Cuantos más días paso en Israel intentando descifrar las razones del recrudecimiento del complejo conflicto bélico, que hunde sus raíces en la Historia milenaria, menos entiendes a Colombia.
Imposible comprender que en el tercer decenio del siglo XXI, con un Gobierno de extrema izquierda en el poder, con alcaldes y gobernadores de la misma ideología, aún haya ciudadanos que justifiquen, con rancias teorías políticas y sociales, que unos cuantos colombianos maten a sus compatriotas porque no les pagan vacuna o no se someten a sus dictados.
Tampoco es fácil de digerir que lleven lustros sin ponerse de acuerdo para dejar las armas, cuando viven en una democracia, son nativos de una nación con fronteras delimitadas y todos comparten la misma nacionalidad, religión, lengua y costumbres. Ni siquiera los separa la raza. El Estado y las bandas criminales cuentan con integrantes de todos los colores, aunque no sé por qué siempre escogen blancos para encabezar las delegaciones de paz. Y por si no fuesen suficientes similitudes, Otty Patiño declaró que compartían idearios con el ELN.
¿A qué viene, entonces, empeñarse en ahondar unos abismos que son imaginarios?
Por eso encuentro que el presidente Petro no tiene autoridad moral para exigir una tregua permanente a los israelíes, si ni siquiera fue capaz de imponer lo mismo a sus amigos del ELN.Tampoco cuenta con la necesaria credibilidad para presionar el canje de presos de Hamás por los rehenes raptados el 7 de octubre, cuando no pudo conseguir la liberación de los secuestrados del ELN como condición para continuar el quinto ciclo de diálogos. Con la diferencia de que para palestinos y judíos supone intercambiar personas, mientras que para el ELN no existen seres humanos, sino mercancías que entregan a cambio de plata. Incluso suelen cobrar el rescate después de anunciar liberaciones supuestamente “humanitarias”.
Vuelvo e insisto en mi idea. Si antes lo tenía claro, en estos días en Israel lo confirmo con absoluta nitidez: no existe un conflicto armado tan falto de argumentos serios para perpetuarlo como el nuestro. De ahí que deban disfrazar los delitos de falsas revoluciones y utilicen la mentira como arma cotidiana para alimentar el relato. Cuentan con la ventaja de tener de su lado a unas entidades creadas para otorgarle un halo de formalidad al embeleco. Y la JEP, que hace trizas la verdadera Justicia, es la reina de todas ellas.
Acaba de parir un engendro que el país no debería tolerar, porque calumnia de manera grave a las Fuerzas Militares y tiene el único propósito de convertirlas en una agrupación delincuencial semejante a las guerrillas.
Aunque la mayoría del país nunca creyó en la JEP, como indicó el resultado del plebiscito, y buena parte de sus decisiones han ido confirmando el lógico escepticismo, el fallo sobre Mancuso supera la idea más perversa y retorcida que cabría esperar.
“El señor Salvatore Mancuso demostró, en la audiencia pública de verdad plena, que se incorporó funcional y materialmente, entre los años 1989 y 2004, a la Fuerza Pública, a partir de su involucramiento como bisagra o punto de conexión entre el aparato militar y el paramilitar”, dice una parte de la sentencia que acabamos de conocer.
Agregan que lo aceptan en la JEP en su nueva condición de falso militar, después de varios intentos fallidos de meterlo por otros vericuetos. Todo para que las Farc y el ELN no queden como los malos de la película y sean las Fuerzas Armadas los mayores criminales.
Si otros antes lograron que el sangriento asalto del M-19 al Palacio de Justicia, financiado por Pablo Escobar, terminara siendo culpa en exclusiva del Ejército, lo de Mancuso es pan comido.
El menos responsable del sainete es el antiguo comandante de las AUC. Solo busca evadir la cárcel cuando regrese a Colombia y ya midió el aceite a los honorables magistrados. Le diseñaron a la medida la figura de “bisagra” y no sería extraño que con el pasar del tiempo opten por elevarlo a una nueva categoría, igual de ficticia, una suerte de general que disfrutaba de amplios poderes en la sombra, encargado de fijar con Uribe la política de seguridad nacional.
Que tomen buena nota los militares de este país. Mancuso no será la única “bisagra” que se saquen de la manga, ni se tratará de la única figura que inventen para desprestigiarlos aún más.
No me sorprende que se sienta traicionado el general Rafael Colón, que combatió con idéntico profesionalismo y honor a los paramilitares y a la guerrilla con la Infantería de Marina por los Montes de María. “Cuando la JEP generaliza (…) insulta a todos los que combatimos a esos criminales; insulta a quienes cumplimos siempre con nuestro sagrado deber de servirle a la gente”, escribió en respuesta a la decisión del tribunal.
Me temo, general, que la JEP está empeñada en pisotear su dignidad y la de tantos miles de soldados que se jugaron la vida en un conflicto armado sin sentido, que debió terminar hace muchos años.