Tal como vamos, hay una alta probabilidad de que el próximo Congreso que se va a elegir en el 2014 sea uno sin oposición. Y por oposición me refiero a la que se ejerce desde la izquierda, que en el fondo es la única que cumple el papel de control político tan necesario en una democracia. En ese sentido el uribismo es un remedo de oposición, porque no ejerce su función de control político. No recuerdo en estos tres años de gobierno de Santos ningún debate de control político adelantado por un congresista uribista como si los han hecho Robledo, Arias, Camilo Romero o Iván Cepeda, todos congresistas del Polo. Tampoco recuerdo que hayan acompañado a Robledo en debates como el que dio contra Riopaila y Cargill por haber comprado ilegalmente unas tierras baldías y que produjo en buena hora la renuncia del embajador en Washington, Carlos Urrutia. Hasta ahora, el uribismo solo tiene interés en cambiar la Constitución para que Uribe vuelva al poder y, en su hoja de ruta, el tema del control político no tiene aún mayor cabida. No hay duda de que en el próximo Congreso ese uribismo va a tener un espacio importante que hoy no tiene. Y es una mala noticia para un país que busca la paz, que en las próximas elecciones legislativas en el Congreso se fortalezca la derecha, -y meto ahí al Partido Liberal, que considero de centro derecha-, mientras que la izquierda desaparece. Sobra decir que si los verdes desaparecen, cosa bastante probable, nada nos pasaría porque nunca fueron nada. En cambio a la democracia colombiana si le afectaría la desaparición de un partido como el Polo. No sobra aclarar que el hecho de que el Polo esté al borde de perder su personería jurídica no es por culpa del sistema sino por cuenta de una crisis interna. El Polo de hoy es muy distinto al Polo pluralista de antaño, por el que muchos votamos. Ha echado a todos los congresistas que piensan distinto del Moir y se ha vuelto un partido tremendamente sectario. Sacaron a Gustavo Petro, quien fundó el movimiento Progresistas, y los que se quedaron cerraron sus ojos mientras la familia Moreno Rojas saqueaba la ciudad a sus espaldas. Hace poco acaban de expulsar a los comunistas y a los partidarios de la Marcha Patriótica con la retorcida tesis de que se han vuelto santistas porque han salido a apoyar el proceso de paz. No obstante aquí no termina esta telenovela: luego de haber echado a todos los que no pensaban como el Moir, se dieron cuenta de que sin ellos, sin los votos de congresistas como Iván Cepeda o Camilo Romero, no sacarían los 450.000 votos que se necesitan para pasar el umbral. Para no perder la personería jurídica los han vuelto a llamar. Sin embargo, esta ‘invitación’ a la unidad de la izquierda ha estado marcada por la arrogancia: quienes quieran participar de esta unidad no podrán apoyar el proceso de paz que se adelanta en La Habana porque eso significa apoyar la reelección de Santos. Es decir, Robledo, ese gran congresista al que tanto admiramos, ha terminado por coincidir con Uribe en su oposición al proceso de paz. Estas incongruencias probablemente se van a ver reflejadas en las urnas y van a terminar ahuyentando a muchos de sus fieles seguidores. Para el Polo de hoy la gran disyuntiva que define al país es la de si uno es santista o antisantista. Sin embargo, muchos creemos que la gran disyuntiva está es entre los partidarios de la paz y los de la guerra. Apoyar el proceso de paz no nos convierte automáticamente en santistas ni neutraliza nuestra capacidad de crítica frente a este gobierno, ni nos hace menos independientes, pero sí nos ubica en el lado donde están los partidarios de una opción distinta a la guerra. Si se firma la paz en La Habana, como muchos pensamos, el peor escenario que puede tener Santos es un Congreso sin oposición. Por eso veo con buenos ojos el proyecto que se está abriendo paso en el Congreso, que le da la posibilidad a las minorías que tengan menos de un 10 por ciento de representación en el Congreso lanzar listas en coalición para las elecciones de 2014. La gran paradoja es que al único que no le gusta esta propuesta es al Polo de Robledo quien ve en esta idea una marrulla entre los demás movimiento de izquierda y el santismo para restarle poder a él. Yo he votado por el senador Robledo varias veces porque creo que es un congresista estudioso que siempre está atento a denunciar los atropellos y abusos de los gobiernos. Pero su arrogancia a la hora de construir me recuerda a esa izquierda ortodoxa y caníbal de los setenta, más interesada en acabar con sus copartidarios que en construir una izquierda moderna.