Para Gustavo Petro, la campaña que culmina el próximo domingo ha sido quizás la más larga de su vida. Con el discurso de derrota de 2018 inició su actual aspiración. Ese día dejó claro que haría oposición parlamentaria y que agitaría las calles camino a 2022.

Y así lo hizo. Con la combinación de todas las formas de lucha en estos cuatro años se fortaleció como alternativa política. Nunca mostró dudas, ni titubeos. Petro se empleó a fondo en el Senado e hizo lo que más sabe: calumniar, mentir, injuriar y volver a injuriar, mentir y calumniar. Dijo de todo, al extremo de oponerse a la vacunación contra el covid.

En las calles fue campeón de la intolerancia, la instigación, el fanatismo y la propagación de la violencia. Estaba en éxtasis revolucionario. No le importó la vida y la integridad de nadie. Se mostraba defensor de los jóvenes que protestaban, al tiempo que con su discurso y mentiras los hizo carne de cañón, cómo se lo reprochó la alcaldesa de Bogotá. Y a los policías los calificó de masacradores, convirtiéndolos en blanco de ataques, incluido el asesinato, para los más trastornados.

Petro sabía en 2018 que necesitaba el colapso social, económico y político. Era consciente que a eso contribuía mantener y profundizar la polarización, que el nuevo Gobierno quería desactivar. Por eso, cada acción, cada frase, cada proclama, cada tuit, tenía el objetivo de incendiar el país.

En esa tarea de propaganda y tergiversación presentó los homicidios contra líderes sociales, que venían desde antes de la firma del Acuerdo de La Habana, como la prueba de que el Gobierno mataba a los voceros de las comunidades. Las operaciones legítimas de la fuerza pública contra los terroristas y narcotraficantes, a los que sin querer queriendo los vuelve aliados prometiéndoles perdón social, las volvió falsos positivos. Eso, mientras prendía la llama de odio contra los empresarios, los industriales y quienes generan trabajo y riqueza.

Y para su satisfacción le cayó de perlas una pandemia que nadie esperaba y que obligó a encerrar a la población, destruyó el empleo, quebró la economía y aumentó la pobreza en todo el planeta. ¡Alegría sublime! Era el mayor sueño de un populista que quiere cabalgar en el lomo de la demagogia. Así lo hizo Hitler luego de la crisis de 1929, la hambruna y la quiebra general. La responsabilidad del covid-19 era del Gobierno, del sistema financiero, de los empresarios, de los medios de comunicación, de todo el mundo que no estuviera con él. Tenía un enemigo y la responsabilidad del colapso para adjudicarle.

Pero no se detuvo. ¡Ni más faltaba! Con el olfato del agitador profesional estaba dispuesto a todo con el fin de aprovechar las consecuencias de la pandemia y la polarización, amplificada por los desastrosos efectos. Las condiciones eran óptimas para aterrorizar, intimidar y tratar de someter a la sociedad, radicalizar sectores juveniles y populares, seducir a la clase media, explotar el resentimiento y propagar la lucha de clases. Petro hizo del paro nacional la tribuna desde la que pretendió criminalizar a todos a los que considera sus contradictores. Luego, la respuesta tenía que ser el “cambio” hacia un nuevo orden, hecho a su imagen y semejanza.

Ahora muchos se sorprenden por los ‘petrovideos’, que revelan la auténtica suciedad del petrismo. En realidad, a pesar de la gravedad de lo que revelan, mirado en perspectiva, resultan una cuestión menor frente a lo que ha sido la actuación del candidato durante estos cuatro años.

A menos que se propine una derrota aplastante a Petro y a las mafias políticas y corruptas con las que se alió, esto no terminará acá. Si gana, la revolución petrista, con esos mismos métodos, llevará a Colombia al precipicio. Y si lo derrotan por pocos votos, Petro reeditará su papel en la violencia urbana, apostará a tumbar cómo sea a Rodolfo Hernández en los primeros seis meses, convergerá con los grupos a los cuales pertenecen los extraditables presos (a los que su gente les prometió no extraditarlos) con tal de lograr la desestabilización completa. A eso, súmenle desde la oscuridad a Maduro, los cubanos y los gobiernos de izquierda que tanto les gustan las dictaduras.

No hay opción distinta para la supervivencia de la democracia en Colombia que derrotar a Petro y hacerlo con mayorías contundentes. Que entienda que en este país su revolución nunca tendrá lugar.