Nunca en la historia de Colombia se tuvieron noticias de un presidente que repudiara tanto a los colombianos que no votaron por él. En la marcha del primero de mayo, Gustavo Petro, a los alaridos desde la plaza de Bolívar llena de funcionarios, contratistas y comunidades, que llevaron con presupuesto público en buses y con almuerzo pago, condenó a los ciudadanos que salieron a las calles a protestar en su contra, el pasado 21 de abril, de ser la “marcha de la muerte”.

En contraprestación, a su marcha le otorgó el calificativo de defensora de la vida. Así pues, el país quedó notificado por su presidente (que según la Constitución, en su artículo 188, es el símbolo de la unidad nacional) que está dividido en dos bandos enemigos. ¿En cuál se encuentra usted?

¿Usted es de los que saca dinero en los cajeros de la localidad de Chapinero, vive en esa localidad, vive en el barrio El Poblado de Medellín, es emprendedor, empresario, ama de casa, adulto mayor, joven, niño o niña, un “blanquito rico” y salió a marchar en contra del Gobierno del presidente Petro el 21A? Bien, usted forma parte del bando de la “muerte”. O sea, usted es de los malos.

¿Qué pretende Petro con su discurso de odio? ¿Acaso promover una guerra civil para que entre colombianos nos matemos?

El pasado primero de mayo, la indignación de Petro desde la tarima de la plaza de Bolívar fue más que evidente. En una muestra del desprecio que siente por los colombianos que no lo apoyan y con una actitud consciente y premeditada, ondeó desafiante la bandera del M-19.

Ese hecho simbólico tiene un significado en extremo doloroso y quiere decir que ese grupo guerrillero del pasado, con sus ideas y acciones violentas, es el que hoy gobierna a Colombia. Ver al presidente pisoteando el artículo 188 de la Constitución envuelto en la bandera del M-19 es igual de ofensivo a que el presidente de Alemania ondeara la bandera nazi; el de Irlanda, la del IRA; el de España, la de ETA, o el del Perú, la de Sendero Luminoso.

En realidad, la única referencia cercana de un “presidente” que permite el uso de las banderas de una organización criminal y guerrillera es el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, con la bandera de la guerrilla sandinista.

El M-19 violó todo el Código Penal vigente para la época en la que cometieron crímenes de lesa humanidad, secuestros, torturas, asesinatos, robos, extorsiones y, por supuesto, la toma del Palacio de Justicia. Si hubo un grupo que amenazó y aterrorizó al país fue esa guerrilla, que, aliada con el peor narcotraficante de la historia, Pablo Escobar, no dudó en usar la violencia para tomarse el poder. La bandera del M-19 es sinónimo de muerte y de un pasado del que el presidente debe sentirse de todo, excepto orgulloso. Pero la noble Colombia los indultó y les perdonó los crímenes que cometieron. Se convirtieron en políticos, y muchos, como Gustavo Petro, han vivido del salario que se les paga por ser funcionarios públicos. Los exguerrilleros no son héroes, ni significan nada distinto al dolor y la muerte. Son la remembranza de uno de los periodos más tristes de la historia colombiana. ¿Qué pasaría si un político se atreviera a ondear la vergonzosa bandera de las Autodefensas Unidas de Colombia? La indignación sería en la misma proporción que la ofensa que comete Petro, de manera deliberada, restregándole al país la bandera del M-19.

¿Pepe Mujica alguna vez, siendo presidente del Uruguay, ondeó la bandera de la guerrilla de los Tupamaros, a la que perteneció?

La marcha del primero de mayo solo sirvió para alimentar el ego del presidente, que gritó en la plaza de Bolívar que él no es soberbio y que tampoco está apegado al poder. El país fue el gran perdedor, porque lo dividió entre “sus” colombianos y los que desprecia, profundizando la zozobra que afecta hoy a la clase media, que el Gobierno tiene asfixiada a punta de impuestos para promover su destrucción, según reza el manual castrochavista.

Paradójicamente, en medio del discurso de la división, el presidente no hizo referencia al repunte de la tasa de desempleo al 11,3 por ciento en comparación con el mismo mes de marzo de 2023. Tampoco mencionó las acciones concretas para sacar la economía de la incertidumbre a la que este Gobierno la llevó, ni anunció si va a bajar el precio de la gasolina, que él subió, o quitarle los impuestos a la comida, que su Gobierno impuso. No lamentó las 21 masacres y el asesinato de 58 líderes sociales que han ocurrido en los primeros meses de 2024, ni habló de una estrategia para garantizar la seguridad en las carreteras, ahora que hemos regresado a los años ochenta del siglo XX.

Todo el evento del primero de mayo giró en torno al presidente-eclipse que señala sin señalar, juzga sin juzgar y, tristemente, ataca a un segmento muy importante del país que paga impuestos, es honrado y trabajador, y gracias al cual se financió ese evento.

Colombia siempre será superior a la violencia que la ha atravesado a lo largo de su historia. Por eso, solo queda el camino de la unidad nacional, que debe brotar de la esencia ciudadana para proteger la democracia y la libertad. Una acción que debe cimentarse en el altruismo colectivo ahora que el presidente, elegido democráticamente para gobernar y envuelto en la bandera de una organización criminal, mandó a decir, palabras más, palabras menos, que no quiere gobernar para todos. Ni para nadie.