No solo es que lo hayan barrido en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali y Bucaramanga, entre otras ciudades. Es que ha presidido unas elecciones de una desbordante corrupción y una injerencia abusiva de las guerrillas con las que negocia una supuesta paz total.
El propio presidente intentó a la desesperada dar un vuelco a las predicciones de las encuestas en Bogotá, donde se creía invencible, chantajeando a los capitalinos con el metro. Llegó al descaro de viajar hasta China y prometer financiación total del Estado si votaban por su fanático Gustavo Bolívar (aunque no lo nombrara), como si los 12 billones de pesos que costaba su capricho los sacara de su bolsillo.
Tampoco despertó el menor entusiasmo en los barrios más desfavorecidos de la capital de la República, en los que hizo como que escuchaba sus preocupaciones cotidianas, cuando la realidad es que cada día es más sordo al clamor general. Solo reúne gente de escasos recursos, que deben pasar filtros, para soltarles sus discursos apolillados y grandilocuentes, que parecen destinados a las estrellas del universo.
Ni le funcionó la promesa de última hora de recompensas a quienes denunciaran a los que dan plata a cambio de votos, cuando él mismo intentó comprar la voluntad de los bogotanos con los mencionados billones. Ya había perdido la autoridad moral para perseguir a ese tipo de sinvergüenzas después de su viaje a Barranquilla con el único fin de convencer a su hijo de cerrar la boca. Así evitó que destapara las verdades sobre los dineros sucios o no reportados, recolectados para alimentar su campaña presidencial.
Petro dejó patente su nulo respeto por la división de poderes y la institucionalidad, algo a lo que nos tiene acostumbrados.
El segundo gran perdedor de la jornada fue el petrito Daniel Quintero. Dejó botada la alcaldía para apoyar a su debilísimo alfil, y cosechó el ridículo más espantoso. Tan despegado estaba de su ciudad que nunca advirtió que sus paisanos rechazaban su pésima gestión. Se creyó tan popular, que pensó que podría ganar una pelea de pesos pesados con un púgil de peso wélter.
Pero ni siquiera la selección de su aspirante fue lo más deplorable. Desde mi punto de vista, el peor de todos sus incontables desaciertos consistió en dividir y sembrar odio en una ciudad que siempre fue ejemplo nacional de unidad y sentido de pertenencia.
Le tocará a Fico, un político moderado y amante de la conciliación, unir de nuevo a los medellinenses para recobrar el orgullo por su amada Medellín y superar entre todos el cúmulo de problemas que no fue capaz de resolver su antecesor.
Cali se sacudió del más desastroso gobierno de su historia reciente y escogió la mejor opción, si bien Alejandro Éder tendrá que demostrar que es algo más que el recolector del voto de castigo al peor alcalde que haya tenido la capital vallecaucana en lustros. Posee una buena hoja de vida, pero para domar a la caótica capital del Pacífico hace falta liderazgo y carácter, y ambos los tiene que demostrar. Lo ideal sería que con él arrancara una cadena de mandatos similar a los de Barranquilla con los Char. Si bien en la urbe más pujante de la costa queda muchísimo por hacer y no todo es oro lo que reluce, nadie puede negar el avance conseguido.
La asignatura pendiente, además de la inseguridad y la pobreza, será emprender una lucha sin descanso contra la corrupción, después de la detención de su hermano y los cuestionamientos en torno a su familia. Los Char, como los demás clanes políticos con los que gobiernan, saben cómo se hacen las vueltas sucias, así que nadie como ellos para erradicarlas por completo. Unido todo a hacer el mismo trabajo en la vecina Soledad. Mientras la gobiernen ladrones tras ladrones, Barranquilla pagará las consecuencias.
Volviendo al panorama general, pocas veces he recibido tal cúmulo de denuncias de corrupción y constreñimiento electoral por parte de las guerrillas. No solo encuentro humillante tener que acordar con los criminales la entrada del Ejército al corregimiento El Plateado, de Argelia, Cauca, solo para dar la impresión de que abrazan la democracia, sino que supone un insulto a la inteligencia colectiva que se vanaglorien del éxito de poder instalar las urnas en todo el municipio.
El resultado en esa localidad nada tiene que ver con un Estado de derecho. Si las Farc obligaron a una candidata a retirarse o la mataban, y si solo dejaron hacer campaña en sus áreas de mayor control a un solo aspirante, es evidente que han sido comicios tramposos desde el inicio.
No digo que la violencia o la corrupción hayan aparecido con Petro, siempre hubo mucho de ambas. Solo que las cifras de la Defensoría y la MOE indican un crecimiento desbordado de todos los males que aquejan a unas elecciones y el de Petro, se supone, es el gobierno del cambio… a peor.