Por una doble coincidencia que bien podría interpretarse como ironía de la historia, vino a ser precisamente el 28 de diciembre de 2013, día de los Santos Inocentes, el elegido para la firma del tratado de paz entre el gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.   Es cierto que el propio presidente Santos había puesto como fecha límite el 30 de noviembre, pero la relativa cordialidad y el sigilo que reinaron a lo largo de casi todo el proceso, así como la necesidad que tuvieron los representantes de la guerrilla de consultar las decisiones finales con sus frentes y bases, condujo a que fuera justo tres días antes de acabar 2013 el momento finalmente acordado para la firma de este trascendental acuerdo, que tanto alivio y reparación le aportará a la nación entera, si no se atraviesa alguna ‘ave de mal agüero’ en el camino.   Quizá el principal obstáculo se presentó cuando a comienzos de marzo fuentes de inteligencia militar acusaron a las FARC de estar detrás de un plan para asesinar al exvicepresidente Francisco Santos, lo cual generó un ambiente de tensión que se incrementó con las palabras del ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien basado en dichas pruebas volvió a utilizar la palabra “hipócritas” para referirse a los jefes de la guerrilla presentes en La Habana.   Esto condujo, como ya se sabe, a que en la sesión del martes 5 de ese mes los negociadores de las Farc se hubieran levantado de la mesa, y a que Timochenko lanzara un llamado de alerta a las tropas desde su cuenta de Twitter, @timochenko_farc, en lo que hacía presentir sería la crónica de una ruptura anunciada.   El peso de la acusación oficial se sustentaba en que a un miliciano de las Farc residente en Cartagena del Chairá le habrían hallado supuestos planos detallados de un complot para eliminar al exvicepresidente Santos Calderón, mientras que el detenido reconocía su vinculación a ese grupo guerrillero pero alegaba que los papeles incriminatorios le habían sido “sembrados”.   La bomba de tiempo se desactivó con la captura por parte de la Fiscalía de alias ‘Longaniza’, mando medio del grupo paramilitar Águilas Negras. A ‘Longaniza’ se le halló una lista negra –que reconoció ser suya- de personajes de la vida nacional que figuraban como ‘candidatos’ para ser eliminados (entre ellos Francisco Santos Calderón) con el objetivo de culpar a las Farc.   El cerrojo definitivo a la crisis se lo puso el propio ‘Pacho’ Santos, al afirmar que la investigación adelantada por la Fiscalía le generaba “total credibilidad”, y a renglón seguido manifestar su respaldo al proceso de paz que adelantaba su primo Juan Manuel, quien celebró su “regreso a la cordura”.   Cordura de la que no supo hacer gala el expresidente Álvaro Uribe, porque ante tan sonado suceso político se fue lanza en ristre contra los dos primos, con trinos como este: “Dios los cría y ellos se juntan. Alguien se reintegró al club de la alta traición que serpentea en la aristocracia bogotana.”   Sea como fuere, la movida de Francisco Santos hacia el redil familiar (y en consecuencia hacia el santismo) no causó sorpresa, pues desde finales de 2012 voces cercanas a su oído venían aconsejándole que se desmarcara de su antiguo jefe, y los hechos más recientes terminaron por darle la razón: así la inmunidad presidencial lo proteja de ser enjuiciado y las encuestas de popularidad lo sigan acompañando, entre el sector más consciente de la sociedad, incluidos sus otrora aliados, coge cada día más fuerza la tesis de que era imposible que Álvaro Uribe no hubiera participado en –u ordenado- las acciones que tienen a buena parte de sus colaboradores investigados o en la cárcel, comenzando por el caso más protuberante, el del general Mauricio Santoyo, su hombre de confianza, hoy condenado por la justicia norteamericana.   Un segundo hecho que sumado a la firma del acuerdo de paz quedará para la historia, es el sorpresivo anuncio que hizo el presidente Santos en los primeros días del pasado mes de noviembre, en cuanto a que no buscará la reelección, contrariando así absolutamente todos los pronósticos. Esto ha sido interpretado (ahora, porque antes a los analistas no se les ocurrió contemplarlo) como un interés genuino en acceder al Nobel de Paz, y se refuerza tanto con la cita que hizo del refrán según el cual “segundas partes nunca fueron buenas”, como con su aún más sorpresiva solicitud al próximo Presidente de la República para que considere su “humilde aspiración” al puesto de Alto Comisionado de Paz, con la obvia finalidad de impedir que los enemigos de la paz pongan palos en la rueda de lo que se ha dado en llamar la etapa del posconflicto, tan sensible y llena de obstáculos, sobre todo jurídicos, particularmente en lo relativo a repartición de tierras, reparación de víctimas y aplicación de la justicia transicional.   El balance de este 2013 culmina, pues, justo en el día de los Santos Inocentes, con un merecido y coincidente reconocimiento a tres personas de apellido Santos Calderón que contribuyeron –cada una por su lado- a aclimatar el clima de paz y optimismo que hoy se respira en Colombia:   Enrique, hermano mayor del presidente y en su juventud militante de la izquierda, cuyos buenos oficios fueron decisivos para mantener en secreto durante más de seis meses los contactos que se adelantaron entre el gobierno y las Farc para dar comienzo a las negociaciones de paz.   Francisco, a quien recientes sucesos relacionados con nuevas sindicaciones contra el expresidente Álvaro Uribe terminaron por convencerlo de que estaba “en el lugar equivocado”   Y Juan Manuel, el Presidente –este sí- de la paz.   *Twitter: @Jorgomezpinilla