Estados Unidos es identificado en muchas partes del mundo con sus seriados. El estadounidense es, para muchos, como lo muestra la televisión. Y en toda serie policial de los Estados Unidos hay un sargento negro, un carro que explota, un infiltrado, una mujer y un rubio. Latinoamérica es conocido por sus telenovelas, los culebrones. En las telenovelas, hay una discapacitada ciega o en sillas de ruedas, un hijo adoptivo que al final se enamora de la protagonista que es su hermana, a la vez odiada por la cuñada malvada. O algo parecido pero con el mismo telón de fondo. La comunidad internacional (cualquier cosa que esto signifique) no vio en la crisis entre Colombia y Venezuela una real crisis sino una pelea de vecinos, peor aun, una pelea familiar digna de una telenovela. La Cumbre de Río, así como la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), fueron seguidas como peleas de gallos. Chávez llamó a Uribe "mafioso” y “cachorro del imperio" y Uribe llamó a Chávez "patrocinador de genocidas", para luego finalizar abrazados. En materia de derecho internacional, el problema no es solo de intenciones ni de interpretaciones. En las relaciones internacionales las intenciones no han sido ni buen punto de inicio ni suficiente explicación una vez pasaron los hechos, recordemos las intenciones de la OTAN de salvar Kosovo, las intenciones de Estados Unidos de eliminar las armas de destrucción masiva en Irak, la presencia de tropas sirias en Líbano, la incursión turca en el norte de Irak, y un largo etcétera. Las relaciones internacionales están basadas en formulas jurídicas que trascienden lo que los gobernantes y a los gobiernos, que no son flexibles ramas que se mueven con el viento de la coyuntura política, sino fuertes ramas con raíces profundas; pero la mal llamada guerra contra el terrorismo ha sido la motosierra que busca quebrar tales sólidas ramas. Volviendo al choque entre Colombia y Venezuela (con Ecuador como actor secundario) debemos llamar las cosas por su nombre. El campamento de las Farc sí era un objetivo militar (como lo son los batallones del ejército colombiano) pero la frontera es la frontera, como lo es la de Colombia con Nicaragua que tanto preocupa a Uribe. Así mismo, un civil es un civil así sea líder sindical que trabaja en una plantación de banano cuidada por paramilitares. Sin aceptar esas premisas es imposible llegar a un acuerdo decente ni a una paz duradera en ningún conflicto armado. Es cierto que hay, por lo menos, un par de debates sobre las fronteras: el de la intervención humanitaria (llamado también “derecho de injerencia”), que es un figura inexistente en el derecho por más vueltas que se le de, y aunque su intención sea noble sus consecuencias no lo han sido. El otro es el de la guerra preventiva: descarada forma de renombrar los crímenes de agresión entre países. El primer debate es digno de una mayor reflexión jurídica pero el segundo es simplemente parte de una estrategia política. Algunos justifican la “guerra preventiva” sobre la base de las resoluciones de la ONU en el caso de Afganistán, pero más allá de la formalidad jurídica, lo que hay es una nueva estrategia político-militar para manejar las relaciones internacionales: el delito de sospecha. En América Latina, políticamente hablando, la sensibilidad en materia de fronteras es mucho mayor que la que hay en África. En el pasado Colombia ha capturado ilegalmente guerrilleros en Venezuela y Ecuador, comportamiento tan ilegal como los secuestros en Colombia, incluso más en cuanto es hecha por agentes del Estado, en nombre del monopolio de la fuerza del Estado colombiano y los vecinos se han quedado callados. Como en las telenovelas, el fin justifica los medios. Uribe no perdonaría que a su finca se metiera ganado ajeno; curiosamente él mismo se ha definido como “un administrador de fincas y un domador de caballos”, un personaje de telenovela. Chávez no se queda atrás, parece no entender que las formas no son un aditamento más en la política internacional sino parte de la esencia, eso lo sabe hasta Bush. Un oficial minuto de silencio por Reyes es algo más que un símbolo aislado. En el incidente entre Colombia y Venezuela, como en las telenovelas, los hijos no son hijos sin sobrinos regalados, los paralíticos al final caminan, los malos lloran sus pecados y poco importa el crimen, a los buenos se les perdonan sus actos perversos porque son los buenos. Como en las telenovelas, los protagonistas se acusan mutuamente de mentir, se amenazan mutuamente con los abogados (en este caso la Corte Penal Internacional), hablan de repercusiones económicas (cual pareja que paga la hipoteca de su casa). No hay debates sobre hechos sino sobre interpretaciones, se sigue la ley de Murphy: “si la realidad contradice el informe, deseche la realidad”. Y todo indica que esto pasa en ambos lados de la frontera. Hasta los computadores de los guerrilleros son percibidos más como piezas de telenovela que como un hallazgo real. El problema es que Colombia y Venezuela no hacen política exterior sino telenovelas. Por eso los abrazos y las reconciliaciones, las peleas de vecinos, las pasiones de los televidentes en las calles, los comentarios en la peluquería y en el taxi, los análisis de cafetería. Y, si a las telenovelas se le adiciona una bandera nacional y un himno patrio, pues no hay discusión posible porque con los hinchas, sean del país que sea, hooligans ingleses o seguidores del Real Madrid, no se puede razonar. Por eso cualquier crítica es asumida como alta traición. Otros dos países a mencionar (sin contar a Nicaragua) son Ecuador y Bolivia. Ecuador, el país victima de la violación de su soberanía, solo reclamó lo que merece: respeto a su territorio. De hecho, en la OEA, Colombia aceptó dicha violación y la resolución lo dejó claro: “…el hecho ocurrido constituye una violación de la soberanía y de la integridad territorial del Ecuador y de los principios del derecho internacional”. Bolivia, por su parte, fue el convocante de una reunión extraordinaria de cancilleres en el marco de la cumbre del Grupo de Río. Sus posiciones fueron más que justas, pero condenadas por algunos con el argumento ridículo de que “sirven” a Venezuela. Recuerdo la crisis que hubo entre Ecuador y Perú en los años 1900: qué casualidad que cuando hay problemas internos serios, se utiliza los tambores de guerra como cortina de humo para que la población se distraiga de muchos de los problemas que no se abordan por las agendas gubernamentales de cada uno de los países. Esto al final deriva en un fortalecimiento de la figura del gobernante que, en el caso del continente latinoamericano, gracias a los sistemas presidencialistas, tienen un componente altamente populista. Finalmente, la reconciliación no se hizo en una sala con formas diplomáticas, sino en una fiesta presidida por Juanes, como las fiestas de integración de los colegios, como las fiestas de las telenovelas. Y luego los colombianos y los venezolanos quieren ser tomados en serio en los foros internacionales. Pero, más allá de la fiesta y del final feliz, los extras de la telenovela siguen sin contar: los secuestrados, los desaparecidos, los desplazados, los que están en las cientos de fosas comunes. PD: Parodiando al poeta, debo reconocer que mi verdadero conflicto colombo-venezolano lo tuve con una muchacha.