Cuando escribo esto van ya ocho días de protestas, y siguen. Recuerdo dos precedentes que me ha tocado vivir: uno en Bogotá, el 14 de septiembre 1977, que fue el paro nacional contra el gobierno de López Michelsen; y el otro en París en mayo del 68, contra el del general De Gaulle. Por lo que recuerdo, los dos salieron mal. Inspirados por las libertades ciudadanas, a los dos los aplastó la represión oficial. Cuando el paro del 77, que dejó un reguero de muertos y un gobierno irritado, más que atemorizado, quienes hacíamos entonces la revista Alternativa escribimos, con cierta ilusión lírica aunque en la prosa de palo de la doctrina entonces vigente entre la izquierda, que el paro “constituyó una formidable experiencia en la lucha de las masas colombianas que ha dejado una valiosa escuela organizativa que ha de convertirse en forzosa referencia de los próximos combates populares”. Pero el resultado más cierto de aquella protesta fue la imposición de las draconianas medidas represivas del llamado Estatuto de Seguridad, propuesto por los militares al presidente López y, aunque desechado por este, puesto en vigor un año más tarde por su sucesor Turbay Ayala.

En el mayo francés del 68 sucedió lo mismo. De la ilusión lírica revolucionaria se pasó sin transición, en el mes de junio, a la recuperación de la desgastada derecha francesa, que ganó arrolladoramente las elecciones convocadas a las volandas para apaciguar la rebelión estudiantil y obrera. Es verdad que se retiró el general De Gaulle, herido en su inmenso amor propio. Pero lo sustituyó su hasta entonces primer ministro Pompidou (un poco como si en la actual coyuntura colombiana se fuera el inepto presidente Iván Duque para ser reemplazado por la todavía más torpe vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, como pide el sector más cerril del Centro Democrático). Los trabajadores de las fábricas desmontaron la huelga general que paralizaba a Francia, recibiendo a cambio un aumento de salarios que pronto se comió la inflación. Los estudiantes rebeldes que inmovilizaban a París salieron temprano a sus vacaciones de verano, lo que el gobierno, reforzado por su triunfo electoral, aprovechó para dividirlos físicamente de manera que dejaran de constituir una fuerza homogénea de agitación callejera: a la universidad pública, la vieja Sorbona desde hacía ocho siglos concentrada en el Barrio Latino de París, la parceló y dispersó por toda la gran región parisina en miniSorbonas I, II, III, IV…, y hasta XIII. Y los adoquines de piedra que pavimentaban las calles de París y habían servido en la revuelta para atacar a los policías antidisturbios fueron sustituidos por asfalto. Temo que en algo parecido desemboque la actual protesta popular en Colombia (salvo, claro está, en lo de asfaltar las calles): en una represión mayor, como lo han venido indicando los preparativos de la derecha y del gobierno durante los días de las manifestaciones y desde antes de que se anunciara el paro. Desde que el ahora renunciado Guillermo Botero, apenas nombrado ministro de Defensa, declaró que era necesario “regular la protesta social”, con el aplauso de la vicepresidenta Ramírez. Desde que se anunciaron la militarización de las ciudades, la amenaza de la ley seca y del toque de queda antes de que hubiera comenzado la primera marcha. Acuartelamiento de primer grado para el ejército. Multiplicación de las fuerzas de policía en Bogotá: de 4.000 a 10.000 hombres. Soldados con fusil en las esquinas. Un par de tanquetas armadas de ametralladoras en las calles de Bogotá. Salida en masa a las calles de los hombres del Esmad, la policía antidisturbios. Desde que el expresidente Uribe, en nombre del Centro Democrático, culpó de antemano al fantasmagórico “Foro de São Paulo” del inexistente comunismo internacional, y el alcalde Peñalosa vaticinó “días difíciles” como resultado de “un complot para generar terror” promovido por una “organización de alto nivel”, y el consejero áulico del presidente Duque, Luigi Echeverri, habló de “terroristas, comunistas, socialistas y todo tipo de activistas”.

Estallado el paro, multitudinario, y por lo general de manera pacífica con unos pocos brotes de violencia calificada de “vandálica” por las escandalosas redes sociales, el presidente Duque anunció una “conversación”, con sus promotores para discutir el “paquetazo” laboral cuyo anuncio fue el motivo de las marchas. Maquillaje: así como a la Ley de Reforma Tributaria, declarada inconstitucional por la corte, le había cambiado el nombre para que pasara, llamándola Ley de Financiamiento, así ahora, para despistar a los que protestan, la rebautiza Ley de Crecimiento Económico. Así mismo hará con el Esmad, criticado por sus excesos, incluido un manifestante muerto: en vez de reformarlo le cambiará el nombre. Su respuesta a la insatisfacción ciudadana es la misma de su admirado “presidente eterno” Uribe, y a la del difunto pero revivido presidente Turbay: la represión. Vale la pena aquí recordar un par de versos del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio, que le sirvieron de título a uno de sus libros de ensayos: Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos. Vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. Aunque parece imposible ser más ciego que los actuales gobernantes de Colombia.