El lunes 28 de octubre, analistas y periodistas tendrán el reto de armar el mapa político de unas elecciones caracterizadas por los coavales y las coaliciones. Atrás quedaron los días de los candidatos que portaban con orgullo las banderas de su partido; el 27 veremos tarjetas electorales plagadas de logos, sin saber realmente quién representa a quién. El debilitamiento de los partidos políticos y de sus plataforma ideológicas nos ha llevado cada vez más a que estos se conviertan en simples fábricas de avales, que se pueden usar y desechar, dependiendo de la coyuntura.  Cómo más explicar que veamos en vallas y comerciales a un candidato avalado por partidos de gobierno, oposición, independientes e indígenas, sin una razón de fondo. Basta con ver el caso de Aníbal Gaviria en Antioquia o de Clara Luz Roldán en el Valle, entre muchos otros. Los partidos, como imanes, decidieron adherir al caballo ganador, sin que medien acuerdos programáticos que justifiquen esa decisión política.  Las consecuencias de la estrategia del "sol que más alumbre", que han adoptado algunos partidos, no es un asunto menor. El hecho de sumar apoyos a toda costa desdibuja las responsabilidades políticas y dificulta el control social. ¿A quién le vamos a pasar la cuenta de cobro cuando un gobernante avalado por diez partidos falle? Lo peor, la ley es demasiado laxa cuando se trata de crear estos monstruos con cuerpo de pato, pies de perro y cabeza de gato.  Preocupa también cuál es el precio a pagar por el hecho de poder sumar un sello más al talonario de avales. En política, los actos desinteresados son raros y por eso hay que buscar al niño detrás de la pelota. Volver a una mecánica de Frente Nacional, repartiendo los cargos públicos como parte de un acuerdo de la clase política es un camino antidemocrático que solo terminará erosionado la credibilidad en la clase política, llevándose de paso lo que queda de los partidos, que tardaron siglos en consolidarse. La falta de legitimidad del apoyo de los partidos políticos en las elecciones regionales se refleja en las denuncias de  venta de avales a lo largo y ancho del país. No es sorpresa que cada vez más candidatos opten por mostrar su distancia con los partidos como un sello de transparencia, como una señal de independencia, lo que demuestra que en el imaginario de los colombianos se relaciona a los partidos con corrupción. Grave para la democracia.  Con cada elección que pase sin una reforma política que acabe con las listas preferentes, establezca mecanismos de financiación claros y despolitice el Consejo Nacional Electoral, veremos cómo crece la sopa irreconocible de las coaliciones sin coherencia y cómo, por esa vía, se siguen debilitando los partidos políticos. En ese caldo de cultivo de desinstitucionalización surgen los caudillos, los populistas sin límite más allá de su propia imaginación. Llegó la hora de que los partidos vean más allá de la vuelta de la esquina y plantea en proyectos a 10 y a 20 años, que no pueden incluir la sumisión permanente frente al candidato inderrotable de turno.