Sacar a las clases populares de sus viejos caserones históricos y meter a gente con dinero para que las ocupen es, en resumidas cuentas, la gentrificación. Pasó en el sector amurallado de Cartagena de Indias. Está pasando con el barrio de La Candelaria de Bogotá. Está pasando en todas las ciudades del mundo que tienen tradición y nada indica que esto se pueda detener salvo que la rueda de la historia se devuelva o se repita. Barranquilla es una ciudad que no tiene abolengo. Todo en La Arenosa es nuevo y lo más o menos viejo, como el Barrio Abajo, no interesa a las clases pudientes de la ciudad porque sus referentes son otros. Los políticos locales no quieren saber de museos, bohemia, casas de mampostería y techos de paja o muelles decimonónicos sino de lujosos apartamentos y centros comerciales al estilo Miami. Son sus gustos. Ramplones, pero que le vamos a hacer. En Barranquilla no hay bienes materiales que vengan de la época colonial para que los especuladores privados hagan negocios amparados en los acuerdos y las ordenanzas públicas hechas a la medida de sus intereses. Pero hay bienes inmateriales. Uno de ellos es el Carnaval de Barranquilla. Un dionisiaco y rico patrimonio cultural que tiende a volverse una grosera caricatura por cuenta de los operadores privados que no tienen la menor idea de lo que fueron los salones burreros, los orígenes de la danza del torito o cuales fueron los amores de Petrona. Es una vergüenza que los agentes políticos locales entreguen la tradición a una banda de mercachifles que sólo piensan en llenar sus alforjas a costillas de los barranquilleros. El miércoles de ceniza los mercaderes se frotan las manos de felicidad y puyan el burro pa’ otro lao. En la calle quedan los borrachos, con una cruz de ceniza en la frente, dando lata a los vecinos. Una ciudad que se jacta ante el mundo de su carnaval no puede renunciar a su patrimonio cultural por un plato de lentejas. Razón les cabe a los llamados “hacedores del carnaval” de querellarse ante las autoridades locales por la manera como los vienen ninguneando. Las tradiciones no pueden ser mercantilizadas y así lo entienden en otros lugares del mundo en los que la iniciativa privada participa pero sin afectar la esencia misma de la fiesta y sin impedimentos económicos para que el pueblo participe y presencie los desfiles. En el Octuberfest, la fiesta de la cerveza que se realiza en Munich por espacio de 18 días y en la que asisten más de 6 millones de personas, las instalaciones en las que se celebra son de acceso gratuito y los multitudinarios desfiles tradicionales transcurren por las avenidas y sin barrera alguna para la gente. Durante las dos semanas que dura la fiesta de La Merced en Barcelona se instalan más de 500 espectáculos abiertos y gratuitos de primera calidad para que los residentes y los visitantes puedan gozar de la fiesta de la matrona. Munich y Barcelona son dos ciudades abrumadoramente capitalistas cuyas autoridades locales se cuidan de no privatizar la tradición. Los capitalistas ganan pero sin pasarse de la raya como sucede en Barranquilla. No me convence la expresión de que todo tiempo pasado fue mejor pero en el caso del Carnaval de Barranquilla creo que sí vale. Se están perrateado el carnaval, me contaron unas paisanas barranquilleras que recorrieron 20 mil kilómetros de ida y vuelta porque las estaba matando la nostalgia. Fueron por lana y volvieron trasquiladas. La gentrificación del Carnaval de Barranquilla. No encuentro una expresión más diáfana para describir lo que está pasando en Curramba con su fiesta. Yezid Arteta Dávila En twitter: @Yezid_Ar_D Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/