Parece que el paso ineludible del tiempo no hubiese sido suficiente. Ese 7 de agosto de 2022, cuando Colombia viró, por primera vez, hacia una izquierda que hoy muestra su verdadera y radical esencia. Ese día de agosto parecía augurar advenimiento de un cambio pleno, de una nueva apertura hacia la diversidad, la inclusión social y la superación de las históricas barreras que llevaron a una situación inequitativa con poblaciones excluidas, que desafortunadamente aún subsisten en nuestra sociedad.

El severo malestar social empujó a una parte muy importante de la población a buscar un cambio profundo. Las expectativas frente al nuevo mandato estimularon una primera etapa, donde el Gobierno pudo consolidar una coalición con algunos de los partidos tradicionales; se aprobó una reforma tributaria más profunda que la propuesta por la anterior administración, y que había dado origen a los levantamientos sociales. El pueblo aceptó ese ajuste severo, con la expectativa de dar el impulso a los cambios.

Todavía no han trascurrido dos años y el panorama de país cambió totalmente. No pasaron muchas temporadas antes de que los colombianos se dieran cuenta de la falta de lucidez y de posibilidad efectiva de lograr el cambio. Entendieron que ese cambio era tan solo un eslogan, una narrativa sin un modelo de ajuste del Estado; sin un catálogo de reformas coherentes con los objetivos políticos. Una cáscara de huevo donde su contenido era una combinación de demagogia, conjugada con las mismas prácticas políticas de siempre.

Hoy, en las calles y las casas de Colombia, se percibe el temor y la incertidumbre frente al panorama económico, el desempleo, la falta de acceso a los servicios de salud y el ineludible y consecuente crecimiento de la pobreza que ello conlleva.

Los resultados de recaudo tributario entregados esta semana le ponen cifras concretas y dimensionan el descalabro en el funcionamiento económico del país, antesala de irremediables consecuencias sociales. Caída en el recaudo de impuestos del 40,9 % para abril en comparación con el año anterior: la peor en 22 años, con la reducción endógena del 50 % en el recaudo de impuesto de renta. Esto refleja una situación muy preocupante: las empresas y los generadores privados de bienes y servicios tuvieron una situación desastrosa en 2023 –que se trasladó a 2024– y desembocó en la dramática reducción de las utilidades. Este panorama lleva a la reducción de los ingresos de las familias, la disminución del gasto que empuja la economía y a mayor pobreza.

Mientras esto sucede, el Gobierno y la mayor parte de los actores políticos –incluida la mayor parte de la oposición–, pareciesen divagar por la estratósfera. Expertos en generación de cortinas de humo, las declaraciones y contradeclaraciones ocupan la agenda pública mientras, poco o nada, se habla sobre la situación y el futuro del país. El Gobierno ya –a estas alturas– ha reconocido el problema de su incapacidad de gestión en casi todos los sectores de la administración pública. También ya se ha aceptado que la más severa corrupción contaminó cualquier posibilidad de cambio. El plan de desarrollo hoy parece completamente abandonado, detrás de una temprana búsqueda de mantener el poder.

En la terquedad absoluta, algunos funcionarios, sin ruborizarse, se autocomplacen arguyendo que su visión es: “persistir, persistir y nunca desistir”, así sea en el error y las malas políticas. En ese panorama, resiliencia es lo único que los colombianos debemos tener. De manera admirable lo estamos logrando, en medio de la desestructuración, la institucionalidad del Estado colombiano ha probado, hasta ahora, ser sólida.

Pero ya es hora de mirar al futuro e iniciar la discusión pública sobre más allá de los siguientes 795 días. ¿Cómo debemos avanzar en la reconstrucción y configuración de nuestro país, de buscar una agenda que reconozca nuestras falencias y oriente los recursos del Estado hacia los problemas y grupos sociales que lo requieren? El debate técnico y académico debe estar por encima de todo, donde los diferentes sectores sociales sientan que sus necesidades y problemáticas son importantes y tenidas en cuenta. Que los políticos se encarguen de la última temporada, mientras la sociedad se centra en lo fundamental: el futuro de nuestro país.