La caótica manera en que gobierna el presidente Gustavo Petro tiene a medio país pensando en las próximas elecciones y eso le hace inmenso daño a Colombia. Me explico.
Mientras que los colombianos estamos dedicando cada vez más horas y tinta pensando en el futuro electoral de nuestra nación, el Gobierno sigue adelante con sus reformas, cambios, nombramientos y escándalos.
Desviar el debate nacional hacia algo diferente a las trascendentales propuestas que el Gobierno tiene en capilla le facilitará al Ejecutivo no solamente afianzar sus propuestas sin la debida discusión y evaluación, sino que también le permitirá al proyecto político del mandatario buscar maneras de continuar en el poder.
Las pretensiones del presidente Gustavo Petro a tan solo febrero del 2024 son enormes. Aunque por momentos su gobierno se vea caótico, acéfalo y sin dirección, lo cierto es que avanza contundentemente en la consecución de objetivos y alcance de hitos que lo posicionan muy bien para lo que viene.
Hay que decirlo así de claro: el actual mandatario está lejos de ser alguien sin estrategia. De hecho, es precisamente la combinación de diferentes formas de lucha y una manera de operar amorfa y a veces incomprensible la que lo ha traído hasta la presidencia, el lugar más importante en la estructura política nacional. La anarquía es su fortaleza.
Un ejemplo claro de un caos con el que el presidente gana con cara y con sello es el escándalo de los pasaportes: aunque el mandatario se ha manifestado en contra del contrato otorgado a Thomas Greg and Sons por parte del ex secretario general de la Cancillería, José Antonio Salazar, la realidad es que, en medio de este sainete, la gran ganadora es la propia Presidencia. Evita perder una megademanda y les quita el fundamento a las investigaciones en contra de uno de sus alfiles, el canciller, ahora suspendido, Álvaro Leyva. Todo se ve como un desmadre, pero siempre hay una razón.
Es por eso que hoy vale la pena preguntarse:
¿Es la pelea de los pasaportes realmente una opereta para quedarse con el control de la Registraduría y las máquinas que cuentan los votos?
¿Es la constante trifulca con algunas personalidades del país una neutralización anticipada de rivales políticos?
¿Es la presión a las cortes un deseo manifiesto de tener un fiscal cercano que empapele a enemigos personales?
¿Es el nombramiento de Cielo Rusinque en la Superintendencia de Industria y Comercio una señal al empresariado de que hay un policía con bolillo en mano para todo aquel que se porte mal?
¿Son los ministerios un corral cercano donde el presidente ha puesto a los aspirantes de la izquierda a sucederlo?
Desmadre, pero ¡ay, mi madre!Con Gustavo Petro nada es lo que parece y eso es lo que tenemos que entender. Sus acciones son tan precisas como confidenciales y sorpresivas. El mandatario actúa sin orden aparente, pero el objetivo, tal y como lo muestran los resultados, se va logrando y es el de poner todas las fichas en el tablero para que su proyecto político no sea desplazado por el poder.
Por eso, en lugar de estar pendientes de quién puede ser el candidato rival a la alternativa presentada por el mandatario, es crucial no quitarle los ojos al balón y concentrarnos a esta hora en esta gran cantidad de hechos y el sinnúmero de reformas en ciernes: laboral, salud, pensional y ahora tributaria. Mejor dicho, la reforma del Estado.
La estrategia del Gobierno es quitarnos el pan para que luego le agradezcamos por las migajas. Es por eso que no se le deben quitar los ojos al balón y no dejarnos llevar por la discusión electoral anticipada, ni mucho menos por las provocaciones de pelea personal a la que constantemente nos invitan. Lo que está pasando es grave así sea amorfo, caótico e impredecible. Nada de lo anterior le quita lo efectivo.