Hay una diferencia clave entre Gustavo Petro y Pedro Sánchez: el colombiano, de ideología radical y rabias enraizadas en el alma, gobierna para imponer sus ideas extremistas y fustigar a los millones de ciudadanos que odia porque no le hacen la ola.
El mandatario español, de escasa formación intelectual y porte agraciado y petulante, desconoce el significado de “ideales”, “principios”. No abraza fin distinto a ser presidente sin más. Incorregible narcisista, le fascinan la visibilidad y las innumerables gabelas que otorga el cargo, más que el hecho de gobernar.
Coinciden ambos en padecer un desbordante egocentrismo, en considerar que no necesiten voces que los aterricen en el valle de lágrimas donde habitan los mortales. Y en victimizarse cada vez que alguien destapa alguna trampa que los ponga en aprietos.
Como a Petro lo conocemos, me centraré en Pedro Sánchez, ahora en el foco de atención por una ampulosa misiva, recibida en España entre la burla y la perplejidad.
La carta, mezcla de belicosidad y victimismo, anunciando cinco días de reflexión sobre si continuará o no en la presidencia del Ejecutivo español, es todo un hito en las democracias modernas. Si tanto le afecta la investigación a su esposa por presunta corrupción, lo correcto sería dimitir y convocar elecciones una vez tomada la decisión. O no decir nada y seguir, en lugar de dejar un país en el limbo por una perversa jugadita política.
Pero resolvió redactar encolerizado un alud de invectivas contra el Poder Judicial y la prensa independiente que no se arrodilla, además de la consabida sarta de calumnias e insultos a sus opositores políticos. Y no dejó espacio a un ápice de arrepentimiento o reconocimiento de un mínimo error.
A pesar de su empeño en parecer sincero, pocos creen que dejar la presidencia para siempre figure en su abanico de opciones. Más bien confía en que dárselas de esposo amoroso y víctima de quienes matriculó de enemigos concitará el apoyo de la izquierda y ahondará la polarización. Y, en lugar de analizar el panorama político y social de su país, en constante inestabilidad, aprovechará las jornadas sin agenda para preparar una venganza implacable.
Si se fuera, lo haría convencido de que regresará con más fuerza para aplastar inmisericorde a quien destape sus pasos torcidos y sus constantes incongruencias.
Como era de prever, enseguida recogió los réditos políticos que esperaba. Compañeros del PSOE, como el expresidente Zapatero, asesor de Nicolás Maduro, corrieron a suplicarle que se quedara.
En paralelo, un abanico de periodistas lacayos, que trabajan, entre otros, en la pública TVE, entraron en acción. Por ejemplo, una tal Silvia Intxaurrondo (conocida allá) tachó de “pseudoperiodistas”, de vendidos, de mentir con el propósito de ayudar a ciertos partidos políticos, a los colegas que destaparon las presuntas irregularidades de la doña.
No contenta con su aporte, dicho con desparpajo y sin asomo de pudor, cedió la palabra a una venezolana chavista, del partido Podemos –asesor en su día de Hugo Chávez–, para que rematara la faena. Propuso que Pedro Sánchez intervenga los medios de comunicación críticos y el Poder Judicial por empeñarse los jueces en preservar el imperio de la ley en vez de permitirle pisotear el Estado de derecho.
Casi a la misma hora de la ofensiva mediática, los sanchistas purasangre convocaron a las calles a su fanaticada para mostrar que el líder supremo tiene detrás al pueblo.
La guinda del pastel la pusieron personajes como nuestro Gustavo Petro. Con la excusa de respaldar a su aliado europeo, tecleó un mensaje en X repleto de injurias hacia los colombianos que critican su propia gestión, con una virulencia impropia de un jefe de Estado. En el colmo de su desvarío, mencionó a la “derecha franquista” colombiana, que solo existe en su imaginación, para enlazar su discurso con el de su par europeo.
Aunque sea incuestionable que la esposa de Pedro Sánchez traspasó la línea ética, algo normal en ese matrimonio, será la justicia la que determine si cometió los delitos de tráfico de influencias y corrupción. O si la ayuda a sus amigos se limitó a un insignificante empujoncito para que consiguieran sus objetivos de negocio.…
NOTA: en el sistema parlamentario se vota por una lista cerrada al Congreso y gobierna el partido que arma la mayoría en la Cámara. El PP ganó las elecciones, pero no obtuvo el 51 por ciento de curules. Por respeto a sus principios, no se alió con los racistas partidos catalanes y vascos, que consideran inferiores a los demás españoles y persiguen independizar sus regiones de España. Ofreció, por tanto, un gobierno de unidad nacional al PSOE. Aunque Sánchez prometió en campaña no pactar con esos partidos que pisotean la Constitución y denigran a España a diario, prefirió rechazar al PP y aliarse con ellos a costa del país, para conseguir las requeridas 178 curules.