Iván Duque se la jugó. Era una difícil y muy controversial decisión. Más aún con la determinación del Gobierno de no aceptar la renuncia de Guillermo Botero por culpa de la oposición. En la Casa de Nariño asumen que Botero se fue por la coyuntura y no por la muerte de ocho menores. Aparentemente, no es relevante en la discusión. Creo que se equivocan. Presiento que el efecto del bombardeo va a durar años, impulsado por la maniobra de ignorar las críticas y cambiar el tema.  Hay dos realidades en Colombia que permiten entender la encrucijada en la que quedó atrapado el Gobierno: la del paro del 21 de noviembre y la del cambio de gabinete.  Ningún asunto amerita tanto interés. El senador y expresidente Álvaro Uribe marcó el camino al divulgar un comunicado de su partido –Centro Democrático– en el que señaló al Foro de São Paulo de responsable del paro. Luego dijo que las protestas no tienen razón alguna. Que todo era mentira. Y allí empezaron las declaraciones del Gobierno.

Uno tras otro adoptaron el discurso de Uribe. El presidente Duque, en particular, fue un avezado alumno. En Barichara, este reconoció el derecho de protestar, pero sin violencia. Repitió el mensaje en cada evento que participó. Hizo recordar los tres huevitos de Uribe: seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social. Tienen más eco que el discurso de equidad, legalidad y emprendimiento del presidente Duque.  Este reiteró que muchos de los temas del paro son falsos. Que el proyecto de reforma laboral no ha sido escrito ni presentado. Que no van a subir la edad de pensiones. Que Colpensiones va a ser fortalecido y es cuento chino que vayan a acabarlo. Desde la perspectiva del Gobierno es claro: no hay motivos para marchar. En las redes, le han recordado a los uribistas sus protestas cuando eran oposición. A Duque le sacan el trino de marzo de 2017 en el que dice: “En la marcha del primero de abril debemos participar quienes creemos que el Gobierno está conduciendo mal a Colombia”.

Las protestas son necesarias, como dijo Duque en su momento. Acusar al Foro de São Paulo de estar detrás es insultante para los millares de colombianos que saldrán el jueves. Y si bien el Gobierno no ha caído en calumnias, sus amigos sí, y eso genera dificultades. Tampoco comparto esa táctica de calificar de enemigos a algunos de los que participarán en la marcha. Como presidente, no se puede optar por ese camino: garantiza más paros. El problema es no tener plan b; si fracasa, no hay otra alternativa. Duque quedó maniatado y aún le quedan 33 meses de gobierno. Tal vez habrá que escuchar a la señorita Colombia, que dijo: “Presidente @IvanDuque, todos marchamos por algo, para mover de verdad una causa que nos une”. Con los cambios en las carteras de Defensa y Relaciones Exteriores, el presidente dejó claro que no busca reformar, sino seguir con las mismas políticas. Puso a dos ministros en la tarea de darles continuidad. En el papel, los nombramientos fueron acertados: Carlos Holmes Trujillo es conocido por su capacidad de manejar situaciones difíciles, y al Ministerio de Defensa no le faltan problemas. Claudia Blum trae la experiencia de cuatro años en Naciones Unidas y en el Diálogo Interamericano. No obstante, Trujillo arrancó con el pie izquierdo. No se ha posesionado y ya debe explicaciones sobre los muertos del Caquetá. Es difícil comenzar así. Blum también arranca con dificultades internacionales: Trujillo le entrega una política exterior convulsionada.

Pero esa no fue la razón de ser de sus nombramientos. Están allí por ser uribistas 200 por ciento. Duque considera que su única opción es entregarle al Centro Democrático los ministerios relevantes. Las posibilidades de una gran coalición se esfumaron; más aún con la posición del Gobierno frente a los paros.  Hay uribismo en todas partes; se quitaron el antifaz. Nuevamente me preocupa el giro. La interpretación de las elecciones regionales, como querían los más radicales, es que fue una victoria del partido de Gobierno. En una entrevista de Juan Carlos Iragorri, Duque lo explicó como un triunfo.  Sin embargo, el mayor indicio del uribismo se vio con la moción de censura al ministro de Defensa. No solo por el apoyo, sino por la forma. Después de 15 meses, el uribismo tomó el discurso.  El problema es no tener plan b; si fracasa, no hay otra alternativa. Duque quedó maniatado y aún le quedan 33 meses de gobierno.  Tristemente será el joven legado de Duque: un presidente dependiente de otro.