Al amanecer del miércoles 20 de diciembre de 1989, hace treinta años, en el marco de la operación “Justa Causa” 26.000 soldados norteamericanos pertenecientes a unidades de élite del ejército, la armada y la fuerza aérea de los Estados Unidos invadieron a Panamá para capturar al “hombre fuerte” de ese país, el general Manuel Antonio Noriega, y acabar con el corrupto régimen que había establecido. Noriega estaba involucrado activamente en actividades de narcotráfico e incluso protegía laboratorios de procesamiento de coca pertenecientes a Pablo Escobar, en la provincia del Darién, cerca de la frontera con Colombia. Aunque ese hecho era conocido de tiempo atrás por el gobierno norteamericano, se abstuvo de actuar contra “Tony” como llamaban amistosamente al dictador, que había sido informante de la CIA. El 16 de marzo de 1988, uno de los más cercanos colaboradores de Noriega, el coronel Leonidas Macías había intentado un golpe que fue develado gracias a la información de un oficial infiltrado entre los golpistas y a la reacción de una unidad de élite de la Guardia Nacional bajo el mando del mayor Moisés Giroldi. Paradójicamente, un año y medio después, el 3 de octubre de 1989, Giroldi fue fusilado con diez oficiales más, por orden de Noriega después de otro frustrado golpe. Medios norteamericanos consideraron que la falta de decisión de Giroldi y la actitud dubitativa del jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, el general Marc Cisneros, fueron las causas del nuevo fracaso. Colombia, no obstante que tenía hondas diferencias y confrontaciones con el nefasto general Noriega, con los demás países del llamado Grupo de Río, México, Venezuela, Brasil, Argentina, Perú y Uruguay, en el marco de una reunión de cancilleres, había liderado la oposición a una acción militar, presentando el caso panameño como un fraude electoral y la violación de los derechos humanos por parte de Noriega, descartando el uso de la fuerza, pero llegando incluso a la expulsión de Panamá del seno de la organización. Sin embargo, los Estados Unidos haciendo caso omiso de los esfuerzos de la OEA decidieron intervenir militarmente al considerar que el régimen que habían dejado prosperar en Panamá había alcanzado una condición tal, que no bastaba con neutralizar a Noriega, sino que era necesario erradicar el intrincado tinglado que había logrado establecer en el país. La pregunta que se hizo mucha gente fue si la captura de Noriega, que contaba con unas fuerzas armadas de defensa mal equipadas y pesimamente entrenadas, justificaba una invasión. Después de la invasión, fuentes panameñas, consideraron que hubo casi 4.000 muertos entre miembros de las Fuerzas de Defensa de Panamá y población civil. El Comando Sur de los Estados Unidos reportó la muerte de 314 guardias panameños, 202 civiles de la misma nacionalidad y 23 soldados estadounidenses. Ciertos sectores criticaron en Colombia la posición que el gobierno había tomado y sostuvieron que debíamos haber actuado como país limítrofe, al lado de los Estados Unidos. Olvidaron, como dice el adagio que algunos adjudican a un “filósofo” de Buga, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. (*) Decano de la facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.