medellín”, dice el exoficial de la Policía Nacional. ¿Tendrán esos galeristas interés en ese retorno al pasado, a su revisión? Pues claro que no. Eso sí, cuando hacían negocios con esos hombres, se enorgullecían de las ventas a unos compradores que reflejaban un mal gusto y una ignorancia que saltaba a la vista. Habría que reseñar también a los grandes empresarios de bienes raíces, quienes hicieron fortuna elevando el costo de la propiedad de apartamentos, casas, fincas, pues había quién pagara por ellas lo que se les pidiera, sin vergüenza alguna. Estos tampoco quieren que se mire el pasado. Siempre he tenido claro que la moral de ayer entre algunos sectores antioqueños no es la misma de hoy. Por ello rechazan ese retorno a la vida de Pablo Escobar Gaviria: temen que su doble moral quede al descubierto. *Periodista y docente universitario