Escribe Enrique Santos Calderón en su prólogo al libro Alternativa, recopilación de artículos de la revista de hace 40 años, que esta “fue un producto de su época”. Yo, que también estuve ahí, no estoy muy de acuerdo: la época que hoy vivimos sigue siendo la misma. Lo han señalado ya varios comentaristas: esos artículos refritos parecen escritos hoy. Y está ahí la respuesta a la crítica que se le vienen haciendo a mis propias columnas de prensa desde hace 40 años: que escribo siempre lo mismo. Así es. Pero así es porque nada ha cambiado.
Con la única pero importante diferencia de que tales cosas se publican hoy en todas partes, y en ese entonces solo se publicaban en la revista Alternativa. La “gran prensa”, como se llamaba entonces, se abstenía cuidadosamente de informar sobre temas desagradables: la corrupción oficial, los abusos militares, las protestas obreras, las luchas campesinas, la existencia de las guerrillas. Parecía que no viviéramos en Colombia, sino en Disneylandia. En realidad el único éxito que tuvimos en aquella revista de derrotas, a la que hubo que cerrar por falta de plata –o, como dijeron hace dos días dos de sus fundadores en la presentación del libro de Santos Calderón, “derrotada por el mercado”–, fue ese: que las cosas que nunca se decían, y que solo empezaron a ser dichas en prosa periodística clara y comprensible, y no en la jerga impenetrable de los grupúsculos de la izquierda, se dijeron en Alternativa; y a continuación fueron copiadas por la gran prensa. El ejemplo de Alternativa cambió la manera de escribir prensa en Colombia. Fuera de eso, nada ha cambiado aquí. En el resto del mundo sí, y mucho. En el resto del mundo, por ejemplo, ha terminado la Guerra Fría. En Colombia no. Así como aquí el anticomunismo empezó antes de que el comunismo existiera, así también aquí el anticomunismo persiste cuando el comunismo ha desaparecido. Todo lo demás sigue igual. La droga, y la guerra inútil contra la droga. La injerencia de los Estados Unidos. Los asesinatos de líderes sociales, aunque en aquel entonces no se llamaban así. La eterna promesa incumplida del metro de Bogotá. Los nietos de Carlos Lleras, los hijos de Luis Carlos Galán, el espíritu de Laureano Gómez reencarnado en Álvaro Uribe. La antología de viejos artículos que ahora publica Enrique Santos los saca sobre la droga, sobre la discusión del aborto, sobre la condición de los homosexuales, que entonces todavía no se llamaban gais, sobre la corrupción de los políticos, sobre la ocultación de la historia nacional, sobre la destrucción ecológica, sobre la entrada violenta de la policía en las universidades. Sobre la división de la izquierda. Más que de su época, los años setenta del siglo XX, Alternativa fue un producto de su país, Colombia, que es semejante al fantástico valle perdido de Pal-ul-don de las novelas de Tarzán de los monos, donde el tiempo se ha detenido.
Así que Colombia sigue siendo un país de avispados y de pícaros. Por eso sale ahora a la calle –al mercado– una revista nueva con el título viejo y mostrenco de Alternativa, y que pretende desfachatadamente compartir el espíritu de aquella de hace 40 años: mostrar lo que no se muestra. Desfachatadamente, porque si aquella era una revista de izquierda y que pretendía mostrar –y mostraba– las lacras del sistema que la gran prensa de la época se esforzaba por maquillar, esta de ahora representa a la extrema derecha –bajo el nombre equívoco y tramposo de “centroderecha”– y pretende exaltar las virtudes y los logros del Gobierno actual y del partido en el poder, el Centro Democrático del senador Álvaro Uribe. Su primer número exhibe una entrevista con el presidente Iván Duque, un artículo del exfiscal impedido Néstor Humberto Martínez y otro del excandidato peñalosista a la alcaldía de Bogotá Miguel Uribe Turbay. Pero falta por ver si además de robarle el nombre a la revista vieja la de ahora le ha copiado la manera.