Leo el comunicado de la delegación del Gobierno en la mesa de La Habana y no salgo de mi asombro. Difícil condensar mayor cinismo en unos pocos párrafos. Acaban de descubrir que el secuestro es horripilante y exigen lo mismo que le criticaron con acritud a Duque (“quiere hacer trizas la paz”) para seguir negociando: que liberen a todos los secuestrados y no repitan ese crimen.
Aparte de que seguirán atornillados a la mesa, así vuelen el país en pedazos, lo indignante es que hagan como que se acaban de enterar de que el ELN tiene cautivos con el único fin de sacarles plata. Y no cualquier monto: cientos o miles de millones.
Que respondan esos mismos delegados qué hicieron con los familiares de otros secuestrados que tocaron sus puertas o que su tragedia llegó a sus oídos. O respondo yo por ellos: nada. Ni en esta fase de la negociación ni en las pasadas. Si acaso, en un exceso de lo que deben considerar acto de generosidad sublime, propusieron a los elenos que bajaran la elevada exigencia económica para que pudieran pagarla al contado o a plazos.
De haber sido un tal Mane Díaz de Barrancas, sin hijo famoso, ni Otty Patiño, ni el senador Iván Cepeda, ni, mucho menos, el presidente Petro hubiesen dedicado tantas palabras de repudio a un delito al que no conceden especial relevancia. Ni, por supuesto, habrían desplegado casi trescientos efectivos de policía y militares para rescatarlo.
Si fuese importante para esa extrema izquierda que ganó las elecciones, Antonio García no se atrevería a proclamar, con una frescura ofensiva, que seguirán secuestrando para financiarse. Tan seguro se ha sentido siempre de su posición de mando en La Habana, que lo dicho hace meses lo repitió esta semana con idéntica altanería: “El ELN no aceptará imposiciones ni chantajes. Que no se hagan ilusiones. No existe ningún acuerdo en la mesa sobre las retenciones ni económicas, políticas o judiciales”.
Ante la bofetada, ¿qué responderá el pusilánime Patiño, cabeza de una delegación demasiado afín al ELN, con contadas excepciones?
García ni siquiera consideró su grotesca propuesta de que “desahorraran” para financiarse. Además de que debió molestarle que Patiño dejara en evidencia que los comandantes amasan fortunas, no está dispuesto a dedicar un peso de la suya para sostener a su tropa.
Resulto igual de ilógica que la iniciativa del ministro del Interior de darles fondos de cooperación internacional para sufragar sus gastos. Solo faltaba que la ayuda que otorga España, primer país donante en Colombia para proyectos sociales, destinados sobre todo a víctimas de delincuentes de distinto pelaje, se fueran a los bolsillos de sus victimarios.
Pero que nadie dude de que una vez baje la espuma por el secuestro de Mane, los comunicados cargados de reclamos duros serán cosa del pasado, quedarán en papel mojado. Petro habla del fracaso de cincuenta años de guerra contra las drogas, pero no se queja del medio siglo de intentos fallidos de alcanzar la paz con esos bandidos rojinegros.
Volverán a la mesa en el país que sea y el ELN volverá con el mismo aire despectivo que le conocemos, tomando el pelo a los colombianos porque es la senda que el país prefiere. Colombia lleva cincuenta años arrodillándose ante cualquier gran matón para que firme la paz que sea, y nada indica que vayan a modificar el rumbo.
Peor ahora que tenemos un comisionado de Paz que encubre a Iván Márquez, matón de grueso calibre, y solo escuchamos tímidos reclamos. Si asegura que no está en Venezuela es porque lo tiene escondido en el país. Da cobijo a un prófugo de amplio prontuario mientras su banda criminal extorsiona, amenaza, trafica con drogas y asesina.
Y como en algunas áreas, tipo el Cañón de Micay, los de Márquez se aliaron con el ELN, el Ejército no puede atacarlo porque si un militar roza a un eleno rompería la falsa tregua que acordaron y se le cae el pelo.
En la otra orilla, ese mismo comisionado le tiende la mano a Mordisco, enemigo a muerte de Márquez. Pero Mordisco se la muerde y continúa con sus guerras contra civiles y rivales. Todo lo más, escuchamos a Petro admitiendo que de pronto se precipitó al sentarlos a la mesa, además de hacerles unas advertencias propias de su alma de guerrillero, a las que respondieron con displicencia.
“O (siguen) el camino del padre Camilo Torres Restrepo o el camino de Pablo Escobar”, les espetó el presidente, que debió olvidar que los seguidores del cura y los farianos dejaron un reguero de sangre, ruina y sufrimiento igual que el de Pablo.
Así seguiremos al infinito mientras Colombia siga empeñada en otorgar legitimidad social y un disfraz político a bandas de forajidos.
NOTA: Pasó desapercibida una alarmante noticia antes de las elecciones. No pudieron llevar por aire urnas a varios puntos del país por falta de helicópteros del Ejército. “Están en mantenimiento”, justificaron. ¿Con qué aeronaves buscarán a los secuestrados de segunda? Unas FF. MM. cada vez más débiles.