El Centro de Estudios Económicos del Caribe me encargó hace un año una conferencia sobre el Festival Vallenato, a lo que inicialmente me negué: en ese momento ni la música vallenata ni su entorno eran tema de mi interés. Nunca antes lo fueron, a pesar de haber nacido en Valledupar. Acepté la invitación bajo la idea ingenua de que la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata era una especie de Archivo de Indias de Sevilla donde encontraría la información, pero pronto me di de bruces (Ver aquí). La investigación de campo me llevó a confirmar lo que Jorge Nieves Oviedo escribió en De los sonidos del patio a la música mundo: la historia del vallenato es frágil porque está contada sobre testimonios y anécdotas personales en los que el narrador busca su propio protagonismo, por fuentes de segunda y tercera mano o por trabajos de campo débiles o poco sistemáticos, antes que por investigaciones rigurosamente documentadas y comprobadas. No subestimo aquello, pero doy más importancia a esto: como Santo Tomás, hasta no meter mi mano y tocar en su costado, no me convenzo. Por supuesto, hay trabajos muy serios con una mirada crítica (entre otros: Oñate Martínez, Quiroz, Viloria, Maestre, Murgas y Romero) y hay cada vez más textos escritos con rigurosidad, aunque los medios siguen repitiendo mitos caducos. Dicen, por ejemplo, que los acordeones llegaron de la mano de alemanes solo porque una fábrica de acordeones es alemana; o que el conjunto vallenato original era la conjunción de lo europeo, lo africano y lo indígena expresado en el acordeón, la caja y la guacharaca, un muy bonito mito fundacional con un profundo arraigo político en cuanto a que conviene que converjan en nuestra música las tres culturas que afianzan la nación. Sin embargo, se sabe de mucho tiempo atrás, la guacharaca es “un instrumento idiófono de África austral”. Es decir, es tan negra como la caja. Viene de Angola, donde se llama dikanza. ¿Conviene echarle tierra a los mitos fundacionales? Lo cierto es que de nada vale seguir repitiendo, como loro enseñado, lo que la documentación actual contradice. El acordeón fue inventado por un austriaco en 1829. Pudo haber sido alemán el primer acordeón que llegó a Colombia, pero las evidencias me llevan a creer que fue francés, quizá de la marca Fort Neaux que ya existía en 1850 (Hohner fue fundada en 1856, pero hasta mediados de la década de 1860 comenzó a fabricar acordeones: no coincide esta fecha con la del ingreso del primer acordeón al país). Es posible que ese primer acordeón haya entrado por Riohacha, pero no está documentado. Lo que sí está comprobado es que entre 1869 y 1872 entraron legalmente al país 6 acordeones por Cartagena; 631 por Sabanilla, Atlántico; 321 por Cúcuta y solo 33 por Riohacha. No son números inventados: así lo registran los manifiestos de aduana de la época. Seguramente por Riohacha ya había entrado antes alguno de contrabando, pero no era el único en el país en tiempos cuando nos llamábamos Estados Unidos de Colombia.La Biblioteca Nacional abre al público este jueves La hamaca grande, una exposición sobre la historia del vallenato en la que hice las veces de investigador y curador y para lo cual me apropio de las palabras de Jorge Nieves: “El presente es un intento con todos los riesgos de ser incompleto, limitado, parcial y subjetivo”. La intención es modesta: establecer aproximaciones que muestren otras perspectivas. @sanchezbaute