Hablar de orden y seguridad no es hablar de guerra, sino hablar de paz, de conseguir esa paz tan anhelada por los colombianos. No obstante, dar garantía de seguridad no se puede reducir a operaciones militares o discursos utópicos. Se trata de transformar el entorno en uno en el que la sociedad pueda salir adelante con herramientas dignas y oportunidades asequibles.
La verdadera presencia del Estado se da cuando la tranquilidad puede habitar en lugares en los que antes crecía la tragedia. Aunque dicho proceso puede empezar con la fuerza militar, hace falta continuar con una acción unificada entre el Estado y el sector privado para que la paz perdure en esos territorios. El silencio de los fusiles no se intercambia por puestos gratis en el Congreso, sino por herramientas y materiales que puedan reconstruir una sociedad malherida.
Por tal razón, bajo el lema: ‘Destruyendo el miedo, construyendo esperanza’, las Fuerzas Militares y Acerías Paz del Río han logrado la fundición de más de 23.500 armas que alguna vez tuvieron como fin generar terror. Según la misma institución, más de 50.000 armas han sido incautadas y destruidas en el 2024 para transformarse en instrumentos útiles, en herramientas de paz.
Ahora bien, la destrucción de estas armas no puede quedarse en meros simbolismos. Su transformación permitirá la elaboración de acero y otros elementos para la construcción de puentes, viviendas, colegios o incluso instalaciones militares. Este acto significativo pone en evidencia la urgencia con la que Colombia debe buscar la paz por medio de la seguridad.
La paz por medio de la seguridad, al entenderse como un objetivo y compromiso transversal en los debates y problemáticas del país, debe seguir siendo un eje central en las agendas de próximos gobiernos, aunque tal vez por otros medios políticos. Teniendo en cuenta los pronunciamientos de tantos precandidatos para el 2026, las propuestas para la paz tendrán que ser aterrizadas en acciones como el de la fundición de armas ilegales y el uso debido de las armas constitucionales.
La paz no puede ser un proyecto coyuntural que beneficie a unos pocos y sea ajeno a la realidad de otros muchos. El cambio real requiere generar condiciones para que las comunidades vean un futuro próspero más allá de las sombras del conflicto que estas armas han hecho prevalecer por décadas.
No se trata, ahora, de legalizar el porte de armas en todo el país pues, con la lastimosa cultura que nos caracteriza, podríamos sufrir un escalamiento aún mayor del conflicto. Se trata de hacer de la seguridad, liderada por las fuerzas del Estado, un sinónimo de esperanza y no de confrontación.