He escrito poco sobre este gobierno este año por varias razones. ¿Cuáles? Hay tantos escribiendo sobre este tema con los mismos argumentos que es poco lo que uno puede aportar. Ha sido tan descarado el presidente Gustavo Petro y su gobierno que es muy fácil escribir sobre sus falencias, su corrupción, su terrible gestión. Las columnas casi que se escriben solas.

Petro ya nos tiene acostumbrados a su misoginia, y el nombramiento de ese personaje Daniel Mendoza como embajador en Tailandia, y la defensa que hizo de él, solo confirmó que su trato como “muñecas de la mafia” a las mujeres periodistas que no están de acuerdo con su gobierno no era un episodio particular, sino un elemento fundamental de su mirada a la sociedad y a la mujer. 

Obviamente, este hecho comprueba dos cosas. Primero, que quien no está con él y lo critica es un mafioso, un paramilitar o un nazi. Lo expresa con claridad en sus redes y en sus discursos. Esa mentalidad de conmigo o contra mí, típica de ese perfil autocrático que tiene Petro, ya no le sirve, pues un gobierno exitoso es el que suma y no el que resta, pero eso no le importa, gracias a Dios.

Lo segundo que prueba es algo que ya hemos visto con Armando Benedetti, con Laura Sarabia y con casi que la totalidad de su Gobierno: si estás conmigo, no importa que robes, que seas corrupto, que seas mafioso o paramilitar (te nombro gestor de paz) y ahora que seas un misógino, como el nombramiento de Mendoza muestra. Solo falta el nombramiento de un abusador de menores para completar el círculo. Aún hay tiempo y con este presidente nada nos puede sorprender. ¿La condición? Apoyo irrestricto.

La hipocresía de quien, y además de quienes hoy lo acompañan, se abanderaba del cambio, de la lucha contra la corrupción o de la paz, para solo hablar de unos de los temas, hoy muestra sin pudor el rostro más descarado de la corrupción auspiciada desde el mismo Palacio de Nariño, el abuso sin límite del poder, la franquicia de la politiquería más descarada que deja en pañales a ejemplares miembros de este club, como Juan Manuel Santos, y, finalmente, la entrega de vastas regiones del país a la criminalidad organizada, llámese narcotráfico puro o narcotráfico disfrazado de una causa política.

Ya nada nos sorprende de este presidente y el círculo que lo rodea. Ni siquiera les importa guardar las formas, y la desfachatez es de tal magnitud que ya no causa estupor ni indignación. A eso le apuestan, a la normalidad de la aberración a punta del cansancio, y lo peor es que lo están logrando. El precedente es terrible para nuestra democracia, y, la verdad, pone a este país, que era un ejemplo de madurez y sensatez política, a la altura de las peores repúblicas bananeras, donde desde el palacio presidencial se auspicia y se cohonesta la corrupción, el abuso y la indefensión del ciudadano frente al descaro del poder.

Sin embargo, esta semana el canciller, Luis Gilberto Murillo, mostró otro rostro de esa hipocresía que pensamos era insuperable con el nombramiento del impresentable Mendoza. Anunció que, en la mediación para la salida de perseguidos políticos de Venezuela asilados en la embajada de Argentina, su compañero mafioso Nicolás Maduro pedía la liberación del exvicepresidente de Ecuador Jorge Glas, acusado de corrupción en su país, y la liberación en Argentina de alguien muy cercano a la mafia de Maduro.

Claro, la intervención en asuntos internos se condena frontalmente, eso sí con una condición, si no es la que ejercen ellos o sus aliados ideológicos, como francamente deja ver este Gobierno colombiano, que avala la petición de Venezuela. El precedente de la saliente administración norteamericana de Joe Biden y su escuálido funcionario Juan González con la liberación de Álex Saab y de los sobrinos de la esposa de Maduro no ayuda, pero sí deja claro que Venezuela hoy es un peligro para cualquier persona que se oponga al régimen. El secuestro y la extorsión, tal como actúa la mafia, ya forman parte de la política institucional de Maduro y sus secuaces. Una razón más para sacarlos, a como dé lugar, del poder.

Afortunadamente, el Gobierno ecuatoriano claramente dijo no, y estoy seguro de que el argentino va a hacer lo mismo. Lo que es incomprensible, aunque por el descaro ya no nos sorprende, es que la supuesta coherencia de la ideología de no intervención que esa izquierda populista que China, Rusia, Cuba pregonan, y que, como buen discípulo, Petro y su corte siguen, es que ahora en esa mediación acepten la descarada intervención en Ecuador y Argentina.

Esa es la otra condición que Petro, como buen ejemplo de esa izquierda hipócrita, muestra como uno de sus principales valores: mi corrupción vale, mi violencia vale, mi abuso vale y mi injerencia vale. Ese doble estándar forma parte de ese patrón, casi que es la esencia de su ADN, que, tal y como opera en la mafia, justifica lo que hoy hacen. 

¿Es la hipocresía mayor? La verdad, no, ya es parte de su modus operandi. Y lo tenemos que entender, pues en 2026 así es como van a operar. Mientras tanto, feliz Navidad y feliz año, y preparémonos, pues 2025 va a ser duro y la batalla que viene va a ser sin cuartel.