La alocución televisada de Petro, el martes pasado, en compañía de los líderes de importantes partidos políticos que definirán la votación de la reforma a la salud, generó la ilusión de que la propuesta del Gobierno será verdaderamente debatida y modificada con las ideas de grupos que están por fuera de la Casa de Nariño, o que el proyecto de ley de la ministra Corcho podría empantanarse y fracasar.
La imagen de un Petro abriendo oficialmente la conversación con los partidos que se oponen a la reforma de Corcho, aun siendo partidos aliados, es sin duda un logro impresionante de los partidos tradicionales para contener la avalancha de la absurda reforma de Corcho, pero que en política no significa más que eso: la posibilidad de debatir con el Gobierno. Solo eso.
Los partidos que han logrado este compás y la sociedad que los apoya deben seguir con los pies en la tierra para no bajar la guardia. No solamente porque Petro no haya construido antecedentes que nos permitan confiar en su promesa de escuchar para ajustar sus posiciones, sino porque no podemos olvidar que el Congreso es de naturaleza burocrática y clientelista. A los dos, al alto gobierno y a los legisladores, debemos como sociedad exigirles transparencia porque podrían entrar en negociaciones burocráticas silenciosas, mientras ventilan sus argumentos por los medios.
No me cabe duda de que la presión de los partidos tradicionales responde a su compromiso con evitar un caos social por la destrucción del sistema de salud que hoy tenemos, pero tampoco vacilo en pensar que los líderes de los partidos también están buscando mayor representación política. Es decir, burocracia. Y en estos ocho meses que han pasado, el nuevo gobierno ha demostrado su gran vocación clientelista, que seguramente pondrá a disposición del trámite de la reforma a la salud.
Es esperanzadora de todas formas la alianza pública en cocción entre el Partido Liberal, el Partido Conservador y el Partido de la U, que llevaría a una propuesta más responsable para reformar el sistema de salud. Propuesta que promete tener una fortaleza política en el Congreso similar a la que tiene el Gobierno para impulsar su caprichosa visión de salud. Y por su parte, Cambio Radical, con su propuesta independiente, quiere reivindicar su liderazgo político en el sector salud, pero sin mezclarse con las demás propuestas alternativas. En este nuevo escenario, las propuestas de la sociedad civil, como la de las organizaciones de pacientes y la de la industria, que ya se habían socializado, pierden fuerza política, pero pueden jugar un papel importante como insumos técnicos.
Pero lo factual es que al día de hoy ninguna de las propuestas, ni la del Gobierno, ni la del Centro Democrático, ni la de Cambio Radical —que son las que están radicadas en el Congreso— cuentan hoy con mayorías para su aprobación. Existe, eso sí, la posibilidad de que una propuesta conjunta de los conservadores, con los de La U y los liberales, pudiese conformar un importante bloque de legisladores que votaría en contra de la reforma de Corcho. Pero, reitero, esos cálculos en política nunca pueden formularse de forma aritmética, porque en el medio e invisibles están los intereses burocráticos y electorales.
No debemos olvidar que el Pacto Histórico aún cuenta con apoyos relevantes como el Partido Verde, Comunes y, no menos trascendentes, las curules de paz, que influyen en la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes. No obstante, al fragmentarse la bancada de gobierno con los anuncios de no apoyo a la reforma por parte del Partido Conservador, y las críticas al texto por parte del Partido de la U y el Partido Liberal, el Gobierno está forzado a replantear su estrategia política para lograr la aprobación de la reforma.
Ese replanteamiento pareciera consistir en revisar las propuestas discrepantes de los partidos con fuerza política en el Congreso y tratar de integrarlas a la propuesta de Corcho, si, y solo si, la integración no implica cruzar las “líneas rojas” en la que claramente comulgan el presidente y su ministra: el nuevo modelo de atención primaria en salud y la no intermediación financiera de las EPS. La primera no generará mayores choques entre el Gobierno y los partidos, pero la segunda podría detonar el clientelismo para llegar a acuerdos. ¡Y ojo!, porque el clientelismo podría ser el gran punto de encuentro de Petro y sus opositores a la reforma.
Debemos, en este escenario, considerar que el clientelismo tomó fuerza como estrategia para sacar adelante las reformas, tras la desinflada que debió sentir Petro al ver que marchó más la ciudadanía opositora que aquella que lo apoya, hace un par de semanas cuando quiso medirse en las calles con la oposición. Por eso se puede pensar hoy que la agitación social pro reformas se volvió la última opción para el gobierno.
Pero aun con clientelismo, no la tiene fácil el Gobierno, porque la posición en bloque del Partido de la U, el Liberal y el Conservador obstaculiza la aproximación del Gobierno a cada uno de los legisladores y obliga a Petro a tratar con equidad a las tres instituciones. Y por primera vez, los partidos parecieran querer renunciar a la burocracia clientelista que necesitan en sus regiones. Pero Petro es Petro y podría sorprender con alguna estrategia que divida la unidad de la oposición y le abra camino al clientelismo puro y duro.