No solamente en los Estados Unidos sino en el mundo, la opinión está dividida sobre Trump, especialmente después del vano intento del partido demócrata de tratar de destituirlo, que además culminó con el lánguido proceso de las elecciones primarias demócratas en Iowa. Sin embargo, lo que resultó procaz, fue la intervención pública del mandatario apenas terminó el debate en el senado. Después de haber superado el ‘impeachment‘ expresó en una rueda de prensa que las acusaciones acerca de que Rusia trató de influir en las elecciones norteamericanas de 2016, resultaron ser "una mierda". La fijación del mandatario con la escatología viene de tiempo atrás. Hace algún tiempo había dicho, también públicamente, que los Estados Unidos no deberían recibir inmigrantes de “países de mierda como Haití, El Salvador o las naciones africanas”. Sin entrar a analizar las razones de esa singular costumbre, debe reconocerse que el precursor y maestro de la escatología en las intervenciones públicas fue Hugo Chávez en sus referencias hacia Colombia, seguido luego, en versión aumentada y corregida, por su pupilo Nicolás Maduro. Trump aprendió a las mil maravillas la lección de Maduro. ¡Quien sabe que otras mañas haya asimilado del que detenta el poder en Venezuela! Lo complicado es que la diplomacia tradicional haya ido evolucionando con extraordinaria rapidez, no solo hacia la diplomacia de micrófono, sino hacia la de twitter. Ya cualquier término, por vulgar que sea es usado por mandatarios y altos funcionarios públicamente, para referirse a sus rivales en medio de impulsos y de reacciones del momento. Como el mal ejemplo cunde, esa tendencia se va extendiendo. Entre tanto, en las academias diplomáticas de las cancillerías y en los centenares de facultades de relaciones internacionales en todo el mundo, se esfuerzan por enseñar a los alumnos los términos y el estilo de la correspondencia y de la expresión diplomática. Se les recuerda no personalizar las relaciones internacionales, ya que la política internacional de un Estado debe derivarse del logro de los grandes intereses nacionales y no ser el producto de sentimientos personales o del estado de ánimo de los mandatarios, de los cancilleres o de los representantes diplomáticos de un país. Se puede ser enérgico y desafiante, pero no procaz. Fidel Castro, por ejemplo, en sus improvisadas y frecuentes intervenciones públicas y no obstante su pugnacidad hacia los “yanquis”, como los denominaba, no utilizaba contra ellos ni contra nadie el leguaje de Maduro o de Trump. Parecería que el insulto y la distorsión de la verdad, acompañados del tono soez de las expresiones, se han ido apoderando paulatinamente de léxico de algunos gobernantes en intervenciones públicas, que son precisamente las que debían servir de ejemplo a nuestros estudiantes. ¿Será acaso que la procacidad se puso de moda? (*) Decano de la facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario