Confieso que tengo miedo. Aunque no quiero ser alarmista, creo que la emergencia por el coronavirus y sus consecuencias sanitarias y económicas llegan en el peor momento a Colombia. No sé qué viene para nuestro país. Es como si fuéramos en un avión con fallas técnicas y en medio de una tormenta donde todos estamos en riesgo. Aquí se juntó la pandemia con la delicada situación política interna y las grandes dificultades económicas. Una mala noticia para todos.
Para empezar, el Gobierno de Iván Duque es tan impopular como débil. Su falta de sintonía con la gente es tan grande que en medio de la crisis del coronavirus, y con una fuerte alerta por las consecuencias económicas para el país, decidió viajar a Nueva York y a México, como si aquí no estuviera pasando nada. Verlo bromeando y muy sonriente mientras se saludaba de codo con el secretario general de la ONU, António Guterres, producía angustia. Ni qué decir de su encuentro bilateral con Amlo. Qué desazón. El mensaje les entró en reversa a los colombianos que esperan que la emergencia sea lo más importante para el Gobierno. Todo está en juego y necesitamos liderazgo. Al presidente el coronavirus le llegó justo cuando la Ñeñepolítica lo tiene contra la pared. Mientras Duque estaba de viaje, fue el expresidente Álvaro Uribe, jefe del partido de Gobierno y su mentor, quien salió ante los colombianos a responder por el escándalo. Uribe dejó sin respaldo y en entredicho a su colaboradora María Claudia Daza. Hoy hay más Ñeñepreguntas que respuestas. Compraron votos para elegir a Duque, ¿sí o no?; ¿el audio en cuestión dónde está?, ¿el Ñeñe tenía tanto poder como se escucha en las grabaciones publicadas por Semana Noticias? ¿Hay alguien interesado en ocultar la verdad? Para un sector de la opinión, las explicaciones de Duque son incipientes y las investigaciones, lentas. Mientras el Gobierno intenta defenderse, Uribe dejó en el aire hasta la posibilidad de un millonario robo. La oposición, mientras tanto, solo admite la versión del fraude electoral. Entre tanto, la división en el Centro Democrático se profundizó por el Ñeñeescándalo. Las aguas se tornaron más turbulentas.
Pero más allá de la Ñeñepolítica, Duque sabe que estamos en serios aprietos y que el dólar a más de 4.000 pesos, un déficit fiscal que se puede empeorar y una balanza comercial negativa de tal magnitud nos pueden mandar a la lona o dejarnos al borde del caos económico. Con seguridad el crecimiento de la economía se afectará. ¿Las grandes empresas resistirán? ¿Cuántas empresas medianas y pequeñas van directo a la quiebra si esta situación se prolonga? ¿Qué pasará con las compañías y los consumidores sobreendeudados? La pregunta es si realmente estamos preparados. No olvidemos el fantasma aterrador del desempleo, que se pavonea en cifras del 13 por ciento y que puede agravarse. Como si todo esto fuera poco, el narcotráfico sigue disparado e incontenible, la agitación social es un hecho, la campaña política empezó antes de tiempo y no hay propuesta del Gobierno que no se choque con ese muro egoísta de las aspiraciones presidenciales. La inseguridad ciudadana no da tregua, la violencia en los territorios es brutal y ninguna autoridad parece tener el control. El ELN sigue fortaleciéndose y sus líderes, en Cuba como si nada; lo propio hacen las disidencias de las Farc y las Bacrim, que se expanden como la maleza en todo el país. Los asesinatos de líderes sociales no paran y el Gobierno Duque enfrenta duros cuestionamientos por el manejo de los derechos humanos. La oposición está más empoderada que nunca, y no falta el ministro o ministra que la embarre y ponga al Gobierno en boca de todo el mundo. ¡Ah! No olvidemos que por desgracia seguimos siendo vecinos de Maduro y los efectos del régimen no dejan de golpearnos. Y así nos llegó el coronavirus, en medio de semejante tormenta. Estamos frente a una mezcla explosiva: petróleo bajo, dólar alto, pandemia, Ñeñe y poca favorabilidad del Gobierno. No queda duda: el presidente Iván Duque se enfrenta a la tormenta perfecta.