Anticipar y predecir se ha vuelto más desafiante a partir de la pandemia. Por ejemplo, los consensos han sido más proclives a errar y desde los bancos centrales, como la Reserva Federal, las visiones más aceptadas han tenido que virar en sus interpretaciones económicas del presente y próximo futuro más de lo normal y con mayor ocurrencia. Esa realidad se plasma en entornos de elevada incertidumbre en los mercados de capitales y, en particular, en las cifras estadísticas que miden y expresan la volatilidad de los precios de los activos financieros que se negocian en las bolsas de valores.

En 2021, el mantra de la inflación transitoria o por problemas temporales de oferta fue transformándose en una obstinada y sostenida inflación de demanda de bienes y servicios tras una vertiginosa aceleración del consumo que no estaba previsto de ninguna manera. En el mercado de referencia, como es Estados Unidos, se pasó de pensar en mantener tasas de interés cercanas al 0 por ciento hasta 2024 o 2025, a comenzar a subirlas en marzo de 2022. Las funciones de respuesta de la política monetaria viraron de inalteradas a muy aceleradas, causando vendavales sobre las variables financieras y los mercados en su conjunto en 2022, algo que no se veía desde hacía 80 años.

Tras uno de los ciclos de aumento de las tasas de interés de política monetaria más expedito en la historia americana, el consenso se formó alrededor de la inminente recesión económica en 2023 en Estados Unidos y, posiblemente, en el mundo. Una expresión de esa visión fue la caída del precio internacional del petróleo en la referencia Brent de 95 dólares el barril a cerca de 72 dólares entre noviembre del año pasado y junio de este año.

Sin embargo, ese mantra volvió a ser derribado a partir de este segundo semestre. Por undécima vez, la Reserva Federal subió sus tasas de interés en julio al nivel más alto desde la crisis financiera de 2008 y removió la idea de recortes de tasas de interés en un horizonte cercano. La interpretación de una inminente recesión claudicó y, con ello, las tasas de interés de largo plazo subieron a niveles del 5 por ciento, cotas no observadas desde hacía 15 años.

Pero no solo es la magnitud de las tasas, sino el poco tiempo que ha tomado, lo que varios analistas consideran peligrosamente desordenado y tiene a muchos pensando que pronto tendrán que pagar esa factura las empresas, los hogares y las economías vulnerables, dado el sobreendeudamiento de estas últimas. Tampoco faltan los que afirman que ya hay señales manifiestas de un debilitamiento económico y de una inevitable reducción estrepitosa de la inflación en Estados Unidos. Sin embargo, las voces que hace un año insistentemente hablaban de solidez y resiliencia en lugar de recesión, siguen pensando que los hogares de países desarrollados pasaron de ser los eslabones más débiles de la economía global a los más fuertes. Citan los balances sanos, los excesos de ahorro aún disponibles, los aumentos salariales y las tasas hipotecarias en vivienda que venían de antes de 2022, para hablar de una baja sensibilidad ante las tasas de interés actuales. De cara a 2024, consideran que es probable que el crecimiento siga siendo más resistente a las mayores tasas de interés que en el pasado y no descartan que se necesiten tasas de interés más altas para enfriar la economía.

Eso no significa que ignoren que el ciclo de expansión económica actual debería estar, por cuestión del tiempo que lleva en expansión, cerca de su fin. De ser así, creen que la resiliencia de los hogares significa que la próxima recesión, cuando sea que llegue, probablemente no sea profunda o prolongada. Advierten que los inversores tardarán algún tiempo en darse cuenta de esto, y anticipan que habrá pánico primero y luego un mejor entendimiento de las condiciones favorables.

La mirada favorable al exterior coincide con las voces que esperan sostenidos precios del petróleo el año entrante. Hay varias razones desde la oferta, así como los pronósticos tienen riesgos al alza por eventuales tensiones geopolíticas.

Estados Unidos es el responsable del crecimiento de la oferta mundial de petróleo durante la última década y sigue siendo el principal productor marginal de petróleo a corto plazo. Sus productores mantienen una férrea disciplina en materia de capital, apegados a objetivos de crecimiento de la producción moderados (apenas 2,5 por ciento en 2025) e insensibles a los mayores precios. La estructura de costos y las tasas mínimas de rendimientos de los proyectos suponen precios de equilibrio cercanos a 80 dólares por barril, lo que teóricamente podría suponer un piso. Los gastos de capital, como porcentaje del flujo de caja operativo de los productores, se mantienen muy por debajo del promedio histórico y las empresas de exploración y producción siguen centradas en devolverles efectivo a los accionistas. Por estas razones, sin un incumplimiento de las cuotas de la Opep, se espera un probable nivel de casi 100 dólares al final de la primavera del año entrante.